La realidad y la aventura de la mítica “Ruta de la Seda” que iba desde Constantinopla a China se muestra en el museo Hermitage de Amsterdam mediante objetos procedentes de la colección de su matriz en San Petersburgo, que nunca hasta hoy se habían reunido para explicar ese recorrido mercantil.
Maite Rodal/EFE
“Es la primera vez que la colección del Hermitage revive la Ruta de la Seda en una muestra, con monumentales pinturas murales y objetos extraídos de 13 yacimientos arqueológicos”, dijo a Efe la jefa de exposiciones de la pinacoteca, Marlies Kleiterp.
Con más de 250 objetos, entre los que hay pinturas murales, esculturas, prendas y dibujos en seda, vasijas de metal y terracota, platería altamente decorada, medallas y monedas, la muestra recorre la ruta que conectó las culturas occidentales con las asiáticas desde su perspectiva más realista: la arqueológica.
Una pintura mural de nueve metros que representa a una diosa luchando con fieras salvajes es uno de los puntos centrales de la exhibición.
Tras un año de restauración, esta pieza procedente del actual Uzbekistán y datada de los siglos VII-VIII, se expone por primera vez fuera del Hermitage de San Petersburgo.
Los restos de pared visibles dejan al descubierto muros áridos arcillosos, que eran los fondos sobre los que se pintaba, en seco, estos grandes murales de aspecto arenoso, explicó la conservadora.
Bautizada como “Expedición Ruta de la Seda”, la muestra descubre tesoros hallados en territorios que abarcan desde el Cáucaso hasta Mongolia, separados por desiertos y cadenas montañosas inaccesibles, apuntó el experto del Hermitage, Pavel Lurje.
Aunque su origen se remonta al siglo II antes de Cristo, la “Ruta de la Seda”, que fue la red comercial más grande del mundo hasta la época medieval, no fue bautizada como tal hasta finales del siglo XIX, cuando países como Rusia, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Suecia y Japón, inician excavaciones que descubrirían sus secretos más guardados.
El nombre se lo debe al geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen (1833-1905), que ensalzó la seda como uno de los productos más preciados, como símbolo de estatus y como forma de pago.
El subtítulo del catálogo de la exposición, “Viaje hacia Occidente” descoloca al visitante europeo, familiarizado con esos mundos través de los relatos del italiano Marco Polo, que describe el exotismo de los paisajes orientales como un viaje hacia el Este.
El escenario de intercambio de bienes surge en China, que inicia el tráfico de la ruta hacia territorios occidentales, con la seda como tesoro propio.
La belleza de ese material, cuya producción fue hasta el siglo V el secreto chino mejor guardado, generó curiosidades y alimentó el interés de las expediciones.
La seda no era el único producto con el que se comerciaba por los 7.000 kilómetros del recorrido, como tampoco la dirección de Este a Oeste y viceversa eran exclusivas.
A las lacas, papel y espejos de China se les sumaban las pieles desde Siberia, y esmeraldas, perfumes o jade desde India y el sureste de Asia, mientras que los caballos y la platería eran especialidades de los reinos, como el antiguo sogdiano, de Asia Central.
Como si fuera un antecedente de la aldea global, el trayecto interrelacionó pueblos de India, Persia, China y el Imperio Romano.
La religión budista se extendió con la misma rapidez por la ruta, que siglos más tarde trasladó el Islám hacia el Este y fue también vía de transmisión del cristianismo.
Lo escarpado de los territorios, los oasis como mercados improvisados, las expediciones con caravanas y camellos como medio de transporte, alimentaron la fantasía de los relatos inspirados en la “Ruta de la Seda” cuya vertiente aventurera se combina a la perfección con los aspectos históricos en la muestra, abierta hasta el 5 de septiembre próximo. EFE