En una ciudad como Caracas, donde el ensordecedor ruido de miles de vehículos en las calles crispa los nervios, de basura acumulada por doquier, delincuencia desbordada y el frenético desplazamiento de millones de personas al día, pocos podrían pensar que con sólo levantar la cabeza se pueden deleitar con la espectacular vista del montañoso parque nacional El Ávila, reseña Associated Press.
O con el vuelo de las guacamayas que armonizan y dan color a esta caótica urbe.
A diferencia de las islas del Caribe, incluida Cuba, donde seis especies originarias se extinguieron, la guacamaya, un ave tropical de la familia de los loros; 14 especies de origen americano, cuatro de las siete especies que hay en el país parecen estar bien adaptadas a la capital venezolana como estarían en su hábitat natural que va desde las selvas de México, pasando por el delta y río Orinoco, uno de los más caudalosos del mundo, en Venezuela, hasta los bosques del noreste de Argentina.
Entre las especies de guacamayas que se pueden ver en Caracas están la azulamarillo (Ara ararauna), que parece prevalecer particularmente tras su introducción fortuita en la capital en la décadas recientes. Su presencia aumentó vertiginosamente gracias a su capacidad reproductiva y a la cada vez más amplia práctica de personas que las adoptan como mascotas.
Las azulamarillo “han conseguido una situación bastante buena de verdor en la ciudad. Adaptándose… a la disponibilidad de alimentos que la gente les está ofreciendo continuamente y tener sitios donde reproducirse como son las palmas de los chaguáramos (Roystonea oleracea)”, dijo Miguel Lentino, director científico de la Colección Ornitológica Phelps, un referente para estudiantes, aficionados y ornitólogos en Venezuela.
“Afortunadamente… estos sitios de reproducción no han sido destruidos por la comunidad sino que más bien hay una actitud de defensa y protección porque a todo el mundo le gusta ver su guacamaya cerca de su casa, no quieren que estén enjauladas”, dijo Lentino, coautor junto a Robin Restall y Clemencia Rodner del libro ‘Las Aves del Norte de Suramérica’.
Debido a esa condiciones favorables, las guacamayas están en un proceso de expansión y se pueden ver ahora en zonas urbanizadas como la azotea del apartamento de Ivo Contreras, estilista del certamen Miss Venezuela, quien se ha convertido en el anfitrión de decenas de guacamayas, al amanecer y la puesta del sol.
“Para mi es una satisfacción verlas todos los días llegar… compartir con ellas un espacio donde uno se carga de energías y es algo en armonía”, dijo Contreras, de 44 años, quien se inspiró en el helipuerto de una torre cercana para construir una plataforma circular con 58 tazones dispuestos como comedero.
Contreras es uno de más de 2.000 personas que se han organizado el grupo “Guacamayas en Caracas” para compartir experiencias y promover la protección de aves que llegan a sus balcones.
Científicos y aficionados coinciden en que en la introducción de las guacamayas en Caracas jugó un papel importante Vittorio Poggi, un inmigrante italiano, quien en la década de 1970 sorprendía a sus vecinos de una barriada de clase media del este de Caracas, desplazándose en motocicleta acompañado de una guacamaya azulamarillo que volaba libre su lado.
En 1973 “empezó todo”, cuando “llegó una guacamaya perdida”, dijo Poggi, de 70 años.
Por un tiempo las compró “después la gente que me conocía me la regalaban, me las llevaban heridas, me nacían”, comentó.
Al recordar a la guacamaya que volaba a su lado, Poggi resaltó que “esas cosas no se enseñan, era el apego que tenía el animal conmigo. Son aves… muy inteligentes. Por eso tenerlas encerradas es un crimen”.
La vista de aves fuera de lo común no es casual en Venezuela. El inventario oficial de especies iniciado en julio de 1799 por el geógrafo y naturalista alemán, Alexander von Humboldt, famoso por sus exploraciones científicas en Sudamérica, suma 1.463 especies de aves, lo que representan “15% del total conocido en el mundo”.
Muchas de esas especies están protegidas en 43 parques nacionales que suman 14 millones de hectáreas o 15% del territorio venezolano.
“Cuando estaba por la calle y las veía volando, yo decía ‘¡Ay que bonitas!”’, dijo Vanessa Silva, de 38 años.
“Estando de vacaciones, con más tiempo aquí en casa, vi que pasaban por aquí cerca, que se paraban acá en casa de una vecina, hasta que, bueno, la soborne con un camburcito (un banano)… y llegaron a mi ventana”, dijo traviesamente Silva, mientras daba de comer de su mano, justo después que la guacamaya, asomó su cabeza en la ventana de su apartamento como preguntando: “¿Hay alguien en casa?”.
Poco después de saciarse de semillas, a la puesta de sol, el ave voló para unirse a la bandada para ir a cobijarse y dormir.
Por JORGE RUEDA, Associated Press/La fotógrafa de The Associated Press Ariana Cubillos y el videoreportero Vicente Márquez contribuyeron a esta crónica.