Julio César Arreaza B: Una vida con sentido

Julio César Arreaza B: Una vida con sentido

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Paradigma para los políticos con P mayúscula es Alberto Ravell Cariño, fallecido en 1960, quien hizo de su prédica y su vida algo indivisible, una misma cosa. Abordaba así el tema de la dignidad, en un texto inédito que estamos dando a conocer, escrito durante su destierro en Puerto España, en 1954:

“Se dice de un hombre que es digno, cuando no transige con cosas que íntimamente reprocha. Por ejemplo, adular es indigno, y nadie quiere que lo llamen adulante….Y decir o llamar don a un quídam cualquiera, es prostituir ese don que sienta bien a don Julio Arreaza, farmacéutico de Aragua de Barcelona, cuyas canas son nobles y hermosas, y de cuya paternidad política me enorgullezco, porque así lo proclamo a diario a propios y extraños…





Y es dignidad comer pan duro, o no comer, si es preciso, para poder decir a un hijo a la hora de la muerte: “yo fui honrado y limpio de corazón y no claudiqué. Aquí está mi nombre: úsalo o tíralo al basurero, si te place, pero no tienes de que avergonzarte”….

Y es dignidad, cosa abstracta quizás, poder escribir a los cincuenta años cumplidos, cartas como las que se escribían a los veinte, rechazando una “libertad condicionada” al silencio y la inacción, desde el fondo de un calabozo maloliente, con grillos en los pies, comiendo frijoles sancochados y plátanos casi podridos, bebiendo agua sucia que llamaban café, encerrado todo el día, sin visitas, sin cartas, sin juegos, y sin “esperanzas” de salir, mientras todos los otros iban en busca de sus mujeres y de sus hijos, para pasar a rendirle homenaje, luego, a su excelencia el general don Juan Vicente Gómez, en Maracay.

Y esto trajo como consecuencia siete años más de cárcel hasta que a don Juan Vicente se le ocurrió morir porque así lo quiso Dios. Y esto fue durante muchos años y el hombre estaba enfermo, sucio, maloliente, sin jabón, sin cepillo de dientes, con una fardo por frazada, y con un pollino al lado todo el día, y con un tuberculoso cerca, y con un loco furioso en un rincón y con un bandido por compañero, y con un horizonte que remataba en una pared. Y no fueron meses sino años. ¡Señor! Y no veía a nadie, ni siquiera a su madre y sus hermanos, porque en aquel tiempo estar preso era estar privado de toda comunicación con el mundo exterior. Por eso el preso conoció a sus hermanos cuando salió….

Estoy hablando de un mundo lejano que ya olvidaron hoy los que leyeron una vieja revista “Elite”, donde un hombre flaco escribía “El mensajero de las Piedras” con un tono político y lleno de fe…

Ese hombre rechazaba su libertad, ofrecida por su excelencia el general don Juan Vicente Gómez, teniendo en la calle una madre ya anciana, hermanos y parientes que no conocía, a montón, y una gran hambre de vida, de ternura, de amor. Ese mismo hombre se encuentra desterrado hoy”.

Finalmente se plantea las siguientes interrogantes: ¿Ser digno es una cosa buena o mala, Señor? ¿Se puede ser digno e indigno al mismo tiempo?.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

Alberto Ravell Cariño, 1954