Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo: “¿Por qué no?”
-Immanuel Kant
Vivo tanto en sueños como en vigilia.
De alguna forma escenifico situaciones (o algo las escenifica en mi cerebro), para luego traerlas a lo que llamo “estar despierto”. Allí hay insumo para mis vislumbres y mis desconciertos. Huelga decir que abundante materia prima para lo que escribo. No seré el primero ni el último en esto.
Buena parte de la narrativa y acaso la mitología se basa en sueños, en relatos sobre la experiencia al dormir o sueños disfrazados de historia. El milenario Lao Tzé dice que el mito y el sueño son como el dragón: están más allá de la comprensión, pero volando juntos.
Hay poemas y relatos completos que, excepto dos o tres pinceladas, fueron agitados espectáculos de entrecráneo. Hay conceptos e inventos surgidos desde la fase REM del dormir, cuando el cuerpo descansa pero la mente se desata.
La epopeya de Gilgamesh, de 4.000 años de antigüedad, contiene innumerables sueños en los que el guerrero y su Némesis-transformado-en-amigo, Enkidu, tratan de intuir la voluntad de los dioses. En una de esas alucinaciones teogónicas éste vio “una espantosa criatura con cara de león y alas y garras de águila” que lo atenazaba y se lo llevaba volando.
Hay un pasaje de la Ilíada (c. 700 aEC) donde Homero establece que “también el sueño procede de Zeus”. Aunque, luego de emanar del soberano del Olimpo, el sueño era potestad de Oneiros y no de Morfeo, como se cree, quien regía “el ensueño”. De Oneiros viene lo onírico.
La diferencia entre estos dos soñares no es trivial. El escritor venezolano Salvador Garmendia, en un ensayo conjunto con Wilfredo Machado, cita a “Gastón Bachelard”, quien “en La poética de la ensoñación (1960) hace una referencia a la diferencia entre la ensoñación y el sueño o drama nocturno. (…) Bachelard, argumenta que “la recreación de imágenes que emergen en un estado de vigilia son los trastornos de la noche, mientras que el sueño, el dormir, es la más fatigante de las funciones. La ensoñación asimila las pesadillas de la noche, constituye el psicoanálisis natural de nuestros dramas nocturnos, de nuestros dramas inconcientes.”
El folklore, por un lado y sacerdotes y luego brujos, se han disputado la potestad de descifrar y prescribir los sueños. Pero, en planos individuales, han sido advertencias, presagios, vislumbres. Dice la tradición que Confusio soñó su propia muerte y, al despertar, llamó a sus discípulos para notificarles. Pocos días después dejó este mundo. Y así, hay episodios de Julio César, de Rebelais, de Cortázar que exploran la riqueza narrativa de este mundo onírico.
Franz Kafka alertaba sobre no confundir “tu mandamiento interior con un sueño”. Porque parece “absurdo, incoherente, inevitable (…) incomunicable en su totalidad, pero ansioso de ser comunicado, como son precisamente los sueños”.
Volviendo a Garmendia en La aventura de narrar (1991), una crónica de su vida, aseguró que “cada vez que una página caía de los dedos, la noche de lo desconocido volvía a cubrirlo todo alrededor, y el sueño soltaba sus hilos nuevamente”.
Los británicos parecen muy dados a escribir después de despertarse: según S. Coleridge, su poema Kubla Khan fue inspirado minuciosamente por un sueño, aunque otros claman que fue una alucinación opiómana. Mary Shelley produjo su portentoso Franskenstein de una visión onírica rayana en pesadilla.
Y R. Louis Stevenson sacó la dualidad Jekyll-Mr. Hide de un acontecimiento de Oneiros. De hecho su esposa narra que fue “despertada por gritos de horror de Louis. Creyendo que era una pesadilla” lo sacudió y él le dijo enojado: “¿Por qué me despertaste? Estaba soñando una gran historia de terror”. ¿Cómo hubiera sido la novela de haberlo dejado gritar un rato más?
