Edgardo Ricciuti: El tabú de la violencia

Edgardo Ricciuti: El tabú de la violencia

thumbnailEdgardoRicciutiCada época histórica ostenta modelos conductuales que pretenden imponerse como dogmas. Hoy en día, uno de los que más condiciona a la sociedad venezolana es el de “la no violencia”.

Aunque lo que se vive en Venezuela no es una guerra en el sentido convencional, es imprescindible tratar de trazar un mapa desapasionado sobre algunos de los principios básicos sobre lo que impulsa al hombre a recurrir a la violencia para la solución de conflictos.

Puede ser de mucha utilidad lo que afirma Michael Walzer, cuando diferencia el derecho de emprender una guerra (ius ad bellum) del cómo se la conduce en la práctica (ius in bello).





En el primer caso, uno de los principales derechos que justifican un conflicto es la autodefensa, es decir, el derecho individual que legitima las acciones de cada ser para salvaguardar su integridad personal o la de otros. En el segundo caso, se discuten las interrogantes sobre los métodos aceptados que se utilizan en el conflicto para lograr el objetivo final.

¿Podríamos aceptar, entonces, que es “natural” la utilización de la violencia en defensa propia cuando se hace imposible un entendimiento sobre la base del respeto mutuo porque una de las partes impone violentamente su cosmovisión del existir sobre la otra? Según los teóricos del Iusnaturalismo, la respuesta es sí, pues no existe razón alguna que justifique dictámenes arbitrarios por parte de Estado o régimen político alguno.

Más aun, cuando los que ejercen el poder utilizan a las fuerzas militares para imponerse con violencia, desvirtuando el verdadero rol que poseen dichas instituciones, que es el de proteger la soberanía de la Nación, e incluso, más aún tratándose de fuerzas mercenarias carentes de toda ética o conocimiento del ius in bello, la autodefensa de los ciudadanos emerge como una consecuencia natural y lógica.

Es ingenuo pensar que una dictadura pueda comprometerse en un ejercicio plural de la política y, más ingenuo aún, que pueda verse perturbada por la no-violencia.

Una no-violencia dogmática beneficia a los poderes dominantes, cuyo único peligro radica en la desobediencia, el desconocimiento de las instituciones y el caos generalizado. Convencer a los titulares del poder a no rebelarse, esperanzándolos con sueños mesiánico-platónicos de distensión, diálogos que en realidad son simples negociaciones de cúpulas, amor al prójimo y cuanto fetiche inútil exista, resulta el más útil de los instrumentos para la dominación de todo grupo de poder, que en el caso venezolano, agrupa a los dirigentes del régimen y a su mediática oposición.

El desestimar el hecho de que la violencia es siempre el resultado de procesos políticos desacertados, el no querer entender o no querer ver que es siempre el efecto de prácticas despóticas que imposibilitan la canalización de demandas, lo alimenta exponencialmente, abriéndole  paso a procesos cuyas consecuencias no son fácilmente predecibles, dándole así suma vigencia a la famosa frase de Carl von Clausewitz: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”.