A partir de aquel diciembre de 1842, el nombre de Bolívar y su presencia nos inunda. Se llama así nuestra moneda que para afrenta al Padre de la Patria, es cada vez de valor más escaso. Quienes mayor culto han rendido al epónimo, son los mismos que la han ido devaluando hasta transformarla en una partícula del dólar americano y en un microorganismo del euro. El centro de todas las ciudades y pueblos de Venezuela se reconoce porque hay una estatua ecuestre de Bolívar y si el pueblo es pequeño y pobre, entonces un busto de bronce colocado sobre un pedestal de piedra. La plaza, obviamente, se llama Bolívar. El país está lleno de avenidas, calles, liceos, escuelas y hospitales que llevan el apellido Bolívar a secas o acompañado del nombre de pila Simón. Hay un Estado suroriental llamado Bolívar bastante rico en hierro, diamantes, oro, energía hidráulica y otros dones de la naturaleza y de su aprovechamiento por el hombre. Así fue hasta que los gobernantes más bolivarianos de todos los tiempos, lo hundieron en una ruina similar a la del resto del país. Una de las mejores universidades de Venezuela es la Simón Bolívar que a duras penas sobrevive al odio que la revolución bolivariana siente por la autonomía universitaria y por los institutos de educación superior, en general. En las últimas semanas los colectivos o bandas armadas del gobierno de Nicolás Maduro, han incendiado 18 universidades y han incursionado varias veces en la más importante del país, la Central, en Caracas, destruyendo bibliotecas, aulas e instrumentos de enseñanza. Como Chávez no pudo soportar el rechazo mayoritario que los estudiantes y el profesorado de todas las universidades del país le manifestaban, creó una universidad, no faltaba más ¡Bolivariana!. La orden del caudillo supra planetario e inmortal, fue que esa universidad graduara médicos, abogados y otros profesionales en solo tres años. Es muy probable que un abogado ignorante e inepto haga encerrar a su cliente pero un mal médico sin lugar a dudas lo entierra. Uno de mis seguidores en Facebook escribe en su perfil: “egresado de la Universidad BOLIBARIANA“. ¿Qué más podríamos agregar?
Cuando Hugo Chávez se reveló como el más bolivariano de todos los gobernantes del país, incluido José Antonio Páez, dio el primer paso de su paroxismo cambiándole el nombre a Venezuela por República Bolivariana. Pero había algo, una piedra en el zapato que lo atormentaba. Simón Bolívar no era solo Simón Bolívar, era Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco. Cuatro apellidos y todos de abolengo en un país en el que probablemente la mitad de sus habitantes apenas tiene uno. ¿Como podría un gobierno revolucionario que derrumbó las estatuas de Cristóbal Colón porque su llegada a la América causó el genocidio indígena, aceptar que Simón Bolívar era de ascendencia absolutamente española y además criollo y mantuano, lo que significaba que era de la elite dominante y blanca? ¿Cómo digerir en un país donde según la conseja popular, quien no lanza flechas toca tambor en alusión a la mezcla étnica que se produjo con la llegada de los esclavos africanos, que la familia Bolívar exhibía lo que en esos tiempos se llamaba pureza de sangre? Chávez era, como el mismo lo pregonaba, de origen zambo, es decir, mezcla de indio y negro pero en su caso con un toque de blanco. Y al mismo tiempo Chávez era hijo (aunque putativo) de Bolívar y estaba a punto de convertirse en Bolívar mismo. Se presentaba pues una complicación con los orígenes del héroe libertador.
Entonces procedieron a lo que bien podríamos llamar la deconstrucción del Simón Bolívar histórico. Ya no habría nacido en Caracas, en el centro de la ciudad y en una casona que milagrosamente sobrevive a la locura urbanística que destruyó toda nuestra herencia arquitectónica. Bolívar nació en Barlovento, tierra emblemática de la negritud venezolana. Nadie explica qué hacía la señora Palacios y Blanco de Bolívar y Ponte, una dama de salud precaria y además embarazada, en tierras de sol ardiente y sin aire acondicionado. El hecho es que para la revolución que no podía ser otra cosa que bolivariana, doña Concepción no tuvo más remedio que parir allá. Ese extraño acontecimiento podría sugerir que la mamá del futuro Libertador dio un mal paso y que quizá el papá del niño Simón no era don Juan Vicente Bolívar y Ponte, sino algún esclavo de la familia. Nadie lo dijo pero ese posible adulterio habría sido la venganza de doña Concepción contra su marido, un obseso sexual que fue expulsado del pueblo de San Mateo en el Estado Aragua, por haber violado a cuanta niña aparecía ante sus ojos. Una vez planteada esta duda subliminal sobre la paternidad de don Juan Vicente Bolívar, vino otro paso: cambiar la imagen de El Libertador plasmada en infinidad de pinturas de su época y copiada en retratos, estatuas y en lo más cotidiano y manoseado por el colectivo, la moneda. Entonces una misión con disfraces de astronautas encabezada por el mismo Chávez, procedió a remover los restos mortales del prócer y a reconstruir por medios digitales su “verdadera imagen” . El resultado fue un señor de facciones más cercanas al hombre de Cromagnon que a las de un mestizo de estas tierras. Enseguida devino la obligatoriedad de cambiar los retratos de El Libertador imprescindibles en toda dependencia oficial, por los que representan a ese Bolívar de dudosa filiación.
Muere Chávez y queda Maduro, mucho más sumiso en su entrega a los dictadores cubanos. A él le correspondió colocar la guinda que le faltaba a la torta histórica: justificar la presencia hegemónica de Fidel y Raúl Castro en Venezuela. Según los nuevos libros de historia hechos en socialismo, una nodriza cubana amiga de doña Concepción, se encargó de darle de mamar al recién nacido Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco. No se explica como la aristocrática mamá del futuro héroe tenía amistad con nodrizas y menos cubanas. ¿Cómo y cuándo llegó esa señora con sus pechos cargados de leche a Caracas o a Barlovento, según el cuento que se quiera creer? ¿Cuánto duraba la travesía de la isla antillana a Venezuela para que la nodriza llegara a tiempo de cumplir su cometido? O bien, ¿qué hacía una nodriza cubana en Caracas cuando aún no existía Fidel Castro y no se había producido la anexión de Venezuela a Cuba? Para no desairar al sector afrodescendiente del pueblo venezolano, la cubana le dio de sus pechos al niño Simón por unos días y luego dejó encargada de la misión láctea a la Negra Hipólita, la nodriza que todos conocemos. Todos es un decir, porque si este batiburrillo de revolución bolivariana continúa, los niños que hoy estudian la primaria en las escuelas del país saldrán imbuidos de esa patraña oficialista que se ha tragado la verdadera historia, la genuina, la de siempre, la nuestra.
Publicado originalmente en el diario El País (España)