En contraste con la intervención militar original en Irak (que no cumplía ninguno de estos criterios), la acción actual de Estados Unidos, aunque no tenga autorización del Consejo de Seguridad, es a pedido del gobierno iraquí, de modo que indiscutiblemente no hay violación del derecho internacional. Y cumpliría claramente los criterios morales o precautorios para el uso de la fuerza militar, que si bien aún no han sido adoptados formalmente por Naciones Unidas ni por otras partes, gozan de amplia aceptación internacional y han sido abundantemente debatidos a lo largo de la última década.
Los criterios de legitimidad son: que las atrocidades cometidas o temidas sean suficientemente graves para justificar, prima facie, una respuesta militar; que la respuesta se emprenda ante todo por razones humanitarias; que sea razonable suponer que cualquier respuesta de menor escala sería ineficaz para detener o evitar el daño que se desea impedir; que la respuesta en consideración sea proporcional a la amenaza; y que la intervención sea realmente eficaz y no provoque más daño del que repara.
La evidencia disponible indica que los varios miles de hombres, mujeres y niños que buscaron refugio en los montes Sinjar en el norte de Irak están en riesgo cierto. Se enfrentan a morir, no sólo de hambre y exposición a la intemperie, sino también en una matanza genocida a manos de las fuerzas del EI, que avanzan rápidamente, consideran a los yazidíes herejes y ya han cometido atrocidades de un salvajismo incomparable. El motivo de Estados Unidos para movilizar su poder aéreo en defensa de los yazidíes es indiscutiblemente humanitario. Está claro que ninguna medida de menor escala sería suficiente; y la única duda que surge en cuanto a la proporcionalidad es que los ataques aéreos y los lanzamientos de víveres sean insuficientes, no excesivos, para responder a la emergencia.
A diferencia de la invasión de Irak que lideró Estados Unidos en 2003, aquí no puede decirse que la intervención militar externa vaya a causar probablemente más mal que bien. Es de esperar que sea al menos tan eficaz para proteger a los yazidíes (así como a los kurdos y otros pobladores en la cercana Erbil) como lo fue en 2011 la intervención en Libia para detener la masacre que las fuerzas de Muamar El Gadafi amenazaban concretar en Bengasi.
Que la intervención contribuya a revertir las conquistas hechas por las fuerzas del EI en el norte de Irak y restablecer la integridad territorial del Estado iraquí es otra cuestión. Como el gobierno de Obama aclaró, eso dependerá, sobre todo, de que el desastroso liderazgo divisor de Nuri Al Maliki, primer ministro shiíta de Irak, dé paso a un régimen más inclusivo; y que, en ese contexto, el ineficaz ejército iraquí pueda reagruparse y reorganizarse.
Algunas voces conservadoras en Estados Unidos ya están pidiendo que se haga más, pero no hay razones valederas, en Estados Unidos, Europa o en mi propio país, para sacrificar más vidas y dinero en un intento de sostener a un régimen que ha dado suficientes pruebas de no poder ni querer ayudarse a sí mismo a mantener unido Irak. Como ya expliqué, la única justificación posible (moral, política o militar) para una nueva intervención militar externa en Irak es cumplir con la responsabilidad internacional de proteger a las víctimas reales o potenciales de atrocidades a gran escala.
Para quienes hemos trabajado en pos de incorporar el principio de responsabilidad de proteger a las políticas y prácticas internacionales, es un tanto frustrante que los líderes estadounidenses todavía sean reacios al uso de esta terminología; una reticencia que en parte se explica por la idea de que confiar en algo que venga de la ONU supone un riesgo político interno. Pero sería descortés protestar justo ahora, cuando Obama está hablando de “defender las normas internacionales” y hace exactamente lo que requiere el principio de responsabilidad de proteger.
Claro que también hay voces en Estados Unidos (como la de Stephen Walt, un realista en materia de política exterior) que piden que se haga menos, con el argumento de que los intereses de Estados Unidos no están suficientemente comprometidos como para justificar una intervención militar, por limitada que sea. Pero esto supone adoptar una visión tradicional estrecha del interés nacional (centrada exclusivamente en las ventajas económicas y de seguridad directas) y olvidar una tercera dimensión, la ventaja de reputación, que es un factor cada vez más importante del respeto y el trato entre países. El interés nacional de todos los países incluye ser (y parecer) buenos ciudadanos del mundo.
No puede haber mejor demostración de buena ciudadanía internacional que la voluntad de un país de actuar cuando tiene la capacidad de prevenir o evitar una atrocidad a gran escala. Hace poco, por su actitud en relación con el proceso de paz entre israelíes y palestinos, a Obama lo acusaron de ser “cerebral en una parte del mundo que necesita lo visceral”. Su respuesta a la difícil situación de los yazidíes en Irak fue a la vez cerebral y visceral, y tanto Estados Unidos como el mundo son mejores gracias a ella.
Gareth Evans, ex canciller de Australia (1988-1996) y Presidente del International Crisis Group (2000-2009).
Traducción: Esteban Flamini
Publicado originalmente en Project Syndicate