Parecen porfiados por @felixseijasr

Parecen porfiados por @felixseijasr

FelixSeijasR¿Recuerdan aquellos muñecos inflables con forma parecida a una pera, a los que uno daba golpes y patadas y como por arte de magia se volvían a levantar solitos? Los porfiados.

Las protestas que hoy vivimos empezaron hace ya varios meses, sólo que dispersas en tiempo y espacio sin que entre ellas existiera un vínculo palpable y efectivo en la colectividad. Esta conexión se dio finalmente el 12 de febrero de manos de los estudiantes, y en cuestión de horas sus repercusiones se hicieron notorias.

Desde entonces las apuestas han sido muy diversas. Encontramos desde los que vaticinaban la caída del actual Gobierno en pocos días, hasta los que aseguraban que con el correr del tiempo los ánimos se calmarían y todo volvería a la ‘normalidad’, dejando sobre los escombros a un Gobierno fortalecido. Luego de cinco semanas y media, ninguna de las dos cosas ha sucedido. El Gobierno no ha caído ni los ánimos se han calmado, y hasta algunos ‘iluminados’ se han visto en la necesidad de pedir prórrogas para la materialización de sus visiones proféticas.





¿Qué ha llevado a ese desconcierto en el que la gente espera que los hechos tomen direcciones que jamás se concretan? Pues la verdad es que, cuando de analizar los hechos se trata, podemos recurrir a la frase ‘depende del cristal con que se mire’, a la que podemos aquregar ‘y del ánimo con el que se mire’. El cristal son los supuestos de los que partimos para analizar la situación, mientras que los ánimos es el componente emotivo inyectado por la posición que tenemos dependiendo del ‘lado’ donde estamos parados, lo cual, en algunos casos, nos puede hacer ver vacas donde sólo hay pasto y llanuras en los Andes.

La famosa ‘salida’ no se ha materializado porque las cosas no funcionan como muchos desearían.

“Ya basta, este Gobierno ineficiente no puede continuar, lo vamos a sacar ya, ¡todos a la calle! ¡Maduro vete ya!”. Palabras más palabras menos, las redes sociales están cundidas de mensajes similares. Y es que un ciudadano común, ante la impotencia que invade sus nervios frente a una situación que colmó su capacidad de aguante, no le queda poco más que eso, salir a la calle a drenar sus frustraciones. El asunto es que acciones de calle por sí sólas no tumban gobiernos; la cosa es más compleja.

“Tranquen las ciudades con carros por cinco días y Maduro caerá”, decía el ‘profeta’. La locura de esa frase era tal que resultaba difícil no confundirla con inocencia.

Ningún Gobierno de corte autoritario dejará el poder sin una confluencia de deseos entre la mayoría de la sociedad civil y el componente millitar. Con respecto a este último, lo que verdaderamente ocurre en su seno para mí es desconocido. Lo cierto es que, por ahora, lo visible a nuestros ojos son oficiales cohesionados en torno a la actual administración de gobierno, y una tropa que en su gran mayoría pareciera obedecer, sin cuestionamientos palpables, la cadena de mando.

Con respecto a la mayoría civil, quienes están en la calle son aun mayoritariamente clase media y media alta. El resto está allí, en sus casas, en sus ranchos, sin salir a protestar y sin salir a apoyar a un Gobierno que les genera dudas. Mientras que ellos no se unan de manera activa a la protesta, los reclamos opositores no tendrán toda la eficiencia que pudiesen tener; menos aún si no se esquiva el componente violento. “Yo sé que ellos tienen razón, yo también siento los problemas que hay, pero con ese salvajismo no van a lograr nada, ¿vamos a cambiar lo que hay, mal o bueno, por esos salvajes?”, me comentaba un taxista, para luego afirmar que “lo que queremos es poder comprar comida y trabajar en paz, si la revolución lograra limpiar la corrupción que se han dejado meter, todo se arreglaría y fuera bien bueno”.

Este señor cree en aquello que le vendieron pero sabe que no es lo que está viviendo, y cuando voltea la mirada hacia la otra opción y se encuentra con el reflejo de los violentos de a pié y un liderazgo opositor dividido y criticado por sus propios seguidores, todo aquello que Chávez les recitaba toma fuerza, y para ellos se hace verdad. Así no hay suma; así no hay mayoría.

