No hay que ser economista para entender que el colapso de Venezuela está cerca, demasiado cerca para las aspiraciones del gobierno de seguir pedaleando una crisis que el pueblo percibe y padece. Ni siquiera los abundantes esfuerzos propagandísticos del gobierno logran matizar aunque sea un poco lo que ocurre en Venezuela.
Ahora sacan el nuevo show de las “Navidades Felices”, cuando todos sabemos que la época decembrina será de abundante escasez de productos y de un enorme malestar por parte de los ciudadanos, de esos mismos que se no creen los cuentos oficiales porque pasan largas horas en una cola, ahora no sólo para comprar, sino también para pasar la alcabala gubernamental del sistema biométrico.
La crisis es incalculable. En la sociedad venezolana hay un deterioro muy peligroso aguas abajo. La molestia es general. La ira contenida es grave. La falta de esperanza es triste. Un amigo me decía hace muy poco que se encargó de pulsar la percepción de los taxistas, quienes son indicadores muy certeros del estado del pensamiento colectivos, y todos coinciden que el país va por muy mal camino.
Estamos tan mal, que hasta hay visitadores médicos, cuyos trabajos habían sido muy bien remunerados, quienes ahora se metieron a taxistas en su tiempo libre para equilibrar sus ingresos. Cada venezolano vive una odisea muy personal para tratar que su dinero alcance ante la inflación desbordada.
Aquel venezolano que quiera comprar algo tiene el temor de sufrir un infarto con los precios que hay en la calle. Vas a un centro comercial y cualquier cosa vale un ojo de la cara. Pero si buscas una alternativa en sitios populares de compras como el “Callejón de los Pobres” en Maracaibo, también sales espantado con los precios. No hay salvación. No hay alternativas.
Las distorsiones creadas por más de 15 años de desastre son tan profundas, que mucha gente, por ejemplo, deja trabajos formales para meterse a bachaqueros porque sienten que ahí ganan más dinero. La ilegalidad es una vía que usan muchos ciudadanos para ganarse la vida y eso es el resultado del desbarajuste general que hay en Venezuela.
El descontento popular alcanzó límites impensables si tomamos en cuenta que el país vivió una extraordinaria bonanza dilapidada por el gobierno, que hubiera permitido mediante inversiones certeras y un manejo responsable, elevar la calidad de vida de los venezolanos. Pero la realidad supera cualquier cálculo que usted o yo hagamos. La sociedad venezolana es una olla de presión que puede estallar en cualquier momento.
Es tan difícil la situación del gobierno, que Maduro tuvo que apresuradamente aprobar un aumento del 45% a los militares, con el fin de bajar la presión en las Fuerzas Armadas y usarlas como su sostén ante la crisis que se vive y la hecatombe que se avecina. Pero ni ese incremento calma a los militares, porque ellos también son víctimas de la crisis.
Mientras tanto, el resto de la sociedad no goza de aumentos salariales significativos, pero si sufre de todas las plagas que nos han caído encima: escasez, inflación, epidemias y la inseguridad que no baja en el país. Nadie sabe que va a ocurrir en Venezuela. Todos tienen proyecciones terribles. Yo insisto en el llamado a la rectificación, el diálogo y el cambio necesario en Venezuela. Si el gobierno sigue por este camino, la crisis los arrollará.
@PabloPerezOf