San Cristóbal, la capital del estado Táchira, en el occidente de Venezuela, tiene un lema inmemorial. Es la ciudad de la cordialidad. Está inscrito en los avisos que dan la bienvenida a esta urbe enclavada en las montañas de los andes venezolanos. Pero, en estos días, quienes se oponen al régimen de Nicolás Maduro no le recuerdan al visitante que está llegando a un refugio cálido, sino a una ciudad revuelta. “Bienvenidos a la resistencia gocha”, dice Wilmer Ramírez, un conocido periodista deportivo local, así lo publicó El País.
ALFREDO MEZA/ El País
‘Gocho’ es un término con el que se designa a las personas nacidas en esta zona, que también abarca los estados Mérida y Trujillo. Los venezolanos de otras regiones suelen mofarse de esa bondad que profesan y confundirla con torpeza y tontería. Quizás esos chistes pasan por alto que los andinos venezolanos están asociados a las gestas más heroicas y desgraciadas de la historia de Venezuela. Desde aquí salió Cipriano Castro a finales del siglo XIX para tomar por asalto el poder central al mando de su Revolución Liberal Restauradora. Gochos fueron Juan Vicente Gómez (1908-1935), el dictador más cruel y longevo que tuvo Venezuela, y Marcos Pérez Jiménez (1948-1958), el último tirano que conoció el país antes de disfrutar de una democracia de partidos entre 1958 y 1998. Gocho fue Carlos Andrés Pérez (1974-1979 y 1989-1993) el presidente más popular que tuvo este país hasta la aparición del comandante Hugo Chávez.
Los gochos del siglo XXI de todas las clases sociales se creen predestinados a repetir la gesta de sus antepasados y han comenzado una resistencia casi épica desde el 13 de febrero. En la mañana los ciudadanos tratan de hacer una vida normal en medio de las limitaciones para desplazarse. Sólo se puede transitar por ciertas zonas de la ciudad hasta la 1 de la tarde. En el cruce de las avenidas Carabobo y Ferrero Tamayo, que unen al centro con la parte alta de la capital del Táchira, la oposición estableció una zona liberada de unas siete cuadras a la redonda con la inestimable colaboración de los vecinos. Hay un tanque de guerra agujereado, una vieja pieza de museo, que está atravesado en el medio de la vía y que los manifestantes bajaron de un monumento cercano. Los protestantes han levantado las alcantarillas y las han escondido en las casas cercanas para evitar que las autoridades las vuelvan a colocar soldándolas en el piso. En una casa mantienen un botiquín de primeros auxilios donde se turnan cuatro médicos graduados y cuatro estudiantes de medicina que atienden a los heridos. Ellos son la autoridad sobrevenida. Nadie trabaja sin su autorización. Y si lo hacen deben cerrar al principio de la tarde cuando la zona simula la trastienda de un teatro en vísperas de un estreno. Gente caminando de un lado a otro. Hombres moviendo objetos para disponerlos en la gran escenografía de las protestas.
El gobierno nacional está al tanto de esa situación y ha permitido que esto se mantenga. El costo político de una operación para desalojarlos sería inmenso. Lo que está claro es que para desalojarlos habrá que esperar que se cansen. Los equipos antidisturbios parecen no ser suficientes. Lo ha reconocido en varias ocasiones el ministro de Interior, Justicia y Paz, Miguel Rodríguez Torres. La última vez, mientras conversaba con la oposición en la Conferencia de Paz que organiza el Ejecutivo nacional para tratar de atajar la crisis.
Delante de los presentes denunció entonces que cuando la Guardia Nacional Bolivariana retira los obstáculos de las vías en San Cristóbal es recibida con disparos. Hasta el fin de semana aseguraba que 26 oficiales habían sido heridos por disparos y objetos contundentes. “Lo único que ha contenido que no utilicemos unidades especiales para reducir a esos grupos armados es nuestra conciencia humanista profunda. Este problema debe resolverse por la vía del diálogo”, enfatizó. No es una protesta de estudiantes, concluyó entonces, sino de “grupos desestabilizadores que aplican un plan subversivo”.
Las manifestaciones sobrepasaron ya el coto universitario para convertirse en la expresión de toda la sociedad sin distinción de clases sociales. Pero en ese punto la lectura de Rodríguez Torres difiere de la que hace el alcalde de San Cristóbal Daniel Ceballos. Él dice que el Gobierno le está dando una lectura equivocada a las protestas. “Las protestas no están organizadas por paramilitares, por los hijos del ex presidente colombiano Álvaro Uribe, sino por ciudadanos que están cansados de la escasez, la inseguridad y las políticas económicas del gobierno”, agrega.
La dirección política opositora parece sobrepasada por la dimensión de las protestas. No luce factible que estas espontáneas manifestaciones, que se multiplican por toda la ciudad, respondan a una voz de mando. Esto podría estar ocurriendo en el barrio Rómulo Colmenares de San Cristóbal. Allí, donde vive Alix Padrón, -pequeña, de cabello liso y negro- las casas de un piso tienen techo de plata banda. De esta manera se pueden construir segundos y terceros pisos a los hijos que no tienen cómo comprar una vivienda propia o para rentar habitaciones. Las entradas que comunican a este sector están cerradas por voluminosas barricadas donde los vecinos colocaron toda clase de objetos inservibles. La policía y la Guardia Nacional no entran allí desde el 24 de febrero, cuando disparó perdigones sobre dos vecinos –José Albán Quintero y Jorge Rodríguez- y apedreó a Freddy Gastón Quevedo.
Alix está especialmente molesta con la escasez y es la vocera de un coro de vecinos indignados. El domingo debió levantarse de madrugada para hacer una larga fila frente al hipermercado Garzón, el más grande de la ciudad. Llegó a las 4:45 de la madrugada y la marcaron como si fuera una res con el número 474 en la muñeca. Alix tiene un hijo de cuatro años que necesitaba leche y compotas de frutas. En el Garzón venden lo poco que tienen en horario restringido. Luego, en la tarde, los encapuchados saltan desde las esquinas y comienzan a atravesar toda clase de objetos en la vía: a lo largo de la avenida Rotaria, en la 19 de abril y en la avenida España. No es posible ir en línea recta desde el centro hacia las colinas de la ciudad.
Los gochos dicen que resistirán hasta que el gobierno cambie o se cambie de gobierno. El cansancio se nota en el ánimo y la escasez comienza a ser mucho más fuerte que en el resto del país. Pero en el fondo hay una inquebrantable voluntad de proseguir para cumplir con una idea que surgió en la última gran concentración del domingo. El concejal de Acción Democrática Alexis Carvajal repitió frente a los vecinos del sector Rómulo Colmenares lo que en horas de la mañana del domingo había dicho la dirigente estudiantil de la Universidad Católica del Táchira, Génesis García. Si el presidente Nicolás Maduro no ha renunciado el 12 de marzo los gochos marcharán, como alguna vez lo hizo Cipriano Castro, hacia Caracas para exigirle la renuncia.