“¡Está equivocado, la verdad es que hace mucho que somos mayoría!”, reclamaba un tuitero. “¿A qué llama Usted mayoría?”, le respondí. “Los que estamos arrechos con este Gobierno”, afirmó. “Bueno, arrechos arrechos es como la mitad, con serias dudas una quinta parte adicional, pero esos no necesariamente confían en la oposición”. “Qué va, está pelao, yo sé cuanto sacaríamos en unas elecciones”. “Okey, dígamelo por favor, pero cite la fuente científica que respalda su información”. Pasó poco más de una hora antes de recibir su respuesta final. “No me hace falta nada científico, yo lo sé, todos lo sabemos, somos mayoría, el pueblo está arrecho”.

¿Quién puede quitarle a este amigo esas creencias? Él se aferra a ellas con más fe que racionalidad. El problema está en que cualquier análisis que haga de la situación que se vive, el cual marcara su comportamiento en ella, partirá de esa premisa.

 

II

La calle, sin duda, genera presión. Al Gobierno no le gusta que las protestas  ocurran de manera pacífica porque de esa manera no le es fácil restarle legitimidad a las mismas; por eso siempre tentará a los violentos, quienes al morder la manzana se convierten en tontos útiles. “La gente se asustará y se recogerá”. “Con el tiempo la cosa se apagara”. Sin embargo, la protesta no se ha cansado, la protesta no ha cedido,  “Todo está controlado”, repite el Presidente y al día siguiente, en lugar de una, tiene tres marchas activadas. “A Táchira la vamos a meter por el cinturón”, y Táchira amanecía más convulsionada. “Voy a recuperar Altamira”, y lo hizo, la limpió de violentos; a las pocas horas, se le llenó de madres que minuto a minuto fueron recibiendo la compañía de decenas de personas protestando de nuevo, sólo que ahora la protesta era de las incómodas para el Gobierno, de esas que verdaderamente le hace daño: pacífica y con contenido en toda su extensión.

El conflicto actual no cesa porque los elementos que lo activaron tampoco lo han hecho, y por lo tanto, continuan alimentándolo.

El combustible que originó las protestas en 2002 y 2006 era diferente en contenido al que vemos hoy. En 2006 aquello tenía una motivación principalmente política. En la mezcla de 2002 había una porción un poco más elevada de malestar social, mas sin embargo lo político predominaba.

El impulso de hoy es básicamente social y con componentes muy fuertes como lo es, entre otros, el desplome del poder adquisitivo y el fuerte desabastecimiento que toca las puertas de todos por igual. Mención especial merece la inseguridad personal, que si bien tiene años ocupando un lugar indiscutido en la preocupación de los venezolanos, en el último año ha alcanzado niveles alarmantes, tocando de manera importante ambitos muy sensibles como lo son, por ejemplo, las universidades.

Todo esto explica, en parte, por qué este fenómeno social de protestas ha sobrepasado llamados y banderas tanto del oficialismo como de la oposición, siendo una apuesta razonable indicar que su resolución no se avisora en el corto plazo. El tiempo, en esta ocasión, parece jugar a favor del fragor y no en su contra.

 

III

Venezuela ha cambiado. No sé exactamente cómo se desarrollarán las cosas en los días venideros, pero el país es otro y tanto los líderes oficialistas como los líderes opositores deben hacer una correcta lectura de ello.

Llamas más llamas menos, la lava está allí, ardiendo, la visible y la latente, la que rueda por las laderas y la que permanece oculta bajo la tierra, calentándola y socavándola, mientras que el Gobierno, con acciones  tales como apresar, juzgar y condenar  a dos alcaldes opositores, y amenazar abiertamente a otros con nombre y apellidos, hace intentos desesperados  -y temerarios- por transmitir la imagen de que éste no es un conflicto con el pueblo sino con líderes políticos.

Mientras, todo apunta a que no importa qué tanto golpeen y pateen al porfiado, ya que si los problemas de base continúan, éste se levantará una y otra vez erguido y desafiante.

 

Félix L. Seijas Rodríguez