Quien aterroriza, amenaza, golpea, maltrata, asalta, secuestra, chantajea, vive a costa del trabajo de otro o lo despoja de lo que ha logrado a través de la creatividad sana y del trabajo honesto. Y que además, sin escrúpulo alguno, le arrebata derechos constitucionales, no es más que un cobarde delincuente, un antisocial, no es digno de admiración.
Se sabe que estas lamentables conductas son exhibidas por azotes de barrio y por la delincuencia organizada; pero lo peor, es enterarse que también son prácticas de muchos gobernantes conocidos a nivel mundial y Venezuela, no es una excepción.
La primera preocupación del delincuente es no ser atrapado in fraganti. El delincuente ambicioso busca poder por todos los medios, se hace a un traje o hábito para que le dé investidura y le permita defenderse o esconder sus delitos. De allí el refrán: “El hábito no hace al monje” o “No todo el que trae levita es persona principal”. El delincuente es diestro en la simulación, nunca está pendiente de los derechos humanos de sus víctimas, sencillamente les hace daño, las maltratan, atracan, violan o asesinan sin misericordia.
Uno de los graves problemas para la humanidad, es cuando los delincuentes alcanzan poder local, nacional o internacional. Muchos logran, entre otros, poder político, policial, religioso, social y económico. Es por ello, que algunos gobernantes, policías, religiosos o banqueros, de cualquier país, llegan a ser potenciales delincuentes y asesinos.
En su simulación hablan ante parlamentos, foros nacionales e internacionales de la preeminencia de los derechos humanos (DDHH): Derecho de la vida, la protesta, la igualdad de derechos políticos, de la libertad religiosa, del respeto a la otredad, de la necesidad de proteger la sociodiversidad y la biodiversidad, de la lucha contra la corrupción y el enriquecimiento ilícito; pero en sus países practican todo lo contrario de lo que pregonan; en otras palabras, son audaces hipócritas, falsos, mentirosos, fraudulentos, corruptos, delincuentes…
En países poco organizados, donde reina la impunidad y los poderes públicos no gozan de equilibrio, de verdadera independencia y, que por añadidura, son inefectivos, la gente honesta puede ver como los delincuentes viven a sus anchas. Allí, como en Venezuela, todo mundo sabe, quienes son los atracadores asesinos, vendedores de droga o sicarios; pero los que “menos parecen enterarse”, son las diferentes autoridades policiales.
Los delincuentes se pasean en nuevos y costosos vehículos, se dan una vida de lujo y, no contentos con esto, amenazan, silencian, intimidan o asesinan a la gente. Pero en un mundo así, ¿qué puede esperar un ciudadano común, si presidentes y funcionarios corruptos, a la vista de autoridades locales, regionales, nacionales y hasta de la comunidad internacional violan DDHH, corrompen a las instituciones y someten al personal subalterno a cometer delitos de lesa humanidad?
En muchos países del mundo, y más en el nuestro, urge grandes cambios, reformas y cumplimiento de la ley; separación auténtica de los Poderes Públicos; mayor control ético sobre todos los miembros del Poder Judicial; mejorar al sistema de políticas carcelarias; crear sistemas más efectivos para la recaudación de impuestos con la misión de controlar al enriquecimiento ilícito y la corrupción; formar bajo estrictas normas de seguimiento psíquico-ético a las policías y a sus autoridades.
Pero para alcanzar mejores gobiernos tenemos que cultivar la verdadera, operativa y funcional ciudadanía. Ejercer la ciudadanía con organización. La gente tiene que adquirir la capacidad para organizarse. Lo primero es organizar, educar y defender a la familia. Luego, organizar a la comunidad donde se viva, adquirir sentido de pertenencia, exigir que se respeten sus derechos y los de vecinos, buscar el desarrollo y mejoras de su entorno.
Sentir que lo que sucede a otro venezolano cercano o que viva al otro lado del país es nuestro deudo. En consecuencia, hay que exigir a los gobiernos seguridad y respeto por los derechos humanos de esa persona; porque de esta manera, estamos defendiendo también los nuestros.
La organización operativa, bien entendida y responsable ayuda a mejorar nuestra ciudadanía, a convivencia y hace más justa a las comunidades. Esto, por supuesto, nos alejaría de frases “esculpantes”, escépticas, pesimistas e irresponsables como: “Antes era peor”, “Todos los gobiernos son corruptos”, “Esto no lo cambia nadie”, “Si en otras partes hay injusticia y delincuencia, ¿por qué no ha de haberla aquí?” “Aquí vivimos del desorden”. Porque al ejercer la ciudadanía, alcanzamos más responsabilidad hasta hacer inaceptables a ridículos y peyorativo dichos como aquel que dice: “Mal de muchos consuelo de tontos.”
Víctor Vielma Molina/Educador/victormvielmam@gmail.com