Es verdad, a veces uno se agota en la queja, en la denuncia, en el reclamo. Vale tanto para los opositores como para los oficialistas. Al menos por mi parte, no hay mala intención en tal afán; en todo caso sí hay un anhelo de que a las cosas se las llame por su nombre, un deseo irreductible de escapar de esta cárcel de eufemismos en la que nuestros dirigentes han convertido a Venezuela. Nada es lo que es, sino lo que a tal o cual bando en pugna le conviene que sea. Así no se puede avanzar, mucho menos refundar.
Estamos mal, muy mal, y punto. No quiero agotar mis cuartillas, de nuevo, en la enumeración de cuitas harto conocidas por todos. Esta vez creo que debo ir un poco más allá, partiendo de estas bases: Si no reconocemos, todos, la existencia de los problemas tal y como son, que no como algunos quieren que se vean o que se perciban, no es que estemos “paralizados”, estamos retrocediendo. Si todavía hay gente que sigue aferrada a sus atavismos políticos y no quiere aceptar la profundidad de nuestra crisis, contra todas las evidencias que nos aporta la realidad cada día, con esas personas ya no vale la pena trabajar, son ciegos que no quieren ver y con gente así no se construye futuro; y por último, si seguimos empeñados en la misma manera de ver las cosas, y de hacer las cosas, vamos a seguir alimentando odios y desapegos, pero más allá, vamos a seguir aplicando un tratamiento que no ha logrado siquiera bajarle la temperatura a nuestra afiebrada nación.
Mi propuesta, entonces, es que nos replanteemos nuestra manera de vincularnos con la realidad. Tanto en el oficialismo como en la oposición, debemos dejar de interpretar las cosas solo como nos conviene que sean interpretadas. Hablemos por ejemplo de las protestas que han tenido lugar en nuestra nación, cerca de 35 por día según el Observatorio Venezolano de la Conflictividad Social, en todo lo que va de año. La mayoría de ellas, el 72%, están relacionadas con el rechazo a Maduro como presidente. Estamos hablando de un 278% por encima de la cifra que en protestas se contabilizó en el mismo periodo el año pasado.
A Maduro y a sus seguidores les invitaría a evaluar estos hechos, que son hechos y no “percepciones”, sin teñirlos de pretextos. Si la conflictividad social se ha incrementado de esa forma, lo que hay que evaluar es el motivo real por el que esto ha ocurrido y dónde está la propia responsabilidad en todo esto. Solo así se podrán enfrentar los problemas de manera efectiva y darle un relativo margen de viabilidad a la nación lo cual, ojo con esto, no es necesariamente legitimar desempeños errados o “darle un respiro” al gobierno, es procurar una elemental estabilidad que nos permita a todos, sin distinciones, pensar con calma en nuevos derroteros sin tener que ocuparnos solo de sobrevivir. Objetivamente hablando, de nada ha servido la salvaje represión contra los manifestantes, por el contrario ésta no ha logrado sino acalorar mucho más los ánimos y, además, cargar de pesadas piedras las mochilas de la responsabilidad del Estado y de sus funcionarios en las gravísimas violaciones a los DDHH que se han concretado y que siguen teniendo lugar. Que eso no se vea ahora, sumergidos como estamos en plena crisis, no implica que a futuro, cuando nuestros gobernantes actuales tengan que rendirle cuentas a la justicia y a la historia, no vayan a tener que purgar todas y cada una de sus culpas. Al final del día, además, la apuesta por el modelo represivo y por la violencia del Estado contra la ciudadanía no ha atacado las causas originarias de la queja ni ha supuesto, para el poder, ganancia alguna, solo pérdidas.
También ha sido francamente inútil el continuo desvío desde el gobierno de las responsabilidades hacia los demás. Ese “peloteo” no solo es periódico de ayer, gastado y sin valor, sino que además no funciona y tampoco soluciona. Al día de hoy, si alguien sigue creyendo que la inseguridad es un problema “heredado del capitalismo”, que el desempleo o la falta de viviendas son culpa de “los burgueses” o que nuestra economía muestra los números en rojo que muestra porque ha sido víctima de un “ataque del imperio” o de una “guerra económica”, no puede ser más que un imbécil completamente disociado de la realidad, o lo peor, un fanático traidor al que solo le interesa que la gente siga sufriendo y protestando para alimentar sus propios y mezquinos intereses.
La oposición partidista, representada fundamentalmente en la MUD, también necesita reinventarse, y por encima de todo, debe sintonizarse con las necesidades verdaderas de la ciudadanía, esto es, de toda la ciudadanía. Por una parte, tenemos millones de personas que no quieren a Maduro, ni a los chavistas en el poder, pero que tampoco están dispuestas a jugarse las de Rosalinda aguantando privaciones y abusos cinco años más, hasta finales de 2019, solo “pa´ ver qué pasa”. Por la otra, está un también muy importante número de ciudadanos, que con su fe todavía puesta en la “revolución”, ya tienen claro que con la muerte de Chávez a esa carreta se le rompieron las ruedas. Los dos grupos sumados, radicales por fuera, constituyen la mayoría necesaria para el cambio constitucional y pacífico que Venezuela anhela. La cosa es que no tienen, ni éstos ni aquéllos, dónde colgar sus esperanzas rotas, porque no encuentran referente que los enamore. En este sentido, a la oposición le ha hecho mucho daño caer en las trampas electoreras y de “diálogo” del gobierno, y sería justo, y hasta mucho más honesto, legitimante y efectivo, que lo aceptaran sin remilgos.
Tampoco le ha valido culpar siempre de todo lo malo al poder, primero en cabeza de Chávez y luego en hombros de Maduro, pues a la denuncia no ha seguido una proposición satisfactoria, eficaz, realista e incluyente de país. La cúpula opositora está, en este sentido, como el galán que quiere tumbarle la mujer a un tipo que la golpea y la maltrata solo hablándole a la dama mal de su marido. Y eso solo cuando le habla, pues tenemos la pésima manía de predicarle siempre al coro. Es excluyente, también personalista y mesiánica, no renueva su plantilla, sigue aferrada a los mismos métodos fracasados y tampoco se afana, salvo en tiempos electorales, en revelar o en siquiera cultivar sus virtudes, por lo que no ha logrado más que mostrarse, ante todos, como el mismo musiú pero con diferente cachimbo. Viendo cómo a veces se tratan estos líderes entre ellos mismos, no hay garantía de que los vicios de ahora no se repitan después. Así no se seduce a nadie. Así no se reconstruye un país.
Einstein decía que si está que si ante una situación dada sigues haciendo lo mismo, sin éxito, no puedes esperar resultados diferentes. Mientras sigamos aferrados, tanto en un bando como en el otro, a las mismas metodologías inútiles, a las mismas malas mañas y a la misma estupidez de ver las cosas como queremos que sean, que no como son, seguiremos sumergidos en el estercolero.
Cambiemos, que ya nos toca.
@HimiobSantome