Las políticas económicas adelantadas durante los últimos años han logrado ratificar lo que muchos estudiosos de la materia habían anunciado: el socialismo real solo conduce al empobrecimiento de los ciudadanos y a una severa disminución, sino aniquilación, de la calidad de vida del pueblo en general.
Quienes se dedican al estudio de la calidad de vida, lo ven como un concepto multidimensional. Es decir, como un asunto que tiene que ser abordado desde distintos matices. La idea de este artículo es hacer un vuelo rasante sobre los distintos elementos que nos ayuden a poner en perspectiva la calidad de vida de los venezolanos.
Comenzaremos por el bienestar físico. Esto tiene que ver con dos aspectos fundamentales. Por un lado con la salud y por el otro con la seguridad física. Es evidente que la salud de las personas depende de múltiples factores siendo uno de los más importantes lo que el individuo pueda hacer por sí mismo. También entran las garantías previstas en la constitución y en donde el gobierno tiene una responsabilidad fundamental. Lo peor que le puede pasar a un venezolano es enfermarse. Los servicios de salud son precarios. El acceso a las divisas ha perjudicado también al sector privado. Las colas para operaciones obligatorias son gigantescas, la reaparición de enfermedades erradicadas como la tuberculosis o la malaria nos indican una deficiencia evidente de los servicios sanitarios.
La seguridad física es inexistente por decirlo rápido. Aquí encontramos una de las grandes fallas en política de este gobierno. La criminalidad acaba con la vida de miles de familias todos los años. Dos decenas de planes de seguridad y miles de millones de bolívares gastados, no han servido para que el venezolano esté y se sienta seguro. En esta dimensión, la calidad de vida deja mucho que desear.
En cuanto al bienestar material encontramos también una situación indeseable. La alimentación ha sido perjudicada por las políticas más nefastas que se puedan haber aplicado al sector en la historia. Pagamos las consecuencias de las expoliaciones y de la intromisión del gobierno en áreas que le son ajenas y para las cuales no está preparado. La dificultad para conseguir vivienda, ya sea propia o alquilada es de dimensiones colosales. Las políticas del gobierno han afectado gravemente este sector y los jóvenes se ven sin futuro en la satisfacción de esta necesidad. El transporte en nuestras ciudades es una calamidad. El deterioro de la infraestructura, de las unidades de transporte, las fallas recurrentes del sistema de transporte masivo son solo algunos elementos que nos hablan del sufrimiento que significa ir de un lugar a otro. Otra dimensión en la cual nos encontramos en situación indeseable.
En la dimensión del bienestar social tenemos un ámbito básicamente privado. Sin embargo, la situación de inseguridad afecta la movilización de las personas. El pueblo ha terminado auto imponiéndose un toque de queda. Las visitas vuelven a ser telefónicas. La gente tiene miedo de andar por la calle. Por otro lado, la división política ha afectado las relaciones personales y hasta familiares. La gente evita encontrarse para no volver a discutir sobre la situación del país e inventariar las distintas causas de lo mal que estamos viviendo.
En cuanto al desarrollo de las personas y su actividad, encontramos las deficiencias del sistema educativo venezolano, cuya calidad se encuentra entre las peores del continente. Aquellos que logran obtener un título universitario se desempeñan muchas veces en áreas distintas a las asociadas con su formación. Muchos profesionales se unen mensualmente a la fuga de cerebros que azota al país y que compromete su desarrollo futuro. Las leyes que restringen la producción y el comercio afectan el desarrollo de las personas en su productividad y capacidad para generarse un mejor estándar de vida.
Todo esto se suma en lo que tiene que ver con la quinta dimensión de la calidad de vida: el bienestar emocional. Para nadie es un secreto el estado de angustia e incertidumbre en la que vive el venezolano. Todos los factores anteriores conspiran contra su autoestima. La incapacidad de satisfacer con facilidad necesidades básicas lo pone a la cola de los pueblos del continente. La dependencia de las políticas cada vez más restrictivas del gobierno hace que la gente se conciba con cada vez menos capacidad de sentirse bien consigo misma y con el entorno que las rodea.
El capital social de los venezolanos se ha agotado. La confianza interpersonal se encuentra en los peores niveles de la historia. Hay una duda permanente en cuanto a qué esperar del otro. Los valores se han trastocado de tal forma que hemos llegado a un estado de anomía que les impide a las personas saber a qué atenerse en cualquier circunstancia.
Como podemos apreciar en este vuelo rasante, la política tiene la capacidad de afectar la calidad de vida. En nuestro caso, de una forma negativa. Las encuestas señalan un grado de insatisfacción con lo que estamos viviendo que alcanza una cifra record desde que se hacen estas mediciones, de 80%. Es decir, cuatro de cada cinco venezolanos piensa que la situación del país está mal.
No hay nada en las políticas del gobierno que augure un cambio en sentido positivo. Por el contrario, la aplicación en cámara lenta de un programa de ajustes económicos tipo FMI, permite predecir un mayor deterioro en todas las dimensiones que componen el concepto calidad de vida.
Consecuentemente, la evaluación del gobierno seguirá siendo negativa y las razones para protestar seguirán estando vigentes. La inestabilidad política y sus nefastos efectos sobre lo económico y lo social están claramente vaticinados en el corto y mediano plazo venezolano.