El desarreglo de los ciudadanos es tal que las medidas tomadas por gobierno no surtieron efectos. Son varios los datos que muestran el estado de ánimo de la población. Por ejemplo, las protestas no se fueron de vacaciones. Mientras millones expresaron su inconformidad en las colas que hicieron para adquirir alimentos o cualquier producto, otros marcharon o se concentraron en sitios que estaban destinados a la diversión. Los santuarios del descanso familiar se transformaron en territorios de luchas. Esos hechos no los ocultó la engañosa publicidad oficialista. Pero sería inconveniente interpretarlos únicamente como acciones organizadas por la oposición, pues muchas de esas manifestaciones fueron espontáneas. El pueblo expresa lo que lleva por dentro. Sobre todo, lo ocurrido en carnavales advierte que se resquebraja la delgada capa que aún queda de convivencia entre los venezolanos.
Las manifestaciones tomaron el cuerpo social. Sentimientos de indignación y resentimientos aparecen en lugares, épocas, ocasiones y sectores, que hasta ahora eran insospechados. Por eso, el momento exige decidir entre alternativas que se excluyen. En particular, los dirigentes de oposición se encuentran en una disyuntiva ética de la que no escaparán: Sus decisiones favorecerán o no las posibilidades de reencuentro político entre grupos que en la actualidad se recelan y no se reconocen. Por supuesto, sanar heridas sociales es un objetivo distinto a presionar la salida de un gobierno que por autoritario ha resultado corrupto e ineficiente.
La oposición está constreñida a elegir entre solicitar la salida del gobierno, con independencia del precio que la comunidad tenga que pagar, o apostar por la reunificación de la voluntad popular. Cualquiera sea la opción que elijan, esa dirigencia está obligada a evaluar y redefinir sus estrategias de protestas. Por eso, quienes proponen mantener a la gente marchando durante un tiempo indeterminado deberían ponderar las consecuencias de esa estrategia. Insistir en esa ruta significa que bien en un tiempo relativamente corto se concreta la renuncia del presidente o bien un amplio sector de la población se hundirá en la depresión. Sobre todo, esas personas perderán la fe en la protesta cívica. Por supuesto, la otra alternativa también plantea retos urgentes. Pero en este caso, el esfuerzo se tendría que concentrar en tensar las emociones y expectativas hasta provocar un nuevo pacto social como antesala del político. Se trata de recodificar el malestar y las manifestaciones. Plantearlos como actos de habla; de comunicación, si se quiere, no sólo como instrumentos de confrontación. Desde esta perspectiva la protesta aparece como el espacio del reencuentro, no como el lugar desde el cual se radicalizan las pugnas entre los ciudadanos.
Alexis Alzuru
Profesor. U.C.V.