La alianza secreta Jehová-Oneiros
Así como tiene una Antología de la literatura fantástica, Jorge Luis Borges compiló un Libro de los sueños. Un catálogo de testimonios oníricos que van desde los asirios hasta el mundo que le tocó vivir, incluyendo muchos ejemplos bíblicos.
Ilustración: Lúdico.
Allí aprendí que el Eclesiastés denuncia la vaciedad de los sueños: “Vanas y engañosas son las esperanzas del insensato, y los sueños exaltan a los necios. Como quien quiere agarrar la sombra o perseguir el viento, así es el que se apoya en los sueños” (Cap. 34:1-6). Soy malicioso y me digo que en ese párrafo hay una advertencia para que la gente no trate de descifrar sus propios sueños sin la debida intermediación autorizada (un sacerdote, por ejemplo).
Los dragones de Ester, grabado de la Biblia de Bowyer, de 1840.
También supe que en el Antiguo Testamento hay dragones. En el sueño de un tal Mardoqueo relatado en Ester 11:1-11: “…dos grandes dragones, prestos a acometerse uno al otro, dieron fuertes rugidos” y eso levantó preparativos y amagos de guerra. Todo era una advertencia divina sobre eventos bélicos por venir.
En la Biblia los sueños son una infraestructura por la cual Dios se comunica con los humanos, si es posible entrar a tal canal. Un forma en la que Jehová, al decir de Samuel, le “murmura en el oído” a ciertos privilegiados.
Del pueblo escogido para la descendencia, surgen grandes intérpretes de sueños: Jacob, José, Daniel y esta vislumbre generalmente les trae grandes recompensas, porque implica anticipar el futuro. El sueño de un faraón de hace más de 3.000 años, el de las célebres vacas gordas y flacas, es transformado por José en una estimación (cumplida a posteriori) y un subsecuente plan de acción: acopia y previene durante la abundancia, porque vendrá una escasez equivalente. El faraón sigue el consejo y el resto es ¿historia?
El profeta Daniel, cautivo en Babilonia hace dos milenios y medio, predice que las generaciones de Nabucodonosor se irán debilitando y terminarán como un “gigante con pies de barro”. Algunos estudiosos corresponden las cinco partes de la estatua del sueño con los imperios que dominaron la ciudad de los jardines colgantes: desde Persia hasta la dupla Unión Europea-EE.UU.
Tan relacionados están los sueños con la prospectiva que Jeremías (23:32) advierte sobre los charlatanes, que llama “profetas de sueños falsos”. Gente que, en vez de disfrazar los sueños de historia, hace justamente lo contrario. El caso es que hay una correlación entre los sueños y el porvenir, que se ha mantenido en la imaginación popular.
José de Nazareth, inseguro de lo que ocurre, es visitado por un ángel en sueños, con una vislumbre tan fuerte que ya no duda más y le anticipa que viene, nada más y nada menos que el Hijo de Dios, no el suyo. Debe haber sido un sueño muy intenso.
Más tarde le dice cuándo irse a Egipto y cuándo volver. Todo un canal misterioso pero, aparentemente, muy vívido. Un brief de instrucciones escrito en “lenguaje-Dios”.
Esoterismo, arte, leyendas urbanas
Desde los autores del imaginario mesopotámico hasta “El sueño boca arriba” de Cortázar, pasando por Cervantes y Sor Juana Inés de la Cruz, los espejismos del dormir han tenido impacto en las religiones, las costumbres y en el arte.
Sea “sueño profundo” o el llamado “sueño lúcido”, los espectáculos de entrecráneo han provisto imágenes, personajes y situaciones a innumerables líderes, místicos y artistas.
Los antiguos egipcios escribieron catálogos de sueños que inspiraron la vida diaria y la relación con los dioses. Ahogarse en el Nilo, que el rostro se transformara en Leopardo o comer pan blanco presagiaban tragedias.
Un papiro del siglo XIII aEC menciona más de 100 tipologías (acciones como hacer cerveza, tallar piedra, tejer y, sobre todo, que aparecieran tales o cuales cosas). Por ejemplo, ver a un difunto significaba larga vida.
