“El Gobierno le dio armas a la delincuencia y ahora no halla cómo controlarla”

“El Gobierno le dio armas a la delincuencia y ahora no halla cómo controlarla”

Foto Correo del Caroní
Foto Correo del Caroní

El viaje más largo de Frank Beckles fue su regreso de Caracas a Puerto Ordaz luego de enterarse de que su único hijo, Robert, había muerto. A las 2:00 de la madrugada recibió la llamada telefónica que marcó el inicio de su camino a la incertidumbre y al dolor perpetuo, publica Correo del Caroní.

Robert tenía de 22 años, iba a retomar en septiembre sus estudios en el alma máter de la Guardia Nacional Bolivariana, luego de pasar una temporada en Ciudad Guayana. Su padre lo recuerda como la personificación de la jovialidad.

“Siento impotencia, dolor, decepción, me siento el hombre más vacío sobre la faz de la tierra, que se fue parte de mi alma, de mi sangre… no tiene, no tiene nombre, no hallo cómo expresar eso”, relata Frank para esta entrega de Secuelas de la impunidad.





Apenas pudo decirle unas palabras antes de irse. Eran las 5:00 de la mañana del 11 de junio y tenía que tomar un avión para Caracas, pero entró en el cuarto donde dormía su hijo y le recordó que estuviera pendiente de todo. “Dios te bendiga”, fue lo último. Luego lo miró, apagó la luz y salió del cuarto. El muchacho quedó con los ojos cerrados y acostado en la cama.

La próxima vez que lo vio, en la mañana del sábado 19 de julio, su hijo también estaba acostado. Ahora, con los ojos abiertos. Y esta vez, en la bandeja de una morgue.

Así empezó para Frank Beckles la vida que aprende a llevar. Que trata de asimilar. Y de entender: la del padre que hasta el último día cargará con el desgarro visceral por la muerte de su hijo. El único, por cierto: Robert Beckles.

No como quizás, alguna remota vez, pudo imaginar: por alguna enfermedad o, si acaso, por un accidente de tránsito. Porque esta parte no estaba en la hoja de ruta que había trazado como el bosquejo de su vida, esquema cuyo colofón, sin otra alternativa, era que su hijo lo enterrara a él.

Pero resultó que la realidad venezolana le desmigajó cualquier idea y lo puso, de porrazo, como protagonista del guión que en este país se repite millones de veces con distintos actores y la misma crudeza: el de los padres que pierden a sus hijos a balazos. Fue así como murió, en la madrugada de ese 19 de julio, Robert Manuel Beckles Morán.

Cuando las cosas ocurren
En la casa de su mamá, en uno de los Campos de Ferrominera, habla Frank Beckles. Allí se crió hasta que hace más de 20 años se mudó para Caracas. Fue en esa casa de Puerto Ordaz donde su hijo pasó sus últimos meses.

Robert Beckles, de 22 años, había congelado sus estudios en el alma máter de la Guardia Nacional Bolivariana (Escuela de Formación de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación, Efofac, hasta hace algunos años) y se radicó en Puerto Ordaz para supervisar la finca de la familia, ubicada en la vía a Caruachi.

“Él se venía todas las vacaciones y los fines de año. Incluso, cuando se vino de la Academia Militar, me dijo que no quería nada con Caracas porque esta ciudad era más segura. No pensaba que le iba a venir una muerte de este tipo”, dice Frank.

Recuerda a Robert Manuel como “demasiado alegre. En la vía a Caruachi la gente lo apreciaba. A veces llegaba cargado de plátanos y los regalaba”. Ansiaba verlo, como todo padre, “siendo alguien en la vida”.

“Siempre le decíamos que no anduviese por ahí después de las 6:00 o las 7:00 de la noche. La violencia está desatada. Ahorita hay una violencia desbordada. Al Gobierno se le fue esto de las manos. Ellos le dieron las armas a la delincuencia y ahora no hallan cómo controlarlas: las bandas los controlan a ellos, al propio Gobierno”, expresa como antesala a su narración de la madrugada del asesinato.