Todos los “revolucionarios” comienzan igual: Pobres, desde abajo, casi siempre sin estudios pero siempre, siempre, haciendo una feroz crítica a los que tienen y a las desigualdades sociales. Y siempre las revoluciones terminan igual: Con dictadores ancianos con años en el poder y abajo los “hombres nuevos” más pobres que antes. El dictador Raúl Castro es un mejor ejemplo, porque además de heredar el poder de su hermano, tampoco le importa lucir una montura de oro en sus lentes, que su costo significa los ingresos anuales de al menos un centenar de familias cubanas, de esas que hace 56 años les juraba que se acabarían las desigualdades. Claro, las de él con otros millonarios del planeta (lapatilla.com)
