América Latina, que muestra un interés, genuino pero conflictivo, por algún tipo de integración, vive en una sopa de letras de organizaciones con fines confusamente parecidos. El politólogo argentino Juan Gabriel Tokatlián dice que se malinterpretan integración, cooperación y concertación. Y hoy, con la OEA convertida en reciente ring de Gobierno y oposición venezolanos, y CELAC en situación de no sabe, no contesta, Unasur —que acaba de nombrar secretario general al expresidente colombiano Ernesto Samper— es la que mayores responsabilidades parece ambicionar.
La organización, que agrupa a los 12 países de Sudamérica, nació en 2008 como instrumento de concertación interestatal, con objetivos como la creación de grandes consorcios para la comercialización de productos que interesaran a diferentes Estados miembros, lo que el difunto presidente Chávez llamaba empresas “gran-nacionales”. Su primer secretario fue el expresidente Néstor Kirchner, lo que subraya el vuelo que, sobre todo el Brasil del presidente Lula, quería darle a la organización, pero el mandatario argentino falleció en 2010. A Kirchner le sucedieron la exministra de Exteriores colombiana María Emma Mejía y el líder chavista Alí Rodríguez, y aunque la organización se hizo oír en todos los conflictos y medió en las conversaciones infructuosas entre oposición y presidencia de Venezuela, no logró disipar cierta sensación de interinidad. Ahora otro expresidente llega a la sede central en Quito.
Tokatlián critica la exagerada formalización —12 consejos de actividad difusa— y su baja institucionalidad, lo que podría atribuirse a que la sucesora de Lula, Dilma Rousseff, no se sentía tan atraída por los asuntos internacionales, y hoy, menos que nunca, con unas elecciones en las que se juega el cargo en unas semanas. Samper es consciente de que su nombramiento —por unanimidad— llega con un estigma político: sigue careciendo del visado que EE UU le retiró durante su mandato, por acusaciones de vinculación con el narcotráfico (1994-98). Pero el expresidente argumenta que le quitaron “la visa por razones políticas”, y que por esas mismas razones se “la tendrán que regresar”; y entre tanto, no duda de que podrá entrar en EE UU en cumplimiento de sus funciones, “como para ir a Naciones Unidas”. Samper concibe, con optimismo imprescindible, las funciones de la organización como las de un actor a tiempo completo en las cuestiones políticas del día: “el proceso de paz de Colombia; la solidaridad con Estados miembros bajo presión internacional, como Argentina en el tema de los fondos buitre; o la exploración de nuevas iniciativas en la lucha contra la droga”. Y todo ello, a debatir en un foro, que debería ser semipermanente, de unos jefes de Estado ya muy solicitados por el protocolo internacional.
Por último, aunque el presidente Correa es el menos bolivariano de su clase, Quito no goza del mismo tipo de centralidad que Bogotá o Brasilia, ni el poder está siendo especialmente generoso con la prensa ecuatoriana. Y Unasur no puede actuar con la misma legitimidad si la libertad de expresión en su propia casa no es plena ni indiscutible.
Publicado originalmente en el diario El País (España)