Han pasado los días en los que Giordani nos llamaba “escoria”. Entonces era el todopoderoso zar rojo de la economía que le presentaba el menú a Chávez para que interviniera bancos, expropiara tierras y empresas u ordenara apresar a cualquier boliburgués engendrado a la sombra de Ramírez.
En ese tiempo Maduro y otros no lo tragaban, se lo “calaban”. No era su contendor. Cada quien tenía su área de desempeño y de interés y su vaso comunicante con el Jefe. Los problemas de competencia de Giordani eran con Ramírez. No era un “peligro” para quienes hacían la política mientras él hacía mapas “conceptuales” y estadísticas para “maravillar” la ignorancia del Supremo.
Chávez, desde el principio, supo tejer una complicada red de relaciones con sus seguidores con los que se entendía por separado. Así, los comandantes de la felonía del 4F eran tratados con base al chisme, los Centauros y los tenientes atendiendo a sus “necesidades” pecuniarias, Miquilena y JVR con una atención más política y personajes como Maduro y su pandilla con un cuidado especial a sus andanzas subterráneas. Todos hablaban hacia abajo en nombre de él. Cada quien a veces de verdad y la mayoría de ellas de mentira: “el Comandante me dijo…”, “el Comandante dio la orden…”, “el Comandante está enterado de todo…” Y como no había forma de comprobar lo que él decía o pensaba, la mayoría de la gente prefería acatar lo que transmitían los diversos voceros que arriesgarse a desobedecer.
Chávez estaba enterado del nefasto juego y se hacía el paisa o lo estimulaba con sagacidad. Sabía dirigir la orquesta, manipular gente, administrar la dinámica, jugar con sus apetitos y hasta cómo ponerlos a pelear entre ellos. Pero sobre todo sabía cómo hacer uso de la renta petrolera para corromper a los de arriba y mantener a raya a los de abajo. Ahora, Chávez ya no existe y los dólares no alcanzan, el poder rojo se desmorona.