Tocar un instrumento: Un tratamiento pisquiátrico alternativo para niños con ansiedad

Tocar un instrumento: Un tratamiento pisquiátrico alternativo para niños con ansiedad

Foto de musicaantigua.com
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Los niños  que estudian violín o piano podrían aprender algo más que música. Según un estudio de la Escuela Médica de la Universidad de Vermont (EEUU), el entrenamiento musical también ayuda a los pequeños a centrar su atención, controlar sus emociones y a disminuir su ansiedad.

Los autores de la investigación, los psiquiatras James Hudziak y Eileen Crehan, afirman que esta es “la más extensa sobre la relación entre la actividad de tocar un instrumento musical y el desarrollo cerebral”. En ella se analizaron los escáneres cerebrales de un total de 232 niños de edades comprendidas entre los seis y los 18 años.

Variaciones en el grosor de la corteza cerebral





A medida que los niños se hacen mayores, el espesor de su corteza cerebral –que es la capa más externa del cerebro- sufre algunos cambios.

En análisis previos sobre este aspecto, Hudziak y su equipo habían descubierto que el engrosamiento o el adelgazamiento de la corteza en áreas específicas del cerebro podían indicar la aparición de ansiedad y depresión en los pequeños; de problemas de atención, de agresividad o de control de la conducta; incluso en niños sanos (sin diagnóstico de trastorno o de enfermedad mental).

Con el presente estudio, Hudziak quería ver si, por el contrario, una actividad positiva, como la formación musical, podía influir en dichos indicadores corticales.

 

Efectos de la música en la memoria y la inteligencia

En 2006, ya un experimento desarrollado por psicólogos canadienses comprobó que la enseñanza musical acelera el desarrollo de la corteza cerebral de niños de escuela infantil y primaria, con un efecto positivo sobre la memoria y la atención de los más pequeños.

Los científicos explicaron entonces que esta mejora de la capacidad de memorización -alcanzada gracias a la música- facilitaba a su vez el aprendizaje de la lectura, de la escritura y de las matemáticas, así como el desarrollo de la capacidad de ubicarse en un entorno e incluso el coeficiente intelectual.

En 2008, otra investigación sobre la relación entre la música y el cerebro estableció que los niños que tocan un instrumento una media de dos horas y media a la semana desarrollan un 25% más el cuerpo calloso, la zona que conecta los dos hemisferios cerebrales y que ayuda a la coordinación de ambas manos.

Los investigadores descubrieron también que el incremento en el cuerpo calloso es directamente proporcional al rendimiento en una prueba no musical en la que los niños presionaban secuencias en un teclado de ordenador.

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