Con todas las reservas que tengo con la whiskypedia, acepto como válida esta definición: “guerra psicológica, o guerra sin fusiles, es el empleo planificado de la propaganda y de la acción psicológica orientadas a direccionar conductas, en la búsqueda de objetivos de control social, político o militar, sin recurrir al uso de la armas, o en forma complementaria a su uso. Como en la guerra militar, un plan de guerra psicológica está destinado a aniquilar, controlar o asimilar al enemigo.El fin de la guerra psicológica es destruir la moral del enemigo para lograr la victoria militar y para ello se emplean dos métodos diferentes, uno el militar y otro el político”. Dígame usted, amigo oficialista, con la mano en el corazón, a qué se le parece esto. Yo sé que es tiempo de lealtad ciega, pero dime tú, asambleista amigo, que luchaste por tanto tiempo en contra de estas arbitrariedades, compañero de tantas otras batallas en contra de lo mismo, dime desde el fondo de tu conciencia, desde ese momento último de intimidad antes de conciliar el sueño, ¿a qué se te parece esta definición?
En medio de este absurdo trágico en el que nos hemos convertido en que huimos cual familia de Lot de la anunciada debacle de Sodoma y Gomorra, sólo una cosa me pregunto: ¿para qué carrizo serán los 20 céntimos de la millardaria cifra?