Esta carta está dedicada a Giovanny Váquez de Armas. ¿Lo recuerdan? Si. El supuesto psiquiatra de origen colombiano que el gobierno de Hugo Chávez utilizó, a partir del año 2004, para hacerle creer a los venezolanos y al mundo, que al Fiscal Danilo Anderson lo había matado una organización criminal liderada por la colega periodista Patricia Poleo, quien desde hace 9 años se encuentra en el exilio.
Chávez, y ese extraño sujeto que aseguraba tener poderes especiales para leer las pupilas, ese accidente histórico, mezcla de pésima poesía y mal gusto, llamado Isaías Rodríguez, se valieron de un mercenario, misógino y farsante para recrear toda una historia tenebrosa, una mala copia de las novelas policíacas, con la cual desviaron la atención de la opinión pública, ocultando a los verdaderos responsables intelectuales y materiales del crimen de Danilo Anderson, para achacárselo a otras personas que nada tuvieron que ver con aquel hecho.
La farsa de Giovanny Vásquez de Armas llegó a su fin cuando el famoso “testigo estrella” le confesó a otros periodistas venezolanos que todo había sido un vulgar montaje. Que Isaías Rodríguez le había mandado a pagar 500 mil dólares americanos para que él contara aquella trama involucrando a personas decentes en el asesinato de Danilo Anderson. Vásquez huyó del país, por supuesto, con la ayuda y la cooperación de sus buenos amigos de la Disip, y se fue a territorio colombiano, y de allí a Panamá, donde se supone que todavía reside, con pasaporte nuevo e identidad nueva, libre de polvo y paja.
Pese a que Vásquez de Armas lo confesó todo, los falsos autores intelectuales del crimen de Danilo Anderson todavía se encuentran fuera del país. No ha habido un solo juez en Venezuela que haya tenido la valentía de declarar la inocencia de los inculpados. Peor aún: los verdaderos autores intelectuales y materiales del asesinato de Anderson todavía se encuentran en libertad, algunos de ellos trabajando para el gobierno revolucionario, quizás recibiendo condecoraciones por sus servicios prestados.
Con el caso de Eliécer Otaiza, y más recientemente, con el terrible y abominable asesinato del diputado Robert Serra, el gobierno de Nicolás Maduro pareciera querer repetir la misma historia. Maduro ofreció hace un par de días una conferencia de prensa desde el Palacio de Miraflores (es la primera vez en toda mi vida que veo a un Jefe de Estado dar una rueda de prensa para hablar de un caso criminal, como si se tratara del jefe de la policía) durante la cual repitió, sin tener basamento alguno, que ambos hechos tuvieron motivaciones políticas.
Según Maduro, el crimen de Otaiza fue cometido por organizaciones delincuenciales al servicio de los enemigos de la revolución. La Fiscalía y todos los organismos de seguridad que investigaron la muerte de Otaiza dejaron bien claro que al ex director de la Disip lo asesinó una vulgar banda de delincuentes comunes que no lo conocía y que pensó que se trataba de un policía. Pero Maduro no quiere esa versión y hará todo cuanto sea posible para montar la novela de que a Otaiza lo mandó a matar el mismísimo Barack Obama y sus agentes de la CIA. Para ello habrá que buscar un “testigo estrella”, alguien que como lo hizo Giovanny Vásquez de Armas, se encargue de inculpar a tres o cuatro personajes de la oposición. Maduro mismo lo confirmó cuando dijo que “al caso de Otaiza le falta una pieza”.
En el caso de Robert Serra, la cosa es mucho más dramática. Las investigaciones lograron determinar que a Serra lo mató un grupo de vulgares delincuentes, con el apoyo de su Jefe de Escoltas, para robarle una gran cantidad de dinero que tenía en la caja fuerte de su casa, así como un importante lote de armas. Dos de los asesinos ya fueron detenidos y la Fiscalía acaba de ordenar la captura de otras siete personas, dos de ellas de origen colombiano.
Pero como Maduro está empeñado en vincular el asesinato de Serra con alguna conspiración contra su gobierno y la revolución, las autoridades están siendo obligadas a buscar un “testigo estrella”, un sapo, eso que llaman un “patriota cooperante”, para que al igual que Giovanny Vásquez de Armas, presente una versión que permita culpar a dos o tres pendejos que, preferiblemente, estén vinculados a la MUD, o a cualquier partido de oposición.
No hace falta consultar a mis amigos Reinaldo Dos Santos o Adriana Azzi, para saber que la historia del asesinato de Robert Serra terminará así: un testigo estrella aparecerá de la nada (no sería extraño que el testigo sea el mismo asesino al que apodan El Colombia) para acusar a dos o tres dirigentes opositores (cuidado si en la lista no figura algún diputado de la AN) de ser los autores intelectuales del crimen. Quienes se hayan tomado alguna vez una foto con el expresidente Alvaro Uribe Vélez son firmes candidatos. Los autores de aquella novela que llamaron “la fiesta mexicana” escriben ahora el guión de lo que se dará en llamar “la fiesta colombiana”.
Se busca un nuevo testigo estrella. Maduro, al igual que Chávez, dice que el show debe continuar.