Algunos gobernantes, ese fue el caso de Mijail Gorbachov, pero impopulares dentro de su país, pero disfrutan de una inmensa aprecio y prestigio internacional. Maduro no logra ninguno de los dos objetivos. Su imagen se erosionó en el plano interno y en el internacional. Chávez lograba imantar –muchas veces con su chequera petrolera y otras con su carisma- a la izquierda que había quedado huérfana después de la caída del Muro de Berlín y del derrumbe de la Unión Soviética. Sus delirios de grandeza cautivaban a una izquierda traumatizada después del colapso del comunismo. A esos sectores les insufló fuerza y una nueva esperanza. Maduro no logra despertar el entusiasmo de nadie. Ningún periodista importante se interesa por lo que pueda decir. La audiencia internacional que le dejó el comandante se esfumó. Ya no cuenta con petrodólares para seducir ni cortejar a los oportunistas que se acuerdan de Marx cuando necesitan aumentar su cuenta bancaria.
La soledad es el sino que persigue al hombre que se entregó en brazos de los militares y de los cubanos para poder subsistir. Sin embargo, el aislamiento no lo hace menos peligroso. Todo lo contrario. Un mandatario que disfruta del apoyo popular, que hace estremecer a las masas con su discurso y su ángel, puede actuar con benevolencia porque sabe que ese pueblo al que cree representar, lo protegerá. En cambio, el gobernante abandonado por el calor de las masas se torna desconfiado y rencoroso. Ve el peligro en todos lados. Opta por el camino de la represión para conservar el mando. Maduro es la prueba evidente de este síndrome. Sus movimientos son monocordes. Se fundan en la amenaza y la represión. La esfera política desapareció de su horizonte. Se extinguió todo el ámbito relacionado con la consulta, el diálogo, la negociación y la construcción de consensos. El país se redujo a su pequeño mundo donde solo existen los Diosdado Cabello, los Elías Jaua, los Pedro Carreño, los oficiales de su Alto Mando y los cubanos. Todo el resto de esa nación compleja y diversificada que es Venezuela, se esfumó.
La inflación, la escasez y el desabastecimiento devoran al país, la enfermedades endémicas lo diezman, la inseguridad mantiene a la población en constante alerta. Todos los graves y urgentes problemas nacionales requieren acuerdos con amplia participación de los actores involucrados. A Maduro solo se le ocurre presionar a Eduardo Garmendia, presidente de Conindustria, y acusar de terrorista a Ángel Sarmiento, presidente del Colegio de Médicos de Aragua. No sabe cómo actuar frente al desastre que creó o profundizó porque se mantiene anclado en el Medioevo, cuando el Estado de Derecho y la democracia eran simples proyectos acariciados por algunos cuantos filósofos.
Su arrogante ignorancia están pagándola todos los venezolanos. Venezuela es el país de peor desempeño en toda la región. El de mayor pobreza y peor calidad de vida. En la ONU recibió su castigo.
@trinomarquezc