En el segundo siglo aEC se publicó el primer libro dedicado a la interpretación de lo soñado: Oneirocritica de Artemidoro, donde afirma que no hay, propiamente, sueños genéricos, sino una interpretación ad hoc para cada individuo.La persona, en cierta forma, construye sus sueños desde la vigilia.
Otro punto importante para egipcios y griegos es la metáfora, ya que los sueños usan estas figuras connotativas para “narrarlos”. Por ejemplo, si un animal salvaje representa enemigos, a cada persona se le aparecerá un animal distinto y en diferentes circunstancias. Queda de su parte proporcionarle el significado correcto si sigue las pistas.
La pintura ha sido prolija en mundos cocidos directamente en los hornos de las pesadillas. Jerónimo Bosch “el Bosco” anticipó el surrealismo con paisajes y personajes del Infierno. En el recuadro derecho del trípticoEl Jardín de las Delicias (c. 1504, abajo), observamos la imaginería medieval de los avernos.
Fragmento de “El Jardín de las Delicias” de El Bosco.
Igual Francisco de Goya, en el siglo XVIII e inicios del XIX. Su Saturno devorando a un hijo o la serie de caprichos expresan la pesadilla porque “el sueño de la razón engendra monstruos”.
Hay leyendas urbanas que dicen que los sueños hay que contarlos, sea para que ocurra lo bueno o no ocurra lo malo. Otra presunción del folklore indica que quien sueña que se muere, en efecto se muere. Ahora ¿qué testimonio podemos tener de ello si quienes lo experimentaron no despertaron más? ¿Cómo saber que murieron por eso?
Fragmento de “El Sueño de la Razón engendra Monstruos” de Francisco de Goya.
Literalmente miles de supersticiones empapelan las paredes de la Casa de los Sueños humana. Una dice que “los sueños de la noche son la delicia del diablo. Pero los sueños de la mañana, llevan advertencias de los ángeles”.
El catálogo es largo, por ejemplo, soñar con bebés significa un “nuevo comienzo”; que una mujer sueñe que hace la cama prefigura un nuevo amor en su vida; rodar bicicleta en subida es auspicioso pero en bajada anticipa contratiempos. Pájaros volando: prosperidad. Gato: malos presagios, traición e infortunios, pero peor son los cuervos.
Si soñamos con alguien muerto y nos habla, hay que prestar mucha atención a lo que dice, porque es un mensaje importante para nuestro futuro. Si sólo lo vemos, es una advertencia de manejar con cuidado asuntos financieros y, sobre todo, no hacer tratos o arreglos al respecto. Folklore dixit.
Edgar Allan Poe tenía su propia hermenéutica de sueños. Uno de sus principios me parece muy interesante y lo explica Borges en su libro de marras. Suponga que usted le teme a los tigres. Obviamente si se le aparece uno en un sueño sentirá aprehensión y acaso terror. Pero Poe teoriza que uno no siente temor por ver el tigre, sino que dormido sintió temor y la mente produce un tigre. Si le gusta el helado y siente gula durante el dormir, la mente fabricará un delicioso sundae y así sucesivamente.
Tantos análisis y significados como culturas y autores. Ahora ¿qué significará soñar que interpretamos un sueño?
Sueños propios
Edgar Allan Poe
Si no me equivoco, un cuento que he publicado aquí: Contratado, es un sueño de principio a fin, con incertidumbre final y todo. Me desperté y, presuroso, lo escribí en un papel.
En otro ensayo: Casa de sueños, me refiero a las siestas vespertinas que tomo casi todos los días:
“En la noche la mente, digamos, abre una compuerta y somos todo tipo de constructos combinados. Pero en la tarde mis sueños ocurren de día y son secuenciales. Podría decir, incluso, que son una misma aventura de entrecráneo.
