El este y el oeste de Caracas parecen estos días pertenecer a dos ciudades distintas, dos realidades paralelas que se miran en la distancia con diferente actitud ante las protestas, pero una preocupación común por la situación que vive el país. José Luis Paniagua/ EFE
El oeste caraqueño es uno de los feudos más importantes del chavismo en Venezuela; así lo demuestran las sucesivas victorias electorales y el aparente clima de calma que envuelve a mercados y negocios que muestran el género sobre las aceras de avenidas indiferentes a la tensión política.
El carrusel de pequeños autobuses que corre frente a las puertas del Parque Alí Primera, en Catia, para llevar a los caraqueños a la playa, contrasta con las “guarimbas” o barricadas que han convertido en una carrera de obstáculos el día a día de los chóferes en el este de la ciudad.
El este está ganado a las protestas contra el Gobierno de Nicolás Maduro. Es escenario de manifestaciones y marchas diarias. Nadie sabe qué negocio va a abrir y a cerrar ni a qué hora, y los atardeceres en la Plaza Altamira son para llorar entre gases lacrimógenos.
Pero las ya más de tres semanas de protestas que han pasado desde que una marcha pacífica acabara el 12 de febrero en violencia y el asesinato de tres jóvenes no dejan una interpretación uniforme en el oeste capitalino, donde todas las posturas, desde la indiferencia a la aprobación pasando por el rechazo, encuentran un defensor.
Josefina Braca tiene fotos de todos los tamaños con el fallecido Hugo Chávez en la pared del Comando Parroquial José Félix Rivas, el primero que el líder bolivariano creó en Caracas y situado a pocos metros de la Plaza La Pastora, uno de los barrios con mayor solera de la ciudad.
“Aquí todo está como siempre, nos estamos preparando para el aniversario (que se cumple hoy) de la muerte del comandante”, declaró a Efe con un atisbo de emoción.
Asegura que las protestas del este de la capital no se han sentido y que allí no hay ni habrá barricadas como en el este.
“Se están ahorcando en sus propias redes”, dice.
A unas pocas cuadras de distancia, Luis Azavache, dueño de una pequeña despensa guarecida con una reja roja reconoció que la situación no le tiene tan tranquilo.
“Estamos viviendo un estado de crisis absoluta porque no hay compatibilidad entre la MUD (la alianza opositora Mesa de la Unidad) y el Gobierno”, indicó Azavache, que se declaró “votante”, “trabajador” y “progobierno”.
El comerciante aseguró que el país necesita el diálogo y celebró que el presidente, Nicolás Maduro, lanzara la semana pasada una Conferencia Nacional de Paz (CNP), a la que el líder opositor Henrique Capriles decidió no ir.
“Tenía que haber ido para expresar sus ideas”, dijo Azavache en alusión al excandidato presidencial opositor.
Para otros comerciantes de la zona, como Hilario Ramos, de 71 años, la mala situación del país queda evidenciada en la falta de suministros y de alimentos, y recela de un gobierno que en su opinión no ha sabido encontrar las soluciones que reclama Venezuela.
“No queda nada, ahora salgo a comprar al mercado de Coche (en el sur) y no sé qué voy a encontrar ni por cuánto lo voy a tener que comprar”, indicó.
“Antes cuando había lío Chávez se gastaba los reales y llenaba todo de comida. Ahora, no deben tener reales porque no hay comida por ningún lado”, agregó.
Abraham Chávez, un transportista que cubre la ruta La Pastora-Petare, que une las zonas populares del este y el oeste, también tiene criticas para el Gobierno, pero por su inacción ante las barricadas que interrumpen a diario el tránsito en la otra parte de la ciudad.
“No se puede trabajar. No puede ser, son puros viejos (en las barricadas), no hay estudiantes. Si hubiera estudiantes no digo nada, pero son viejos. El Gobierno va a tener que hacer algo, si fuera en la época de los adecos (los Gobiernos de Acción Democrática) ya les hubieran metido plomo a todos”, dijo.
Desde hace semanas las calles de los municipios Chacao, Baruta y Sucre, y algunas de El Libertador, aparecen a diario cubiertas de escombros y bolsas de basura reventadas o humeantes que dejan un trasiego de desechos y terminan convirtiéndose en barricadas y barreras contra el tráfico.
“Yo vivo en el este, en Chacao, pero me he venido para acá porque aquí está mi hija y yo no puedo salir a la calle allá. Hay tanta basura que no puedo abrir ni las ventanas de la casa”, dijo a Efe Gladys Pin, de 69 años, sentada junto a un televisor conectado a la señal del canal estatal VTV en el Parque Alí Primera de Catia.