Juan Guerrero: El cuarto oscuro

Juan Guerrero: El cuarto oscuro

thumbnailjuanguerreroEscuchar los relatos de quienes han sido torturados, maltratados y vejados por las fuerzas represoras del régimen venezolano, genera indignación y náuseas.

Mientras relatan sus testimonios se les observa inquietos, ansiosos y con un profundo dolor, no tanto por haber sentido en sus cuerpos maltrato y golpes, como por haber sido vejados y humillados.

El relato de G. es dramático. Lo tenían en un centro militar con los ojos vendados. En una de las tantas torturas, lo metieron junto con otros jóvenes, dos de ellos menores de edad, en un cuarto completamente oscuro.





Seguidamente lanzaron una bomba lacrimógena. En la oscuridad G. debió soportar los asfixiantes gases tóxicos, mientras calmaba a los muchachos que lloraban por la inclemencia del ardor en los ojos. Mientras esto ocurría, los guardias afuera se reían y les decían “esas nenitas de mamá que lloran de miedo”

El joven se aferra a un rosario que lleva colgado al cuello. Dice que fue lo último que pudo hacer: -me aferré a este crucifijo y me encomendé a Dios.

Lo demás fue el relato de los muchachos vomitando, llorando por los ojos que ardían como brasas y las risas y burlas de los guardias.

Pero si esto no fue suficiente. También escuché el relato de un ama de casa. Contó cómo fue detenida, junto con su hija menor de edad y otras mujeres. Las llevaron al tenebroso Destacamento 47, en Barquisimeto.

Keila Brito relata parte de los maltratos a la que fue sometida: -Nos trajeron al Destacamento 47. No bien llegamos unas mujeres guardias, decían “está llegando carne fresca”. Una de ellas me halo por los cabellos, me cacheteó y me dijo vulgaridades. En ese entonces tenía el cabello poco más abajo de la cintura. Me maltrataba. Me decía que nos iban a meter en el cuarto de al lado, donde están guardias que tienen varios meses “sin tener mujer”.

Después me lanzó al piso y me daba patadas con sus botas negras. –Yo rogaba a Dios que me dejara tranquila. -Yo no sé nada de política y solo voy al culto porque soy evangélica.

-Ella me sacudió la cabeza y me apretó más mi cabello. En el suelo, tomó parte de mis cabellos y con ellos limpió sus botas. Así hizo mientras se reía y me insultaba. Cuando ya había lustrado sus botas, entonces agarró unas tijeras y con ellas me cortó el cabello.

Este testimonio que escuché en el colegio de abogados de Barquisimeto, el 29 de mayo del presente año, sigue fijo en mi mente. Cuando veo un guardia nacional lo primero que miro son sus botas. Me imagino esa escena escalofriante, dantesca y altamente significativa de la humillación, del grado de degeneración y vejación a la condición humana.

El activista de derechos humanos, Rafael Narváez, indica que este es el gobierno –yo le llamo régimen- que más vejaciones, tortura y humillaciones ha infligido contra la dignidad de la mujer venezolana.

Mientras habla pienso en esos oficiales militares que por acción u omisión, permiten que en sus centros ocurra esa aberrante flagelación contra ciudadanos venezolanos. Varios de ellos, militares de alta graduación, con nombre y apellido, cédula de identidad, lugar donde ejecutó el atropello, están denunciados por las organizaciones nacionales e internacionales defensoras de los derechos humanos.

Pienso en ellos. Los veo escudados bajo un uniforme y unas botas salpicadas de sangre. Pienso en ellos y sé que en poco tiempo estarán asediados por las víctimas, familiares y amigos que maltrataron y a quienes infligieron dolor, humillación y muerte.

Pienso en esos militares quienes han torturado seres humanos, tanto física como psicológicamente. Esa tortura usada en el ya tristemente célebre  Destacamento 47 de la Guardia Nacional, en Barquisimeto, donde por las noches colocan una tanqueta frente a quienes están detenidos, le encienden las luces y activan la sirena a todo volumen para impedir que puedan dormir. Pienso en esos militares que deberán responder ante tribunales nacionales o internacionales por sus delitos de lesa humanidad.

Delitos que nunca prescriben. Sé que ellos van a pedir protección cuando este régimen desaparezca y queden a la intemperie jurídica. Cuando se vean acorralados y tal vez -ruego que esto nunca suceda- en el tránsito hacia un Estado de justicia, muchas víctimas quieran tomarse la justicia en sus manos y se cometan excesos. Porque ello es muy posible que suceda. Entonces, esos militares que hoy torturan y violan los derechos humanos, buscarán el amparo de Cofavic, de Provea, de Funpaz, incluso de Amnistía Internacional. Y de quienes a través de artículos y manifiestos siempre hemos defendido a las víctimas de la represión y tortura, de regímenes autoritarios y militaristas como el venezolano.

Y ahí estaremos también para alzar la voz y pedir respeto por la condición humana y contra el maltrato y la tortura de esos venezolanos. Lo haremos, aunque sea con un pañuelo en la nariz.

camilodeasis@hotmail.com

@camilodeasis