Transito una casa gigantesca, realmente del tamaño del mundo. En mis sueños del día yo creía que visitaba muchas casas. Ahora entiendo que son una sola. Si salgo a la calle, las calles son parte de la casa, rara vez hay gente, son como patios sin fin, a veces con horizontes neblinosos. Los detalles en esos escenarios son vastos pero indiscernibles.
Si me fijara, por ejemplo, en una fuente de calle vería decenas de arabescos en las rejas, grafitis en su base, detalles casi humanos en el rostro de la estatua… pero casi nunca me fijo, porque parece que busco algo, que no paro de caminar. Cierto, a veces me siento y converso con sombras, con presencias que son nombres que hablan. Es decir, casi siempre sé quiénes son pero no los veo, hablan desde los lados o a lo lejos”.
Sueños dentro sueños
Para el dramaturgo y poeta español Calderón de la Barca: “En la vida todo es verdad y todo es mentira”. Eso lo dijo en su obra La vida es sueño, que equipara la existencia humana a un “teatro de apariencias”. Dice el maestro:
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño.
¡Que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son!
En The Matrix, esa película de culto de los hermanos Wachowski, lo que creemos real es una ilusión con la que “las máquinas” mantienen entretenidos a los humanos, pensando que trabajan, que producen, que aman, cuando en realidad son sólo baterías orgánicas que proveen energía para el gran sistema de hardware/software que sustenta lo que está detrás de ese “sueño lúcido” inducido.
Buda, en una imagen indostánica del siglo III aE.
Lo del “sueño lúcido”, obviamente, no es de los Wachowski. Es un concepto ancestral, eje de una de las verdades que predicó Siddartha Gautama Buda, en el siglo VI aE. Según el maestro espiritual de millones (me incluyo), la vida tal cual la conocemos y sentimos es una ilusión creada por nuestros afanes y deseos, vale decir: por el yo. Todo es temporal, pasajero, efímero.
Para encontrar la liberación del sufrimiento, el llamado Nirvana, hay que despertar de este sueño lúcido, de esta realidad virtual que construimos individual y colectivamente alrededor de la vanidad, los sentidos y las emociones. Ese “nuevo despertar” es lo que hace Buda a Buda.
Hay un maestro contemporáneo, George Gurdjieff (1866-1949), que habla de nuestra vigilia como un estado de ensoñación. En un cuento que publiqué en este sitio, Dados en ofrenda, reflejo la influencia que este pensador tuvo en mí.
Según Gurdjieff había que entender este estado de sueño y dirigir el espíritu hacia una “lucidez superior”, un estado de claridad espiritual que permitía percibir realidades absolutamente invisibles para quien permanece en las sombras.
El gran Borges nos cuenta en Las Ruinas Circulares, que un mago pretende crear un ser humano de su sueño. Por años lo va formando detalle por detalle, con ayuda de dioses como el del Fuego. Al final, en vez de celebrar sus dotes de creador onírico, se da cuenta que él mismo es un sueño soñado por otro.
Vale decir que también hay “falsos despertares”. Ocurren cuando, en un sueño, sentimos abrir los ojos y seguir con nuestra “vigilia”. Es muy interesante notar que, a pesar de creer que ya despertamos, no nos sorprende en absoluto el escenario surrealista de entrecráneo. Una vez “desperté” de un sueño dentro del sueño y mi cama flotaba en el agua, según recuerdo. Cosa de todos los días, me dije, sigamos con la vida…
Vericuetos del inconsciente
Sigmund Freud cambió el mundo de la analítica de la mente con el sicoanálisis. Uno de sus libros más célebres fue La interpretación de los sueños, de 1899, en el que el maestro vienés equipara los sueños con intentos de satisfacer los deseos, de resolver conflictos recientes o “atávicos”, es decir, que residen latentes en el inconsciente. No es extraño que los “sueños” sean, en el lenguaje corriente, sinónimo de metas y aspiraciones. Freud amplió su teoría en libros posteriores.
A grandes rasgos, los sueños también reflejan carencias en la resolución de ciertas fases que Freud creía que marcan la vida humana. Por ejemplo, la “fase oral” que se extiende desde el nacimiento hasta la infancia y en el cual hay una fijación con la boca. Muchos sueños recurrentes con símbolos incompletos o inacabados apuntan a la no superación plena de esta fase.
