La Consulta por la Calidad colocó en la agenda pública el problema educativo del país. Forma y otras organizaciones hemos unido esfuerzos para cultivar conciencia sobre el tema y a continuación compartiré impresiones desde tres perspectivas: análisis contextualizado de la Consulta, intercambio de opiniones con familias de distintos estratos socioeconómicos y mi condición de madre – esposa con vocación de servicio hacia lo público.
Desde que se inició la discusión sobre la Consulta hicimos una invitación pública a su análisis en contexto. Propusimos enmarcar la reflexión en el momento histórico en que surgió la iniciativa oficial. Debemos considerar que la Consulta apareció en medio de una profunda crisis política que, según la Conferencia Episcopal Venezolana (abril, 2014), encuentra sus causas fundamentales en “la pretensión del partido oficial y autoridades de la República de implantar el Plan Patria, detrás del cual se esconde la promoción de un gobierno de corte totalitario”. Esta realidad nos invita a ampliar el análisis y a trascender aspectos técnicos o metodológicos. Estamos frente a una gran injusticia y, en tal sentido, es un problema político.
Aunque invitamos a ver más allá de los aspectos técnicos, resulta necesario precisar algunas ideas. La propuesta, entendida como un proyecto científico, presenta críticas en su alcance y viabilidad, en el instrumento de recolección de datos y en la metodología de aplicación del mismo. En cuanto al alcance y a la viabilidad, la viceministra Soraya El Achkar aclaró que no se cumplirá uno de los propósitos del mandato de la Consulta: no se tendrá formalmente un nuevo currículo para el próximo año académico. Asimismo, el instrumento de recolección de datos, lo que ordinariamente llamamos “encuesta”, es impreciso y carece de rigurosidad: son preguntas abiertas y se traslada al facilitador un poder deliberado al momento de transcribir los datos estimados. Sumado a esto, la metodología de aplicación del instrumento es poco fiable: las “encuestas” se aplicarán en las aulas a viva voz; este procedimiento puede ser inconveniente en los colegios en donde se sufre la politización de los espacios educativos.
El análisis debe incluir también dimensiones humanas como el miedo, el amor y la esperanza. No debemos olvidar que en Venezuela hay distintos tipos de comunidades educativas: 83% de las escuelas son oficiales y 17% son privadas. Las familias que hacen vida en las primeras sufren la politización de los espacios educativos, mientras que las segundas resisten a esta ambición limitando la presencia del régimen en sus entornos más cercanos. Después de más de dos meses de Asambleas Ciudadanas, en donde le hemos llegado a más de 12000 personas, puedo afirmar que nos une el miedo, el amor y la esperanza. Las familias venezolanas tenemos miedo; esta realidad condiciona nuestras acciones y la relación que tenemos con el bien común. El miedo nos encierra en nosotros mismos, nos atomiza y nos reduce a la supervivencia. Son muchas las comunidades educativas en donde se violenta a las voces disidentes, son miles las personas jubiladas antes de tiempo por pensar distinto y son demasiados los alumnos que reciben clases de historia al servicio del proyecto revolucionario. Estas injusticias nos empobrecen material y espiritualmente. Por eso, nuestro gran reto es generar espacios libres, auténticos y legítimos de participación – como las Asambleas Ciudadanas – en donde las familias se puedan conocer, reconocer y articular. En estos espacios ciudadanos, que con tesón y entrega estamos construyendo, identificamos el miedo que sufrimos, nos evaluamos en el amor a nuestros hijos y nos unimos en acciones que nos orientan con esperanza a un futuro mejor.
Ver la consulta en contexto implica entonces identificar la naturaleza del régimen que nos somete, analizar su calidad técnica y solidarizarnos con el difícil momento que vive la familia venezolana. Son muchas las injusticias que ocurren en materia educativa y la Consulta está enmarcada en esa realidad. Es un deber moral de quienes tenemos vocación de servicio hacia lo público orientar nuestros esfuerzos hacía los verdaderos responsables de esta desgracia que sufrimos como pueblo y acompañar en sus angustias a quienes de manera auténtica manifiestan su preocupación. Cuando el país vive sus horas más oscuras, la educación nos convoca y nos ofrece una oportunidad de unión en torno a un tema que es de todos y para todos. La educación nos une, nos convoca y nos exige mente clara y corazón abierto.