Ángel Eduardo García se salta la cerca del liceo Víctor Capó, de la urbanización Nuevas Cabimas y abre la puerta de una filosa pesadilla. El joven, de 16 años, no porta sombra; la lleva a rastras pese al sol de la mañana, la ira y los celos pesan y rompen las almas alrededor. Ana Verónica Arrieta Bracho se quiebra. Su chemise celeste se hunde de rojo. Sus 15 años de edad son flores rotas que se despedazan. laverdad.com / Crisbelis María Salas – Yéssika González
Hay historias que no soportan el cliché popular de la palabra amor. El sentimiento verdadero no admite dentelladas, apenas nubes grises, vulnerables. Ana Verónica no dimensiona lo que puede suceder.
“Él se salta la cerca y la llama. Ella le dice que la deje tranquila, que no volverán. Él insiste y ella camina hacia él. Se voltea y nos dice que si le pasa algo nos pega un grito”. El testimonio es de una de las tres compañeras de la joven y testigo de su asesinato. Tiene los ojos perdidos. Alaba a su amiga, mientras detalla la reciente frialdad de sus pétalos.
“No se acerca muy bien cuando la ahorca y la empuja contra la cerca. Lilieth quiere defenderla, pero él la golpea en la cara y la deja inconsciente. Yo trato de hacer lo mismo y recibo un golpe en el estómago que me saca el aire y caigo en el suelo. Mi otra amiga sale a buscar ayuda, pero cuando regresa, Ángel había herido a Ana, ya es tarde”.
Los rostros se endurecen en el liceo. Los murmullos no cesan. El cuerpo yace en el suelo. El muchacho desaparece. El tiempo pasado se ofrece entre los salones. Hace nada Ana Verónica estaba en la biblioteca de la institución con sus compañeros de octavo grado. Hoy es una fotografía con lejano resplandor.
“Él siempre se sentaba por la cantina e incluso consumía drogas aquí dentro del liceo. Siempre estaba a la defensiva y ofendía a todos. Ella temía por su vida. La acosaba constantemente y la golpeaba. Por eso lo dejó hace tres meses. Desde entonces andaba con una y con otra. Ella tranquila. Era mi amiga, dulce e inteligente”.
Un cuchillo de cocina
Ana Verónica Arrieta se desploma. Primero recibe una cuchillada en el estómago, se voltea y trata de correr, entonces recibe otra en el abdomen y las piernas ceden. Una tercera herida le sacude el cuello y la vida. En shock y adoloridas, las muchachas piden auxilio y la llevan hasta la dirección del liceo. De allí a un ambulatorio. Muere al ingresar.
Hay tragedias evitables. Otras muerden el corazón del destino.
En cuatro años se resumen la historia de Ana Verónica y Ángel Eduardo. Se conocen y en un tris se hacen novios y deciden alquilar una pieza cerca de la parada de la ruta de Nuevas Cabimas. Allí viven el destello de la inmadurez de ambos, el tambor de los insultos y la ferocidad de los golpes. En agosto los hilos se rompen cuando la joven decide abandonarlo y regresar a su casa materna.
La situación de la pareja de adolescentes tocó las puertas de la dirección de la institución. Los mil 100 alumnos del Víctor Capó no escapan a los nocivos coletazos de una relación destructiva. Las madres de ambos acuden a una reunión y firman una coacción de alejamiento. Ángel fue alumno del liceo, pero por decisión voluntaria se retira con la excusa de un cambio de domicilio.
Ana Verónica repite primer año de bachillerato. Reside con su mamá en Las Parcelitas, sector Nueva Rosa. Ángel reside con su abuela. Es huérfano de padre y su madre no lo determina como debe. “Es un muchacho que está falta de amor. Siempre ofensivo y a la defensiva”, expresa con ojos vidriosos una de las tres testigos del asesinato.
Luego de matar a Ana Verónica, sabuesos ubican seis horas después a Ángel Eduardo. La Policía científica de Cabimas lo detiene en el sector Nueva Bolivia, en Cabimas, en casa de un familiar. “Sí, soy yo. La maté porque me pegó cachos”, les dice sin ningún remordimiento. “Y se me salvó ayer (miércoles) porque no la encontré”. El joven se suelta a hablar con los detectives. “¡Ella me rompió el corazón. Me dijo que su corazón le pertenecía a otro!”. Narra cómo planea matarla y lo ejecuta dentro del liceo. La palabra amor tuerce las pupilas. Este tipo de desenlaces no caben en el peso del sentimiento.