La “fase anal”, que concluye con el control pleno de los esfínteres. Según Freud, por ejemplo, los sueños en los que intentamos pero no podemos poner las cosas en orden, denuncian que esa etapa no fue plenamente concluida.
La “fase fálica” apunta directamente a los famosos complejos de Edipo (para los varones) y de Elektra (para las hembras), el amor sexual inconsciente que tenemos por los progenitores de sexo opuesto. Sueños en los que se antagoniza a uno u otro, refuerza la convicción de que esa fase no se ha resuelto. Todos tenemos, aunque sea en pequeñas proporciones, residuos de esos complejos sin superar.
El “período de latencia”, cuando el niño aprende sobre su propia sexualidad, dispara sueños que pueden delatar la tendencia sexual del soñador.
En todo caso, para Freud los sueños son mensajes en claves que hablan de lo no resuelto, de lo no satisfecho.
Carl Jung, seguidor de Freud que luego siguió su propio camino, veía en la mente inconsciente dos dimensiones: la personal y la colectiva. De ahí surge el célebre concepto de “inconsciente colectivo”, un residuo de símbolos creados por la sociedad y compartidos a través de la educación, la comunicación, los medios, etc.
En los sueños según Jung hay “personajes” que comprenden los símbolos asociados con el mundo real. Es la máscara que usamos para presentarnos al mundo, el disfraz. Hay “sombras” que reflejan las áreas no desarrolladas de la psique humana, un eco de la teoría freudiana. Hay “ánimas”: la imagen idealista que tenemos de nosotros, fuertemente asociada a la sexualidad. Con estas herramientas la analítica junguiana apunta a un desciframiento menos causal y más referencial.
En la segunda y tercera década del sigo XX, en Europa, hubo un movimiento intelectual (literario y plástico) que vindicó los hallazgos de Freud y consideró a los sueños como una fuerza creativa en sí mismos. Fue el surrealismo. El “Manifiesto Surrealista” redactado en 1924 por André Breton dice:
“Con toda justificación, Freud ha proyectado su labor crítica sobre los sueños, ya que, efectivamente, es inadmisible que esta importante parte de la actividad psíquica haya merecido, por el momento, tan escasa atención. Y ello es así por cuanto el pensamiento humano, por lo menos desde el instante del nacimiento del hombre hasta el de su muerte, no ofrece solución de continuidad alguna, y la suma total de los momentos de sueño, desde un punto de vista temporal, y considerando solamente el sueño puro, el sueño de los períodos en que el hombre duerme, no es inferior a la suma de los momentos de realidad, o, mejor dicho, de los momentos de vigilia.
(…) Dentro de los límites en que se produce (o se cree que se produce), el sueño es, según todas las apariencias, continuo con trazas de tener una organización o estructura.
(…) El espíritu del hombre que sueña queda plenamente satisfecho con lo que sueña. La angustiante incógnita de la posibilidad deja de formularse. Mata, vuela más de prisa, ama cuanto quieras. Y si mueres, ¿acaso no tienes la certeza de despertar entre los muertos? Déjate llevar, los acontecimientos no toleran que los difieras. Careces de nombre. Todo es de una facilidad preciosa.“
Los surrealistas nos ofrecen un sorprendente catálogo de obras inspiradas (e inspiradoras) de sueños. Les ofrezco una breve galería:
La obra maestra o los misterios del horizonte. Rene Magritte (1955).
El gran masturbador. Salvador Dalí (1929).
El carnaval del arlequín. Joan Miró, s/f.
El sueño. Henri Rousseau (1910). Antes del surrealismo formal pero considerado un antecedente.
