Brasil, la mayor economía y potencia diplomática de América Latina, ha moderado su apoyo al presidente venezolano Nicolás Maduro, decepcionado por su forma de manejar los crecientes problemas económicos y las protestas de la oposición.
Por Brian Winter/Reuters
Aunque sutil, el cambio ha privado a Maduro del respaldo regional que él quiere en momentos de escasez de alimentos, alta inflación e incertidumbre política en la nación de la OPEP.
En general, la presidenta brasileña Dilma Rousseff continúa siendo una aliada de Maduro. Aunque ella es más moderada, ambos son parte de una generación de presidentes latinoamericanos de izquierda que crecieron oponiéndose a los Gobiernos alineados con Washington y creen que están unidos por la misión de ayudar a los pobres.
Sin embargo, Rousseff está cada vez más decepcionada por algunas de las medidas de Maduro y ha atenuado el respaldo más entusiasta que caracterizó las relaciones de Brasil y Venezuela bajo el fallecido presidente Hugo Chávez, según dos funcionarios cercanos al Gobierno de Rousseff.
En particular, Rousseff teme que la reciente represión de las protestas callejeras y el rechazo de Maduro de entablar un diálogo genuino con líderes de la oposición empeoren la crisis política en Venezuela, dijeron los funcionarios.
Y un deterioro de la situación política podría poner además en peligro los considerables intereses de firmas brasileñas como el conglomerado Odebrecht SA en Venezuela.
El diario brasileño Valor Económico reportó este mes que las compañías públicas venezolanas deben 2.500 millones de dólares a empresas brasileñas.
“El camino en que se encuentra Maduro está lleno de riesgos”, dijo un funcionario, que habló a condición de no ser identificado. “Hemos tratado de alentarlo a que cambie”.
El cambio de posición no implica mayor apoyo a la oposición venezolana, enfatizaron las fuentes, añadiendo que el principal objetivo de Brasil es alentar la democracia y la estabilidad económica en la región.
El ejemplo más claro del cambio de actitud de Brasil se dio durante una reunión de líderes regionales más temprano este mes para la asunción de la presidenta chilena Michelle Bachelet.
Maduro había dicho que quería que los presidentes del grupo regional Unasur aprovecharan la cita para reunirse y emitir una declaración conjunta de apoyo a su Gobierno.
Pero Rousseff se mostró indiferente a la idea y dejó Chile apenas horas después de la asunción de Bachelet. Maduro cambió sus planes y canceló su viaje a Santiago.
GRAN INFLUENCIA
Al día siguiente se reunieron en cambio los ministros de Relaciones Exteriores de la Unasur, absteniéndose de apoyar a ninguna de las partes. Condenaron la violencia y expresaron “condolencias” a las víctimas, al pueblo venezolano y, por último, al “Gobierno elegido democráticamente”.
A diferencia de un comunicado similar divulgado por Unasur tras la apretada elección de Maduro hace un año, la declaración no mencionó al presidente por su nombre, pese a la insistencia de algunos diplomáticos de la región.
El texto estuvo también cargado de llamados a la paz y al respeto por los derechos humanos y exhortó a “todas las fuerzas políticas” a participar de un diálogo.
Esos matices tienen un fuerte significado para ambas partes de una dividida Venezuela.
Igual que hizo Chávez en el pasado, Maduro ha buscado apoyo de la región en tiempos de crisis. El comunicado más favorable de Unasur en abril del año pasado fue crucial para apuntalar su legitimidad tras una disputada elección presidencial.
En las últimas semanas, los gobiernos de México y Perú instaron públicamente a Maduro a hablar más con la oposición. Otros, como Argentina y Nicaragua, ofrecieron un apoyo más incondicional al presidente venezolano.
El tamaño económico y su papel como modelo de una izquierda pragmática en América Latina convierten a Brasil en una especie de árbitro. Henrique Capriles, principal líder de la oposición venezolana, dice que el gobernante Partido de los Trabajadores brasileño tiene el tipo de políticas que él aplicaría si fuera elegido presidente, aunque su coalición incluye elementos más conservadores.
Ambos bandos están ansiosos por lograr el apoyo de Brasil y las señales enviadas por Rousseff son seguidas de cerca.
Muchos opositores en Venezuela expresaron su ira porque Rousseff no condenó explícitamente a Maduro por la reciente violencia que dejó al menos 36 muertos, entre partidarios de ambos bandos y fuerzas de seguridad.
Algunos blogs de la oposición señalaron que gran parte del gas lacrimógeno usado contra los manifestantes es fabricado en Brasil.
Pero, en privado, funcionarios brasileños dicen que deben ser prudentes, pues declaraciones más críticas podrían generar comparaciones con Estados Unidos, el enemigo número uno de Venezuela, y arriesgarían cortar por completo el diálogo con Maduro.
Rousseff también quiere tener vínculos constructivos con la oposición, pero dejó claro que ni ella ni los otros líderes de la región tolerarán un intento no democrático de destituir a Maduro, como el golpe de Estado que derrocó brevemente a Chávez en el 2002.
Por eso durante su breve visita a Chile para la asunción de Bachelet, Rousseff se reunió en privado con el vicepresidente estadounidense Joe Biden y le pidió la ayuda de Washington para garantizar que la oposición venezolana no haga nada radical, según dos funcionarios con conocimiento de la conversación.
Otro factor detrás del cambio de Rousseff son las elecciones de octubre, en las que buscará la reelección.
Líderes empresariales brasileños están atentos a su actitud ante la crisis en Venezuela para determinar cuán izquierdista es en algunos temas, incluyendo la economía.
Sus dos principales rivales, ambos más conservadores, la han criticado reiteradamente por no ser lo suficientemente dura con Maduro.