La Izquierda siempre ha sido la autoproclamada luchadora en pro de los valores supuestamente universales del supuesto Progreso de la humanidad, valores sistematizados principalmente durante la Ilustración. Desde la Revolución Francesa, el objetivo práctico de la Izquierda ha consistido en asegurarse que la lucha que ellos llevan a cabo se internacionalice. La Revolución debe ser exportada, o al menos así lo ha sostenido siempre la Izquierda. Encima de todo, con el impacto que tuvo el pensamiento hegeliano sobre el radicalismo europeo, se pavimentó el terreno para que fuese el marxismo la tendencia predominante dentro de los sectores de Izquierda. Con este giro histórico, el ideario de las fuerzas progresistas fue impregnado definitivamente con las tesis del internacionalismo a ultranza, plasmadas de manera preclara en los debates de la Primera Internacional y en documentos tan simbólicos para la Izquierda como el Manifiesto del Partido Comunista, entre otros.
Todas las posteriores revitalizaciones importantes del marxismo (luxemburguismo, leninismo, trotskismo, múltiples revisionismos, maoísmo, guevarismo, etc.) en términos políticos, han reafirmado y reafianzado el argumento de la necesidad de hacer la Revolución mundial. Tanto es así, que en una oportunidad Trotsky aclaró que inclusive los “ajustes de cuentas” de los proletariados nacionales, para con sus respectivas burguesías, constituían solo una fase previa a la posterior transnacionalización del conflicto revolucionario. De manera tal que el derrumbe de las fronteras de los Estados-Nación, y la consolidación en bloque de los movimientos de Izquierda a nivel planetario, son metas indeclinables del marxismo. La polémica teórica sobre el «Imperialismo» no cambió este hecho, ya que, frente a la amenaza de un mercado capitalista globalizante, se apelaría a las luchas revolucionarias particulares solo en aras de repeler a esas burguesías nacionalistas que estarían cada vez más deslocalizadas.
No obstante, luego de los fiascos y del desmoronamiento de la Segunda Internacional, la recepción de los escritos de Gramsci, el éxito revisionista y el replanteamiento de los debates sobre el Imperialismo y el colonialismo, los marxistas entendieron de mercadeo político. Dicho sea de paso, se pusieron a estudiar sobre la psicología de las masas y -¡oh, sorpresa!- se dieron cuenta de lo importante que son la subjetividad, las emociones y los impulsos psicoantropológicos. Así nacieron el “nacionalismo” y el “antiimperialismo” de Izquierdas. Apelar al sentimiento atávico, a la sensación de identidad tribal que despiertan los nacionalismos y las diferentes formas de regionalismo y localismo, se convirtió en santo y seña de muchos marxistas luego de experiencias como el fascismo, las dos guerras mundiales y los sucesivos fracasos de las Internacionales. Vale resaltar que esta transfiguración fue justificada teóricamente, en la bizantina discusión sobre la búsqueda de un «sujeto revolucionario» adecuado a las «condiciones» de la lucha.
Utilizar toda la respectiva simbología patriotera y chauvinista que, en el tercer mundo (específicamente Asia, África y América Latina), caracteriza las mitologías de los Estados resultantes tras los movimientos independentistas, se hizo, entonces, indispensable. El tercer mundo se empezó a visualizar como esperanza de perpetuación del sueño comunista, y los grupos marxistas -necesitados de nuevos adeptos- buscaban desesperadamente galvanizar las almas de sus seguidores. Como ejemplo tenemos la rabiosa insistencia de las guerrillas latinoamericanas en explotar el discurso, los arquetipos, las representaciones, los emblemas y los íconos de la lucha anticolonial, indigenista, republicana, emancipadora, etc. Salen siempre a relucir Bolívar, San Martín, Martí, Túpac Amaru, Túpac Catari, Guaicaipuro… y la lista se extiende. El chavismo es el epítome perfecto de la evolución contemporánea de este híbrido marxista, que usa, a total discreción, todas las máscaras disponibles del patrioterismo, para disfrazar el proyecto neocomunista que impulsan sus líderes y los jefes de éstos.
El Foro de São Paulo es heredero de la OSPAAAL y, más concretamente, de la OLAS: ambas estructuras surgidas de la Conferencia Tricontinental que se llevó a cabo en Cuba a comienzos de los años ’60, con el auspicio, el apoyo y la logística de la URSS (durante el reinado de Kruschev, luego de la muerte de Stalin). En ese “Foro” se trazan todas las directrices para continuar esta política enmascarada de praxis universalista y homogeneizadora de culturas, mediante el empleo de un falso discurso particularista, con el fin de consolidar el ansiado proyecto comunista en el subcontinente. Pero también las organizaciones pertenecientes a la Internacional Socialista hacen lo mismo, y casi todos los socialismos moderados de la Izquierda están -y han estado siempre- alineados con, y metidos en, ese mismo club. ¡Ni hablar de los intereses políticos detrás del crimen organizado transnacional, detrás del terrorismo y los fundamentalismos, detrás de los grandes medios de comunicación nacionales, detrás de los organismos multilaterales, detrás de la repartición del potencial energético regional, entre otros! Todo es señal de la misma tendencia expansionista de la Izquierda -en este caso-, que busca esclavizar naciones para luego hacerlas desaparecer y para, de una buena vez, barrer con los límites tradicionales.
Como se dice coloquialmente, podrán decir misa sobre la Patria, el Pueblo, el antiimperialismo, el anticolonialismo, los indígenas, los próceres, la cultura particular, la Independencia, la Soberanía, la defensa del Patrimonio, el amor por lo que es propio… pero todo eso es de la boca para afuera. Porque los hechos demuestran que las estrategias y las tácticas entreguistas, internacionalistas, multiculturalistas, neoimperialistas, neocolonialistas, violadoras de todo tipo de soberanía; destructoras de todo lo que es Nación, cultura y potencial nacionales… están a la orden del día, y apuntan hacia una teleología que ya Marx y Engels habían explicitado lo suficiente. Y recuerden, el marxismo es un credo y, como toda religión política, como toda confesión ideológica, como toda fe, no se cuestiona.
David Guenni