El causahabiente juega un juego suicida: intentar obligar a la oposición que acepte su reinado imperial o, de lo contrario, promete suprimirla. Este heredero sin mérito actúa sin cordura porque está literalmente colgado de la brocha de la represión; no puede aceptar disputa alguna de su poder porque siente que se cae: cuando no lo derriban los de afuera, vienen los vahídos por las intrigas de los de adentro.
Es un hecho crucial para el chavismo y para las fuerzas democráticas saber que el régimen ha enloquecido en su conducta represiva. Las capas de la cebolla se han desprendido; cada una de las coartadas democráticas se ha desvanecido, y después de desollar las instituciones no queda nada, sólo el gas y la metralla, la prisión y las fieras togadas. Nicolás de tanto dialogar con la muerte se ha convertido en su mensajero. Su debilidad es lo que permite el cogobierno de Diosdado Cabello. No es que el uno disienta del otro, lo que ocurre es que los dos, al lado del tercer jugador que se ha colado en el mando -Miguel Rodríguez Torres- dan órdenes como si hubiese una junta de gobierno y no la vaga pretensión presidencial del ungido.
CAÍDA Y MESA LIMPIA. La prisión de Leopoldo López, el encarcelamiento de los alcaldes Ceballos y Enzo Scarano, y la delirante idea de allanarle la inmunidad a María Corina Machado para luego apresarla, podrían ser manifestaciones de la pérdida total de la cordura. En realidad parece más bien el intento postrero de evitar la licuefacción de un régimen que perdió cualquier amago de solidez.
El poder se les desliza de las manos y no comprende que la calle alzada es la cosecha de lo que el régimen labró a ciencia y paciencia por años. Son las humillaciones de los empleados, las listas de perseguidos, las prisiones arbitrarias, los crímenes impunes, la robadera descarada, las desigualdades profundizadas, las escaseces multiplicadas, el miedo convertido en compañero de los ciudadanos, y las penas acumuladas, lo que ha generado esta explosión social. No es un hecho fortuito sino capas sedimentarias de iniquidad y desprecio, de vilezas repartidas desde arriba, lo que estalla. El que no entienda esto en el Gobierno o en la oposición no entiende nada.
LA VIOLENCIA. La oposición, en ninguna de sus formas, ha propuesto una estrategia violenta para la salida del régimen. La violencia que se ve es producto de la represión extrema de quien ya no puede sostenerse con ciertos barnices de legitimidad.Esta conducta destinada a aplacar, asustar y castigar, exacerba la protesta. La ciudadanía traspasó el umbral del miedo y cuando se llega a este borde, los represores pierden el control: la muerte, la cárcel, la amenaza, dejan de tener el efecto disuasivo en el que habían confiado.
La delirante represión de las semanas que corren es un brote pestilente de los intestinos ideológicos del régimen. No es nuevo el fenómeno aunque sea más virulento. Tal es el código genético del Orden Rojo; no sabe actuar sino con violencia y a su través, lo que va desde el lenguaje descalificador, machista, humillante e indigno, hasta las balas que dispara y matan. La respuesta de la sociedad civil ha venido desde la entrañas de ese continuo estado de sitio y de represalia. Es como si se hubiese dicho ¡no más! ¡Nunca más!
LA DIRECCIÓN. Entender que ha emergido una fuerza de las entrañas de la sociedad es condición para poder acompañar el proceso. Los intentos de “dirigir” a través de maniobras como la del diálogo con el gobierno o la nonata y mentirosa “comisión de la verdad” no sirven para nada. Así como el gobierno no puede controlar el río de la protesta tampoco puede hacerlo nadie en nombre de la oposición. Esto no quiere decir que la protesta no tenga objetivos o dirección; los tiene, se han ido articulando de manera compleja, los líderes están allí, brotan como hongos de universidades y liceos, de gremios y partidos, sí y también de las barricadas; manan de los aciertos y los errores; hasta la propia violencia de esas barricadas puede servir para dar paso a la protesta civil y pacífica de los mayores, tal como aconteció hace pocos días en la Plaza Altamira.
LA UNIDAD. La unidad electoral se produjo a través de la MUD. La unidad para el reemplazo constitucional del régimen se da ahora en la calle y bajo las atmósferas de presión que ésta porta. Cada proceso ha tenido su tiempo y su ritmo; el de estas semanas está signado por la decisión de enfrentar la represión, desmontar la trampa del diálogo gubernamental y la necesidad de abrirle camino a las ansias de cambio que se guarecen en la ciudadanía. La calle, en su pasión y convicción, ha creado el ambiente para una unidad superior, que se desmarca de los conciliábulos y las maniobras, y se abre a la participación. La calle no es violencia sino el encuentro, el lugar de la ciudadanía, de la palabra; es el espacio fraterno, juvenil aunque contenga adultos y superadultos, en el cual se prefigura la libertad y la democracia por venir.
Leopoldo López, María Corina Machado, los alcaldes Daniel Ceballos y Enzo Scarano, Ramón Muchacho y David Smolansky, Gerardo Blyde y Antonio Ledezma, los estudiantes, los ajusticiados, torturados, apresados y perseguidos, gaseados, los padres, hermanos y amigos de los caídos, son símbolos de esta fase dura de la lucha. Ahora hasta los que no querían ver tendrán que admitir que un nuevo tipo de dictadura se ha apoderado del país; por su parte y sin que algo parecido a la vergüenza los asalte, los magistrados y generales, los ministros y policías, rubrican por unanimidad el estado de excepción y el cese de la libertad. Paradójicamente, podría ser el instante en que esté más cerca su recuperación.
Mientras brotan estas palabras se oye como un escándalo universal el silencio impuesto a María Corina en la OEA.
Twitter @carlosblancog