“Mad Men” afronta su último asalto con Jon Hamm convertido en uno de los actores más respetados de la televisión, su versión de Don Draper, un brillante publicista de personalidad destructiva, ha encandilado al público: “Trato de no juzgarle y humanizarle. Todos podemos ser aborrecibles”.
Celia Sierra/AFP
“Mad Men” se ha convertido en el rey del drama de la televisión tras seis temporadas de glamour vintage, campañas publicitarias y una trama con múltiples niveles, en el que Don Draper es la bisagra central.
“Hombres como yo inventaron lo que tu llamas amor para vender pantys”, dice Draper a una de sus conquistas en la primera temporada, una frase que retrata a un personaje “complejo” y por lo tanto “muy interesante” para un actor, argumenta Hamm en un encuentro telefónico con medios para presentar la séptima y última temporada de “Mad Men”.
“No ha cambiado demasiado, es quien es y quien siempre ha sido. Lo cual es trágico, fascinante, asqueroso y emocionante a la vez” señala el actor sobre un personaje de cuya imagen es difícil desligarle copa en mano, traje impoluto, pelo engominado y elegante bocanada de humo “ad hoc”.
Hamm es un actor de éxito tardío, consiguió este papel con 36 años tras un largo periplo trabajando como camarero y un puñado de personajes pequeños de escaso relumbrón; probablemente por esa razón no tenga la ansiedad del joven actor que coge lo primero que le ofrecen por miedo a encasillarse.
“Interpretar no es una competición, no siento ninguna presión por superar a Don” señala un profesional con una humildad inusitada para el brillo y la pompa de Hollywood.
La historia es más pintoresca si cabe, ya que estuvieron a punto de no darle el papel porque creían que no era “lo suficientemente sexy”, aunque su exquisita interpretación ha conseguido que un tipo “muchas veces detestable” desprenda un magnetismo que ha conquistado a una legión de seguidores.
“El público conecta con Don porque entiende su sensación de insatisfacción personal”, subraya el actor, que tampoco escatima elogios para Matthew Weiner -creador de la serie-. “Un actor está supeditado a la calidad de los guiones y seré muy afortunado si vuelvo a trabajar con alguien con tanto talento y creatividad”, añade.
Su éxito dentro de la pequeña y de la gran pantalla -en breve estrenará el filme “Million Dollar Arm”-, emula al de Draper, un brillante publicista que también ha ido recolectando fracaso tras fracaso en su vida personal y arrastra el peso de un oscuro secreto.
“Don recorre un camino muy áspero en su vida, su profesión y su existencia, y eso es muy duro”, explica Hamm.
El final de la sexta temporada dejó muchos interrogantes abiertos sobre su personaje, que acaba de ser despedido de su empresa y emprende lo que parecía una nu
eva vida en Los Ángeles, aunque a Peter Campbell y Roger Sterling tampoco les va mejor.
Tan solo a Joan Holloway y Peggy Olson siguen su carrera ascendente -a un alto coste eso sí-, mientras Betty Francis se encuentra de nuevo estancada en un matrimonio tradicional.
La homofobia, el machismo o los derechos civiles, han sido abordados a lo largo de las seis temporadas de “Mad Men”, y la última, ubicada en el convulso final de la década de los sesenta, promete.
“Los sesenta es una década lo suficientemente lejana como para parecer un tiempo diferente, y lo suficientemente cercana como para parecer familiar. Es un escenario que nos permite preguntarnos cuánto hemos cambiado”, argumenta.
“Mad Men” se ha propuesto exprimir al máximo su estertor final y, al estilo “Breaking Bad”, divide su última temporada en dos apartados de siete episodios cada uno, por lo que acabará en primavera de 2015, para desazón de sus seguidores.
“Todas las cosas buenas acaban (…) Hemos preparado la serie para el final, forma parte de la experiencia de contar historias, hay un principio, una mitad y un final”, argumenta Hamm. EFE