En estos días se ha encendido un debate en Venezuela sobre lo que el gobierno cataloga como “el modelo económico”. Las virtudes del modelo las han voceado dos miembros prominentes del régimen, Rafael Ramírez, especie de cónsul en materia económica y el vicepresidente, Jorge Arreaza. Van más allá Ramírez y Arreaza y dicen que con motivo de las conferencias de diálogo en materia económica, todo está sujeto a discusión, menos el “modelo económico”, porque el mismo ha sido exitoso.
Para entender el modelo en discordia hay que hacer una labor de exégesis, tratando de descubrir lo que aparentemente está oculto. Cada uno de los que hablan de economía en el gobierno tiene su interpretación sobre lo que significa el modelo. Quizás para el profesor Jorge Gioradni, el modelo económico haga referencia a los polos de desarrollo que se conformaron en el Eje Orinoco-Apure, hoy en pleno desarrollo y altamente productivos para el país. Para Nelson Merentes, probablemente el modelo económico tenga más que ver con lo crematístico, la colocación de bonos en dólares pagaderos en bolívares, las asignaciones de divisas de forma discrecional, entre otras cosas.
Lo cierto es que haciendo un gran esfuerzo se puede extraer entre tanto discursos y apartando el grano de la paja, cuatro características de lo que podríamos llamar el modelo económico, aplicado entre 1999 y 2013, pero con énfasis desde 2007 cuando se acentuó la política de expropiaciones y nacionalizaciones de empresas. La primera hace mención a la ampliación del rol del Estado como propietario de los medios de producción. Esta izquierda paleolítica que gobierna asocia socialismo con propiedad estatal, al mejor estilo estalinista. La segunda tiene que ver con la concepción estatista del petróleo que ve a este recurso mineral principalmente como fuente de ingresos fiscales en detrimento de la actividad económica. Ello ha llevado a una caída sistemática de la producción petrolera. La tercera es la que concibe toda la política económica basada en controles de cambio y de precios y la creencia que anclando el tipo de cambio se puede bajar la inflación. La cuarta es la relativa a la conformación de nuevos grupos económicos con el objeto de desplazar a los tradicionales. De allí nació la llamada boliburguesia, que ha hecho fortuna a un ritmo relampagueante.
La tercera característica, es decir, aquella que fundamentó la política económica en los controles y el anclaje cambiario es una de la que más daño le ha hecho al país. Esta es una política cuyo promotor ha sido el hoy ausente de la escena, profesor Jorge Giordani, con el apoyo explícito o implícito de los restantes miembros del equipo económico. La literatura sobre economía en Amétrica Latina está repleta de ejemplos fallidos donde se ha querido usar la fijación del tipo de cambio para contener la inflación, ello en un contexto de significativos desbalances fiscales y monetarios. Esa política aplicada en los países del Cono Sur se tradujo en crisis se balanza de pagos motivadas en salidas de capital, contracción de la economía y a la larga en elevada inflación cuando ya la fijación del tipo de cambio no pudo soportar el déficit fiscal y los precios saltaron.
Casi treinta años después los resultados en Venezuela son exactamente los mismos que en aquellos países, pero con la diferencia que aquí los signos de la crisis tardaron más tiempo en manifestarse porque el abundante ingreso petrolero fue posponiendo la irrupción de los problemas que se gestaban. Un cálculo basado en cifras del BCV permite aseverar que entre 1999 y 2013, de cada cien dólares que ingresaron por exportaciones petroleras, veinte salieron en forma de fuga de capitales, por diversos mecanismos, entre otros sobrefacturación de importaciones, compra de bonos en dólares adquiridos en bolívares, entre otros instrumentos.
Uno de los efectos de la política de fijación del tipo de cambio ha sido el haber profundizado la dependencia de las importaciones y destruido a un pequeño pero activo sector exportador no petróleo, hoy fundido y cuya reconstrucción no va a resultar tarea fácil. El gráfico adjunto puede apreciarse el aumento sistemático de las importaciones no petroleras y la caída de las exportaciones de bienes distintas al petróleo. Ahora que el país necesita las divisas que generaba este sector, con monto cercano a los US$ 7.000 millones anuales en sus mejores momentos, no las tiene ni las tendrá en el corto y mediano plazo, porque la política implícita en el modelo económico era destruir esas capacidades productivas para abrirle paso a las importaciones, como efectivamente sucedió. Conviene recordar que buena parte de los acuerdos con otros países que suscribió el presidente Chávez era para que Venezuela comprara, nunca para que vendiera. Allí están los resultados.