Ahora que en Argentina el kirchnerismo entró en su cuenta regresiva, es buena ocasión para contrastar su duro destino de fin de ciclo con sus primos hermanos populistas de la región. Esos otros gobiernos, que como el kirchnerismo, aplicaron en los años 2000 políticas de fuerte aumento del gasto a la vez que daban un mucho mayor papel al Estado, generalmente en un formato autoritario o francamente represivo.
La secuencia comenzó con Hugo Chávez, elegido presidente a fines de 1998, y siguió por Argentina (2003), Bolivia (2005) y Ecuador (2006). Queda fuera de esta consideración el Brasil “lulista”, dado que jamás practicó políticas populistas ni autoritarias y, al contrario, bajo la primera de las dos presidencias de Lula y con Dilma no se escatimaron políticas económicas “ortodoxas”, para escándalo y decepción del matrimonio Kirchner. Lo mismo vale para el Uruguay del Frente Amplio y el Chile de la Concertación-Nueva Mayoría. Son reformismos prudentes, no sólo diferentes, sino la antítesis del populismo y el autoritarismo “bolivariano” o kirchnerista.
Pero veamos las diferentes actualidades del kirchnerismo y sus primos bolivarianos. En Argentina, CFK no pudo designar mediante el clásico “dedazo” latinoamericano a un sucesor de su gusto, dado que en tiempo récord dilapidó la enorme fortuna política que había formado bajo el liderazgo de su esposo, y que la llevó a aquel abrumador 54% de octubre de 2011. La crisis económica autogenerada, más que las impericias políticas, han condenado al kirchnerismo a dejar el poder en diciembre de 2015 en manos de un Daniel Scioli, o peor aún, un Sergio Massa o un Mauricio Macri, le guste o no a CFK (y claramente no le gusta, ni a ella ni a la legión de dogmáticos seguidores que creó).
De haber manejado con prudencia la macroeconomía, su poder de designación hoy sería enorme, como aquella vez que reunió en Olivos a todo el gobierno para anunciar, como en un reality show, quién la acompañaría en la fórmula de las elecciones de 2011. Las risitas nerviosas del ministro Florencio Randazzo y del finalmente feliz ganador del insólito concurso, Amado Boudou, delataban que nadie sabía qué había decidido la monárquica señora en su mansión de Olivos. Bien, hace tiempo que ese poder monárquico se ha disuelto como humo barrido por el viento. De otra forma todos estaríamos hablando a estas alturas en Argentina, o bien de una reforma constitucional para habilitar un tercer mandato consecutivo de CFK (lo más probable) o de un sucesor que ya tendría asegurada la presidencia de la república (imagine el lector a quien quiera: cuando el líder tiene poder de designación, hasta el más gris funcionario puede ser el feliz poseedor del número ganador).
Pero el brutal manejo de la economía, la falta evidente de un equipo económico, el desprecio por los técnicos de carrera, y sobre todo la compulsión al gasto sin control ni contralor alguno han llevado al kirchnerismo a su ruina. Repasemos los números gruesos: inflación que para este año va a superar el 35%, combinada con una recesión que se profundiza cada mes (la temida estanflación que al menos desde 2009 pronosticaban los “ortodoxos”); consecuente caída del salario real y ahora, avanzado el año, el dato más temido merodea a los argentinos: el desempleo empieza a subir. No hay todavía cifras a mano en forma de porcentaje, pero se sabe que ese 35-40% del empleo que es en negro está sufriendo despidos, mientras las suspensiones se multiplican en la industria automotriz. La construcción, reino de la informalidad laboral, parece haber producido despidos masivos desde que el anuncio del “cepo” cambiario le dio un golpe letal a fines de octubre de 2011. Sumemos el déficit fiscal inocultable, altísimas tasas de interés y emisión monetaria, la que, luego de un descanso, ha vuelto a galopar. Es esta mala “macro” la que va a condenar al candidato oficialista que surja el año que viene de las primarias, casi seguramente Daniel Scioli, a la derrota. Y precisamente, si Scioli tiene aún reales chances de victoria es porque NO es un verdadero kirchnerista, sino más bien todo lo opuesto. De otra forma, si fuera un K de pura estirpe, ya estaría perdido.
