Nicolás Maduro tiene una mina de opciones, ninguna de las cuales va a cristalizar porque el PSUV no tiene claro el sentido de dirección que hay que tomar para moderar la crisis. Maduro está como Alicia en el País de las Maravillas cuando llegó a una encrucijada y le preguntó al gato: ¿Cuál camino debo tomar? El gato le respondió: ¿A dónde quieres ir? Alicia dijo: No sé. Entonces, sentenció el gato, escoge cualquiera. Así estamos.
Maduro convoca al diálogo sin agenda clara pero aunque se establecieran mesas para conversar sobre diferentes tópicos al definir los problemas siempre se caerá en un conflicto ideológico muy bien definido por la intervención de Jorge Roig: “El país no está bien”, y la respuesta de Jorge Rodríguez: “El país no está mal, se ha disminuido la pobreza y se le ha dado voz a los excluidos”. ¿Qué diálogo puede haber con quienes todavía piensan que en términos sociales la destrucción del aparato productivo del país y sus terribles consecuencias valió la pena? El dilema es que, entre Maduro, Cabello e Istúriz y muchos otros, no hay acuerdo. La verdadera negociación tendría que empezar entre los dirigentes del régimen para establecer cuántas concesiones pueden hacerle a la oposición. Por su parte, esta tiene que decidir con cuánto se conforma. Si lo máximo que está dispuesto a conceder el régimen está dentro del rango de lo mínimo que aceptaría la oposición, habrá un “acuerdo” que irritará a muchos y no resolverá nada.
Por su parte, la MUD tampoco está clara en su estrategia. No asisten como institución a los actos aunque muchos de ellos creen que el diálogo es la solución. Tenemos, pues, un problema de representatividad de lado y lado. Supongamos que la mesa económica llega a algunos acuerdos. ¿Significa eso que todos los factores productivos del país aceptarán lo que allí se decida? Por supuesto que no. Fedecámaras dice que el país no está bien. Pero otros empresarios sostienen que las políticas económicas de Chávez deben continuarse y, aunque no lo dicen, se infiere que Maduro no está siguiendo el guión que le dejó el “eterno”. Y no lo sigue porque los excedentes financieros se agotaron y lo que queda no es suficiente para regalarles petróleo a Cuba y a otros amigos. Pagar lo que se debe de deuda externa consumirá el presupuesto. Ya no hay para mantener las misiones. El emblemático Barrio Adentro está destartalado como lo están los hospitales públicos del país. Ya empezó la verdadera debacle. Empezó pero no ha tocado fondo aún. ¿Cuánto falta? Sospechamos que los meses de marzo y abril van a ser decisivos. ¿Cómo se soluciona el desabastecimiento si, además de una grave disminución de productos agrícolas nacionales, lo que se importa se pudre en las aduanas del país? ¿Cómo se negocia la cruenta represión oficial? Los estudiantes y los políticos presos, la inseguridad ciudadana aupada por bandas paramilitares que se confunden con el hampa común, la corrupción denunciada y no investigada a fondo de Cadivi, Pdvsa, empresas de Guayana, etc. Las retenciones ilegales de los ingresos petroleros manejados solo por el Ejecutivo y sin rendición de cuentas. El desconocido acuerdo con China. Los controles de precios (desabastecimiento) y los de cambio (escasez de divisas) han resultado en una elevada inflación y una caída del salario real. Que alguien nos explique cómo se negocia “eso” con quienes, ante la debacle, mirándole la cara todavía, creen que sus políticas públicas han sido exitosas.
Lo único que estas mesas de diálogo lograrán es estirar unas semanas la expectativa de que este régimen y esta oposición juntos puedan resolver la tragedia nacional. Ni que cada parte fuese monolítica en sus posiciones se lograría algo. Es más, serían aún más evidentes las diferencias insoslayables.
Dispersos como están viviremos en una realidad distorsionada como en un salón de espejos de algunas ferias, hasta que se rompan los cristales y nos quedemos en una oscuridad precursora de nuevos días.
PD: No hay híbrido posible entre el socialismo siglo XXI y los sistemas políticos modernos