“Esto era un basurero. Ahora estamos viviendo en la gloria. Para poder caminar esquivabas las cabezas de animales. Bajaban unos líquidos de las basuras”, cuenta a la AFP Oriol Arturo Arango, uno de los jardineros, que vivió 22 de sus 31 años entre la basura, hasta que su casa se quemó.
En el vertedero de Moravia, que acumuló hasta 1,5 millones de toneladas de basura en 30 años, llegaron a vivir 2.138 familias, unas 14.000 personas, que vivían del reciclaje y habitaban casas construidas con residuos.
“Cada año se incendiaba como tres veces por los gases”, relata Neira Agudelo, de 27 años, exresidente del morro de basura y también convertida en jardinera.
Agudelo llegó con su familia a vivir al basurero a los 4 años desde San Carlos, 141 kilómetros al este de Medellín, desplazada por la violencia de grupos armados.
“Eran grupos al margen de la ley y un día llegaron, mataron mucha gente y mi mamá tomó la decisión de venir a Medellín”, dice.
En la década de 1980, el narcotraficante Pablo Escobar, dado a la beneficencia, intentó acabar con la miseria que se vivía en Moravia y entregó 400 viviendas en el este de la ciudad a sus habitantes. Bautizó el conjunto de casas como “Medellín sin tugurios”, aunque hoy se conoce como barrio Pablo Escobar.
Pero fue unos 20 años después que la municipalidad recuperó la zona con el proyecto “Moravia florece para la vida”, en desarrollo desde hace 5 años.
– Un cerro de basura compactada –
Desde la autopista que bordea el río Medellín, el jardín de Moravia se ve como un organizado parque urbano con cultivos en terrazas. Una vez dentro, trozos de bolsas plásticas que surgen de la tierra delatan que la montaña es en realidad un cerro de basura compactada.
“Este es un proyecto que transformó lo que era un botadero de basura en un proyecto ambiental y urbanístico, para poder consolidar el barrio”, cuenta a la AFP Julio Castro, gerente del parque municipal de Moravia.
Entre las flores, algunas chabolas rompen la simetría de los cultivos. Los techos de las chozas son una acumulación de atados de basura y bolsas plásticas enlazadas.
En varias de las viviendas, un cartel reza: “Ante el desalojo, ni me rindo ni me aflojo”. Según la alcaldía, todavía viven unas 200 familias en los 70.000 metros cuadrados del cerro.
“No es que me quiera quedar, lo que queremos es que nos reubiquen en los alrededores de Moravia”, cuenta Vivian Álvarez, otra jardinera y habitante del lugar.
Antes de trabajar en el parque, Álvarez, de 23 años, estaba desempleada; ahora la municipalidad le paga un sueldo, con el que sostiene a sus dos hijos.
“Hemos visto mucha problemática cuando se lleva a la gente para otras partes, porque hay tanta violencia y no conocemos esas partes, entonces hay mucha gente que ha muerto”, explica.
– “Hacemos metamorfosis”-
Por su parte, Agudelo cuenta que junto a su familia vivían con el miedo constante a ser desalojados, hasta que hace 10 años el lugar fue declarado en estado de calamidad y muchos aceptaron otros alojamientos.
Uno de los ejes del proyecto es la recuperación ambiental del entorno. Para ello, el cerro cuenta con tuberías que captan el material en descomposición que aún surge desde dentro de la montaña.
Luego, el viscoso líquido pasa a una planta de tratamiento, donde también se extraen los metales y el agua limpia va al río.
“No podemos descontaminar este lugar para contaminar otro”, señala Agudelo.
El siguiente paso es levantar un invernadero para cultivar orquídeas que ayuden a aumentar los ingresos de las familias. Una elección que para esta jardinera tiene un significado especial.
“La orquídea cattleya es hermafrodita y lo que hace es identificar a las mujeres de Moravia, que somos madre y padre al mismo tiempo”, afirma Agudelo, aludiendo a que la mayoría de sus compañeras son cabeza de familia.
Además destaca que esta planta se adhiere a cualquier lugar, se adapta.
“En Moravia somos como las mariposas, todo el rato hacemos metamorfosis”, dice esta mujer que, sin embargo, cuenta que para ella no fue fácil dejar de vivir allí.
Fue complicado dejar el reciclaje, adaptarse a un departamento y pagar cuentas.
“Acá cada cual prendía su equipo, hacía su asado. Allá hay que vivir como viven los ricos, en silencio, con unas costumbres muy diferentes, cada uno en su apartamento, la gente no es tan unida”, cuenta.
“A veces aún nos decimos ‘basuriegos’, porque vivíamos en la basura, pero nosotros no pensamos que signifique algo malo”, señala Agudelo. AFP
Fotos AFP