Pero, ¿qué pasa en los países hermanos del kirchnerismo? En Venezuela, creadora del movimiento socialista bolivariano, Nicolás Maduro atraviesa una situación socioeconómica aún peor que la Argentina K. Los argentinos ni pueden imaginar el nivel de escasez y desabastecimiento que padecen los venezolanos, condenados a perder varias horas diarias para conseguir bienes tan básicos como arroz y leche. La inflación araña el 60% anual. Maduro introdujo, en medio de la actual ola de protestas estudiantiles, la tarjeta de racionamiento. La represión del gobierno chavista del movimiento “de calle”, llamado por sus líderes “La Salida”, ha servido para dejar en segundo plano el descontento popular con el desastre económico bolivariano, mientras el barril venezolano se pasea bien por encima de los 90 dólares.
La estrategia del sector moderado de la oposición liderada por Henrique Capriles y Guillermo Aveledo parece estar llevando la razón contra el sector radicalizado, mientras las protestas inevitablemente se van agotando y han cansado a buena parte de la población. Esperar que el gobierno del incapaz presidente Maduro se cocinara a fuego lento en su propia salsa de inflación, devaluaciones y desabastecimiento era -y es- claramente, una estrategia política mucho más inteligente. El hecho indiscutible es que el régimen chavista está en una profunda crisis, y cada vez más debe apoyarse en su brazo represivo para mantenerse en pie. Su futuro es cuanto menos muy comprometido. Está así, si no de salida como el kirchnerismo, sí golpeado en su línea de flotación.
Hay sin embargo dos “hermanos” del fallecido Chávez que parecen haber tomado nota en silencio del desmadre de gasto que hirió de muerte al chavismo ya en vida del caudillo. Se trata del boliviano Evo Morales, quien se decía “hermano menor” de Chávez, y del ecuatoriano Rafael Correa, con una relación más distante con el verborrágico coronel venezolano. Aunque tanto Bolivia como Ecuador tienen problemas por la falta de inversiones extranjeras, que han ahuyentado Morales y Correa con sus expropiaciones y retórica anti-mercado, basta revisar los “números” de sus respectivos países para darse cuenta que en estos años han tenido un manejo muy prudente de las cuentas fiscales y, más allá de esa retórica, han sabido respetar el rol del sector privado en sectores clave para la creación de riqueza.
Baja inflación y alta tasa de crecimiento anual gracias al boom de las materias primas han puesto a ambas naciones andinas en una senda no demasiado distante a la de Perú, Chile y Colombia, al menos en cuanto a las cuentas nacionales. Cualitativamente, es claro que los países de la Alianza del Pacífico están en otro nivel. Pero ese equilibrio macroeconómico les garantiza a ambos mandatarios su permanencia en el poder. Evo Morales este año va por una nueva reelección, gracias a la reforma constitucional; Correa cumplió la misma estrategia para perpetuarse: reforma y reelección, con un horizonte que le asegura largos años en el poder. Y aun así ya planteó una nueva reforma que le permita la reelección indefinida. Los dos han mostrado el lado negro del “socialismo bolivariano”: persecución implacable de los opositores y de la prensa y de cuanto “enemigo de la revolución” se les ocurra, lo que inclina mucho la cancha de cualquier competencia electoral. Pero está fuera de toda duda que tienen un consenso amplio y sólido, y que este se basa no en sus políticas represivas sino, fundamentalmente, en las distributivas, combinadas con ese orden macroeconómico que muestran sus países.
Son así una suerte de “revolucionarios ortodoxos”, que combinan autoritarismo a manos llenas con conservadurismo fiscal y prudencia en el trato de la economía. Todo lo contrario de lo visto en la Argentina K y en la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Los resultados, a la vista: el chavismo está contra las cuerdas y con un futuro muy incierto; el kirchnerismo ya se despide del poder, acosado por el fantasma de futuros juicios por corrupción; en cambio, los dos mandatarios andinos se aprestan a seguir gobernando por largos años.
Pablo Díaz de Brito es periodista y redactor especial de Análisis Latino, portal de CADAL.