El periodista de investigación Javier Mayorca ( @javiermayorca ) publica hoy en su blog “Crímenes sin castigo” el alucinante caso en el que las mafias que actúan en el mundo hípico nacional han obligado a dueños y entrenadores de caballos a contratar los servicios de escoltas armados para el cuido de algunos caballos purasangre.
Lea a continuación el escrito de Mayorca
Mucha repercusión ha tenido el reportaje publicado en El Nacional el lunes 11 de agosto, sobre la red de apuestas ilegales señalada de dopar al purasangre Río Negro. Hasta junio, este caballo fue el mejor de La Rinconada, con siete carreras ganadas, dos segundos y un tercer lugar. Por este caso la División contra la Delincuencia Organizada de la policía judicial ha detenido a nueve personas, ligadas al mundo de los juegos de azar, así como también propietarios de ejemplares y “pegadores”, es decir, sujetos que hacen el trabajo sucio de inyectar a los animales para que no puedan correr o lo hagan en condiciones de inferioridad. De esto siempre se ha hablado en la hípica venezolana, pero es la primera vez que los cuerpos de investigación criminal toman cartas para atacar a las redes de apuestas ilícitas. Una aproximación ocurrió en mayo de 2013, cuando la División Antiextorsión y Secuestros de esa misma institución detuvo al exjinete Lino Manrique y al excaballerizo Carlos Ladera, además de otros tres sujetos, por secuestrar al hijo del palafrenero de la yegua Princessquilla con la finalidad de que perdiera una carrera dominical, como en efecto sucedió. Pero allí no se tocó el tema de las apuestas ilegales. Así, vemos que la policía se ha limitado a intervenciones puntuales. La situación cambió desde el momento en que el ministerio del Deporte, a través de su titular Eduardo Alvarez, manifestó la voluntad política de terminar con este cáncer. Con sinceridad le deseamos éxito. Pero lo visto hasta ahora nos hace recordar el refrán aquel: “Muy poco, muy tarde”. Los análisis de telefonía hechos con motivo del caso Rio Negro revelan una red de relaciones que se extiende a los cuatro hipódromos del país y que abarca a por lo menos cincuenta personas, entre entrenadores, jinetes, personal de caballerizas y propietarios. El dopaje, que hace veinte años era un hecho escandaloso y esporádico, ahora se ha convertido en una práctica cotidiana, hasta el punto en que los favoritos de las carreras y los caballos de notable desempeño tienen que llevar escoltas armados mientras circulan por las instalaciones del INH. Un entrenador me resumió la situación de esta forma: “A veces resulta más rentable para uno que el caballo pierda”. De esta forma, la actividad hípica queda despojada de un factor sin el que no puede funcionar, que es la confiabilidad
Lea completa la columna de Javier Mayorca en Crímenes sin castigo