También invadió el cine, con el catalán Luis Buñuel como uno de sus mayores exponentes. En 1929 el cineasta realizó uno de los más famosos films experimentales: “El perro andaluz” (Un Chien Andalou). Buñuel escribió el guión con la colaboración de Salvador Dalí y comentó que la obra surgió de la confluencia de dos sueños: Dalí soñó con cientos de hormigas que serpenteaban sobre su brazo (por cierto, un leitmotiven su obra) y Buñuel vio un cuchillo que seccionaba la pestaña de alguien.
La obra completa (y sonorizada en 1960, dado que originalmente fue muda):
Frases
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“De toda la memoria solo vale / el don preclaro de evocar los sueños”. Antonio Machado
“Un hombre que no se alimenta de sus sueños envejece pronto.” William Shakespeare
“Soñar en teoría, es vivir un poco, pero vivir soñando es no existir.” Jean Paul Sartre
“Todo lo que vemos o parecemos es solamente un sueño dentro de un sueño.” Edgar Allan Poe
“¿Acaso el sueño no es el testimonio del ser perdido, de un ser que se pierde, de un ser que huye de nuestro ser, incluso si podemos repetirlo, volver a encontrarlo en su extraña transformación?” Gastón Bachelard
“Desafortunadamente, el equilibrio de la naturaleza estipula que la super-abundancia de sueños se paga con el aumento de las pesadillas.” Peter Ustinov
Films
El cine, más allá del Perro Andaluz, se ha alimentado del sueño en más de un sentido: el acto de soñar, sus significados, su escenografía…
En el Bebé de Rosmary, de 1968, la protagonista presencia (sin entenderlo todavía) cómo es impregnada por el diablo.
En las Fresas Salvajes de Igmar Bergman, el Profesor Isak se sueña en calles desiertas, pasa un coche, hay un ataúd con él adentro.
En la serie Twin Peaks, de David Lynch, hay un sueño realmente tétrico del detective que trabaja el caso de una serie de asesinatos. Con alguna referencia budista, este detective resuelve los casos soñándolos. La joven asesinada y un enano le hablan pero en reversa, junto a escenas fugaces del asesino…
¿Con qué sueña un elefantito borracho? Pues con elefantes rosas ¿qué más? (Dumbo). En Blade Runner, el héroe contempla un unicornio blanco. En American Beauty el protagonista sueña que el objeto de su deseo, una joven de 16 años, yace desnuda en una cama de pétalos de rosa y esos pétalos desafían la gravedad y vuelan hacia él o la mujer realmente está yaciendo sobre el techo.
En Inception la compleja trama lleva a un comando especializado a través del subconsciente de un hombre. Allí es posible introducir personas en el sueño, registrarlo, influirlo o cambiarlo.
Hay muchas más, demasiadas para siquiera aproximarnos. Díganme cuáles son las escenas de sueños en cine que más le han impactado.
Termino con un sueño
Caminaba yo con Edgar Allan Poe (imagínense cuánta vanidad) por la acera de una ciudad en la que jamás he estado (despierto). La mañana era brumosa, el sol no se veía. Frente a un parque de lejanía evanescente contemplamos un edificio mediano, como de ocho pisos. Le dije al autor de Las narraciones extraordinarias: “Ya regreso” y, cual pájaro, me elevé en agitado vuelo, como si cayera hacia arriba, hasta una cornisa sobre la que aterricé con cierto tino.
Desde allá miré al caballero que me acompañaba, ataviado de negro, a lo lejos, en lo bajo. Entonces ocurrió algo extraño. Sentí el terror de creerme despierto, frente al abismo, engañado por un ensueño que me empujaba a la muerte. Me invadió una paralizante acrofobia.
No podía comunicar mi desesperación a Edgar, quien miraba extrañado apoyado en su bastón. Al final, con voz quebrada, le grité que tenía pánico.
Él me contestó (en un lenguaje que tenía un orden distinto) algo que no escuché.
Todo volvió a la normalidad. Vacilé unos segundos, pero la sonrisa de mi amigo me reconfortó y, saltando cual aéreo Nijinsky, planeé en círculos cada vez más cerrados hasta aterrizar tersamente a su lado y proseguir la caminata. En ese momento, sentí que estuve por fin más allá de la muerte.
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