Son muchos, y están en todas partes. Tanto los ves en una oficina pública, administrando con alevosía sus pequeñas o grandes cuotas de poder, como en otros desempeños, incluso privados, desde los que, si tienen la oportunidad, le ponen a cualquier acto que involucre a los demás cuanto obstáculo se les ocurra con tal de demostrarte, si eres el afectado, que ellos son los que tienen tomadas por el mango las sartenes. Que se suponga que están donde están para prestar un servicio o para hacerle a los demás más llevadera la vida, a cualquier nivel, no importa. Lo que les importa es la autoafirmación, la propia validación. Se vinculan con los demás, cuando las circunstancias se dan para ello, desde una suerte de pedestal autoerigido que no por alto desdice de su prístina estupidez, de su malicia y de su acomplejada visión del mundo.
Es fácil reconocerlos. Preséntate a cualquiera de ellos, diles tu nombre y tiéndeles la mano y no te dirán quiénes son, sino su cargo, y mientras más rimbombante suene, para ellos, mejor. “Hola, soy Pedro Pérez” –dirás al conocerlo, por ejemplo,- y éste te responderá, con toda la desgana de la que sea capaz y como si te estuviese haciendo un favor, algo así como “Yo soy el Secretario Delegado de la Subcoordinadora Sectorial Adjunta a la Dirección Regional”, todo ello enfundado en el primer rasgo distintivo de todo desangelado, que es su crasa ignorancia, su patente falta de formación. Si a medida que va evolucionando la interacción, personal o colectiva, con cualquier desangelado lo que se nos viene a la mente es la pregunta “¿Cómo puede este tipo haber llegado a este puesto?” o “¿A quién se le habrá ocurrido poner a este señor acá?”, ya tenemos allí otro indicio de que las cosas no van a salir bien.
Esto siempre, por supuesto, viene acompañado de un franco desdén hacia todo aquél que se haya tomado el tiempo de prepararse y de educarse. En ello han jugado un papel fundamental tanto Chávez, que no dejó jamás de despreciar al saber (al de verdad) sintiéndose en todos los temas y para todos los tópicos poco más que un oráculo, como Maduro, que no obstante su deficitaria formación académica sigue empeñado en hacernos creer a todos que lo único que se necesita para gobernar es que un ausente te haya designado como su sucesor. Se les olvidó, o quizás no como veremos al final, que como gobernantes y figuras públicas cumplió antes el primero y cumple ahora el segundo el rol de referentes conductuales y de valores, y que sus aciertos y desaciertos a este nivel fungen como patrones con los que el colectivo, especialmente entre sus integrantes menos preparados, tiende a identificarse. Esa es una de las razones por las que los desangelados ahora son tantos y tienen tanta influencia.
Otra de las características de los desangelados es que invierten el mayor porcentaje de su tiempo en mantenerse donde están, a costa de lo que sea, que no en hacer lo que se supone que deben hacer, sea que se trate de gobernar, de prestar algún servicio a los demás o de simplemente desempeñar alguna función. Poco les importa si son eficientes o no, si logran resultados positivos o no, lo que les ocupa es “montar el paro”, como decimos en Venezuela, y sobretodo, permanecer. El éxito no lo miden en el provecho que su gestión produzca, en los beneficios verdaderos que su trabajo pueda significar para los demás, sino en el tiempo que han logrado mantenerse en el cargo o en el puesto que tengan. Y esto, tratándose de desangelados, vale tanto para un presidente como para un ascensorista reposero. Es lógico que así sea. Para ellos, conscientes como están, así sea in pectore, de sus limitaciones, es simple supervivencia. Hagan ustedes mis lectores, el ejercicio de “sacar” mentalmente a cualquier desangelado de donde está, de “quitarle la chamba” e imagínenselo tratando de ganarse la vida como cualquier otro ciudadano, haciendo cualquier otra cosa que no sea seguir siendo un desangelado. Se moriría de hambre. El desangelado lo sabe, y por ello gasta sus horas y sus energías más en cuidar el puesto que en trabajar de verdad.
Esto es malo a todo nivel, (insisto, los desangelados en Venezuela, hoy por hoy, son legión) pero más lo es cuando se trata de regir el destino de una nación. Si tienes el 90% de tu empeño puesto en que se te reconozca y se te trate, por ejemplo, como presidente, como ministro o como lo que sea, que no en serlo de verdad, no hay manera de que tu trabajo signifique beneficios para el país.
Así, bajo la hegemonía de los desangelados, de haber sido una democracia, contando incluso sus bemoles, hemos degenerado hasta una patente oclocracia, y eso ha influido en todos los ámbitos de nuestra vida social. La oclocracia es el gobierno de la muchedumbre desarticulada, incoherente, irracional, guiada por desangelados demagogos, que a falta de capacidad, méritos y luces, recurren a la desinformación, al fanatismo, a la división y al carácter simbólico, a veces hasta metafísico, de su legitimidad, como armas de hegemonía y de permanencia en el poder.
Hoy por hoy para el gobierno más importante es la apariencia que la sustancia, más vale la propaganda y promesa que lo que en verdad se ejecuta. No en balde la situación económica, por solo mencionar un aspecto de nuestro acontecer nacional, ha llegado a los extremos que hoy todos padecemos. Cuando lo que se quiere hacer creer es, para el poder, más importante que lo que en realidad se hace, te das cuenta de que acá no hay más que desangelados pugnando por mantenerse donde están y haciendo lo único que como tales saben hacer.
Urge un cambio en Venezuela. Es hora de ponerle coto a los desangelados, a los oclócratas. Necesitamos gobernantes capaces y preparados, que dediquen su tiempo a la tarea con seriedad, y que se ocupen más de solucionar nuestros problemas, los de la nación entera, sin distinciones ni discriminaciones, que de pensar en cómo mantenerse donde están.
@HimiobSantome