Hermano venezolano, durante 56 años no ha habido cambio significativo alguno, y todos quienes han ejercido el poder lo han hecho en provecho propio y de su camarilla, a costillas de la miseria y pobreza de la Nación venezolana; esa pobreza que vivimos a diario y que es fiel síntoma de la enfermedad que se enquistó en Venezuela. Unos y otros se encargaron de dividirnos, unos y otros se encargaron de trazar fronteras con la miseria; unos y otros se siguen aprovechando de tu empobrecimiento -y de nuestra pasiva tolerancia de lo intolerable- para continuar gobernando, y para continuar dejándonos en tan intemperantes circunstancias. Y es que, venga quien venga de esta miserable clase política, con sus lindos regalos sustentados en mentiras y promesas que jamás se cumplirán, la realidad seguirá siendo igual – ¡hasta el día en que tú y yo decidamos poner fin a su farsa!
Observar la realidad concreta -según se nos muestra- y revisar nuestro pasado reciente -para evaluarlo en su justa dimensión- son supuestos actos de desprecio hacia la clase popular: así lo sostienen los herederos del partidismo cuarto-republiquero, el cual los condenó a ustedes a esas condiciones en primer lugar. El alegato de los politiqueros para huir del pasado y de la realidad es que si criticamos ambas cosas, terminamos despreciándonos a nosotros mismos como venezolanos. Pero el profundo desprecio no es por la clase popular; el desprecio es hacia aquella clase política y hacia toda la estirpe de pseudo-políticos o y-que-políticos que, con caras bonitas, tonos dulces, lindas faldas con hermosas sonrisas… no son más que la continuación de esa pútrida banda de delincuentes públicos, que nos condenó a vivir adaptados a la miseria, sin miramientos de clase ni de posesiones.
Ya es hora de dar la espalda a quienes, con su hipócrita caridad, se esmeran en que cada día seamos más pobres, más dependientes de limosnas, y en que jamás experimentemos un cambio en las condiciones de vida – tanto morales e intelectuales, como materiales (expresadas en el medio físico).
Impulsar los cambios para nuestra Nación está en tus manos, en mis manos, ennuestras manos. Si levantamos la mirada al sol, podemos internalizar que la única forma de emerger de las profundidades del infierno en el que estamos -y del que no quieren que salgamos-, es mediante un cambio de pensamiento, un cambio de actitud. Mediante el trabajo y la labor -como únicas fuentes de prosperidad-, la consciencia de nuestro entorno y la transformación de nuestro espacio físico, podemos hacer grandes proezas. Debemos, además, cambiar por completo esa clase política de hoy -caracterizada por la mediocridad, la mentira, las falsas promesas que jamás cumplirán, y la decadencia- por una generación de jóvenes Patriotas, que asumamos el rol histórico que nuestros padres libertadores -forjadores de nuestra nacionalidad con el filo de sus espadas y la luz de sus pensamientos- dejaron por hacer. Porque sin hacer están hoy esas tareas; y son tanto el desvelo de nuestras almas, como nuestra convicción del Bien Nacional, los pilares fundamentales de nuestra acción futura, – para legar una Nación digna, próspera y fuerte a toda nuestra descendencia.
Recordemos siempre que las grandes Naciones son aquellas en las que sus ciudadanos están dispuestos a realizar grandes sacrificios para enaltecer su trabajo y labor creadora; sacrificios que le otorguen Grandeza, Dignidad y Libertad a su país, despreciando a todo aquel o a todos aquellos que menosprecien su potencialidad.
VENEZUELA QUIERE ORDEN
Nelson Ramírez