Madrugada Roja: La Habana se está matando allá afuera

Madrugada Roja: La Habana se está matando allá afuera

Foto 14ymedio
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Una noche cualquiera en el Hospital Calixto García, varios vagabundos ocupan los bancos del salón de espera del Cuerpo de Guardia. Aquí encuentran refugio para resguardarse del frío de la madrugada, ajenos a los dramas que transcurren por los pasillos del hospital. Mientras la ciudad duerme, el Calixto García es el escenario de las historias más sórdidas que salpican la vida nocturna habanera, así lo publicó 14ymedio.com.

Víctor Ariel González/ La Habana

En la entrada principal de la sala de urgencias, abierta al público, una enfermera y una oficial de policía descansan apoyadas sobre sus escritorios, a la espera de que algún caso llegue. Este lugar tiene la particularidad de ser tan frecuentado por gendarmes que luce casi como una comisaría. Hasta aquí vienen a parar las víctimas de la violencia extrema en las calles, para recibir los primeros auxilios por las terribles heridas que traen. Los pacientes llegan tanto a pie como en ambulancias, o bien en patrulleros que van acumulándose frente al pabellón.

También acuden aquí quienes sufrieron un accidente o por otro tipo de emergencia. Sus acompañantes son la mejor garantía de que la pesadilla de pasar por este sitio durará lo menos posible. Todo está deteriorado o roto aunque sí se puede leer muy claro, en brillantes carteles, que está prohibido tomar fotografías. Una cámara de circuito cerrado de televisión vigila el salón de espera.

A la 1:26 AM entran dos policías escoltando a un herido. No pasa de los 20 años, viene esposado y exhibe cortes recientes en su antebrazo izquierdo.Trae la ropa ensangrentada y camina con aire autoritario. Durante toda la noche se repiten escenas como esta, de hombres jóvenes que hacen como si entraran en un hospital de campaña porque hay una guerra en las calles. No hay vergüenza o temor por las consecuencias de un posible delito: sus heridas son sólo marcas de una batalla.

“… ¡Y La Habana está matándose allá afuera!”, exclama el chofer de una patrulla en voz alta quejándose porque ha tenido que traer otro caso y debe quedarse un rato. “Él no e’ familia mía…”, argumenta impaciente el oficial.

Hay gente observando lo que sucede, pues la privacidad es un lujo inexistente

Los gritos estremecen la madrugada mientras atienden a un adolescente que se ha dislocado un hombro y luce como drogado, los gritos estremecen la madrugada. Una conserje de aspecto feroz le ordena que se calle, maldice en voz alta cuando ve que tiene que limpiar el desastre que está ocasionando el muchacho. Hay gente parada en la puerta de la enfermería observando lo que sucede, pues la privacidad es un lujo inexistente en medio de tantas carencias, así como parece serlo la educación.

Mientras tanto, una señora muy mayor yace medio desnuda sobre una camilla. Sus familiares apenas han alcanzado a ponerle una chaqueta encima de la bata de dormir y corren de un lado a otro con radiografías en la mano. Llevan caras de resignación. Para hacer todas sus gestiones han debido dejar a la anciana en pleno salón de espera, tendida, a la vista de todos. Alrededor de la abuela, el hospital sigue su ritmo sin reparar en sus quejidos: los enfermeros duermen, bromean entre sí o cantan algunos de los estribillos chabacanos que hoy están de moda en Cuba (Pinocho/ Pinocho/ Te están cazando/ Pa’ hacerte un ocho…).Casi no se ven médicos experimentados. En cambio van y vienen estudiantes, latinoamericanos en su mayoria, concentrados en sus conversaciones sobre el último paseo o el próximo seminario. Todo el personal es muy joven.

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