El temor de Europa de caer en recesión durante un periodo prolongado, tal como estuvo Japón durante dos décadas ha hecho que las autoridades del Banco Central Europeo (BCE), representado por su presidente Mario Draghi, hayan decidido dar un paso al frente para evitar que la deflación se entronice en ese continente. En estos momentos países como Grecia, Bulgaria, Chipre, Hungría, Eslovaquia, Croacia y Portugal, padecen de deflación; sin embargo, en el resto de los países de la unión europea, existe también una tendencia a precios muy bajos en sus economías, lo cual ha hecho encender las alarmas. Para combatir este flagelo, las opiniones de los expertos sugieren dos tipos de soluciones: una monetarista, la cual busca bajar los tipos de interés y aportar fondos a las entidades financieras para fomentar el crédito a familias y empresas. La segunda, de corte keynesiano, propone incrementar el gasto público para dinamizar la economía. El consenso europeo se inclina por la primera opción, dado su alineamiento con las políticas de austeridad. Hay que decir que la segunda opción es la que ha manejado la Reserva Federal en EEUU, lo que quiere decir que norteamericanos y europeos han diferido en la solución de la crisis económica que azota al mundo desde 2008. Habría que dejar constancia que la economía de USA crece desde hace más de dos años y ya ha alcanzado indicadores como el de desempleo que se ubica actualmente a niveles de 2006, mientras que Europa se encuentra al borde de la recesión, con Alemania, su locomotora, mostrando signos de fatiga, aunque es verdad que Portugal, Grecia y España ya iniciaron su despegue al crecimiento, algo que la deflación amenaza con acabar.
En este contexto la tasa de inflación cayó en septiembre al 0,3% lo que motivó al BCE a tomar medidas para estimular la demanda agregada, con lo cual ha seguido el ejemplo de los bancos centrales de Estados Unidos, Reino Unido y Japón. La institución dirigida por Draghi actuó en dos ámbitos: el del precio del dinero, reduciendo el tipo de interés de referencia, desde el 0,15% al 0,05%; y el de las remuneraciones de los depósitos que los diferentes bancos colocan en el BCE, lo que penalizó la inmovilización del dinero, haciendo negativas las tasas (-0,2%), por lo que el central europeo cobrará, en lugar de pagar por esos depósitos. Por otra parte, el BCE también instrumentó mecanismos de subastas de liquidez, para que las entidades financieras tomaran esos fondos y los utilizaran para inyectar créditos a empresas y familias, reanimando la economía y ahuyentando el riesgo de deflación; sin embargo, buena parte de ese dinero barato se utilizó para devolver los créditos a largo plazo de 2011 y 2012, que los bancos habían adquirido, por lo que el objetivo del eurobanco no se cumplió a cabalidad.
Adicionalmente se implementó una muy importante decisión en materia de estímulos cuantitativos, relativa a la adquisición de diversos tipos de activos financieros; en efecto, se autorizó la compra de los llamados ABS (bonos respaldados por activos, por sus silabas en inglés), los cuales abarcan títulos de activos bancarios, (incluyendo titularizaciones de créditos a los sectores privado y público) con el fin de mejorar los balances bancarios al permitir que el BCE compre estos créditos dudosos, de manera que las instituciones financieras puedan prestar más. El objetivo en teoría sería llegar a comprar unos 800.000 millones a lo largo de los próximos 2-3 años. Además, también se autorizó la adquisición de bonos garantizados. El objetivo del Plan de Estabilidad y Crecimiento europeo, es que los precios suban 2%. Europa necesita una amplia estrategia económica que haga frente a la debilidad de la oferta y la demanda en los países a través de una mezcla sólida de políticas estructurales, fiscales y monetarias, pero la ausencia de crédito pone en peligro la recuperación de las pequeñas y medianas empresas que dependen de la financiación bancaria.
Miguel Méndez Rodulfo