Nos encontramos en territorio inesperado que nunca estuvo en la mente de ninguno de los visionarios ni en los cálculos de los investigadores de la historia. Antes, en poco más de la mitad del siglo pasado, durante los gobiernos democráticos, las revoluciones armadas parecían imposibles, porque solo en tiranías lo son. La justicia social y bienestar para millones de seres cada vez más pobres y marginados tampoco se logró ahora, a pesar de la propaganda oficial con sus consignas socialistas que no han traído más que violencia, desgracias, corrupción, desempleo, atraso y ruina generalizada. Si algo tenemos que aprender de este infame ciclo histórico es que ninguna justicia social y crecimiento económico puede ser fruto de un modelo autoritario y excluyente. Esta revolución bolivariana llegará a su fin a partir de febrero 2015, cuando la hiperinflación y el desabastecimiento sacudan de la resignación a los ciudadanos y se lancen a protestar en las calles haciendo caso omiso a la indigna función de apagafuego de la MUD.
Las causas que provocaron el Caracazo hoy se quedan pálidas ante lo que está sucediendo en Venezuela. Precisamente el sacudón de 1989 fue durante el mes de febrero, que junto a la intentona golpista de Hugo Chávez del 4-F de 1992 y los sucesos violentos de este año, con más de 40 ciudadanos asesinados, además de heridos, presos y perseguidos políticos, que provocaron la repulsa mundial y finalmente, las sanciones de Estados Unidos a funcionarios y militares responsables de violar los derechos humanos, los han hoy convertido en próceres y modelos patrióticos. Las sanciones de la Cámara de Representantes y la firma de Obama son la excusa para celebrar los crímenes de febrero y culpabilizar una vez más a las víctimas. Sin embargo, no hay que ser vidente para saber que al gobierno le estallará una crisis social sin precedentes y todo parece indicar que será en febrero, mes signado en éste país por los nefastos intentos de golpes de Estado o por las turbulencias sociales. El de 2015 no se salvará de su destino, cuando las consecuencias de la baja en los precios del petróleo nos terminen afectando a una velocidad acelerada. De continuar o agravarse la situación económica y la falta de divisas es obvio que sucederán nuevas calamidades y nada impedirá que sucedan. Todos los analistas y economistas están anunciando lo que pasará en los próximos meses, sin que por ello los responsables de la debacle, que niegan tales pronósticos, usen los medios para evitarlo. Asombra contemplar como este gobierno, sordo y ciego, camina decidido hacia la catástrofe, de la misma manera como cada uno lo hacemos hacia la muerte. No solo las personas, también los gobiernos son mortales. Este régimen político ya cumplió su ciclo y está avanzando velozmente hacia su consunción por no asumir en el momento oportuno las responsabilidades políticas pertinentes. Así que a nadie debe sorprender su caída. Maduro no tiene legitimidad de origen -ni siquiera ha podido mostrar su partida de nacimiento-, ni legitimidad de ejercicio. Y para colmo hay poderes del Estado que tampoco lo son, como el CNE y el TSJ, que se saltan como les da la gana principios democráticos del Estado de Derecho y los tribunales al servicio del gobierno se ensañan contra la dirigencia opositora, esa que está libre de toda sospecha colaboracionista. No hay mayor descrédito en este país que el del Ministerio Público y el poder judicial. La calaña política que gobierna, tan poco afecta a la democracia, apela únicamente a ella como legitimación, dispuesta siempre a manipularla a su favor, para consumo de ingenuos y de los chupadores internacionales que han expoliado nuestros recursos, pero las excusas no servirán para nada cuando todo haya fenecido. Durante o después de febrero.