Carolina Rojas tiene 23 años y el pasado 11 de diciembre se enteró de que el bebé de cuatro meses de gestación que llevaba en el vientre había muerto producto de un aborto espontáneo. La noticia le llegó a través de un ecograma de control y, dada la gravedad del caso, el ecografista le aconsejó asistir de inmediato a la emergencia más cercana. laverdad.com / Reyna Carreño
Rojas se dirigió con premura a la maternidad Dr. Armando Castillo Plaza para que le practicaran un legrado o curetaje, pero la médica de guardia le indicó que para atenderla necesitaba conseguir “algunas cosas”: un catéter intravenoso o jelco número 18, guantes, gasa y ocho pastillas de Misoprostol para la dilatación del cuello del útero. “Cuando tengas eso te vienes para ingresarte”.
Con el feto muerto en las entrañas, la joven salió en búsqueda de los insumos. “Fui como a 15 farmacias y nada. Llegué al centro y una farmaceuta me dijo que las guajiras tenían lo que andaba buscando”. En efecto, en las inmediaciones del Hospital Chiquinquirá, los buhoneros venden jelcos a 300 bolívares, gasa a Bs. 50 el paquete de tres compresas y Misoprostol a Bs. 200 cada pastilla.
Entre ubicar los insumos y conseguir el dinero para pagarlos pasaron tres días, y no fue sino hasta el 13 de diciembre cuando Rojas fue intervenida para extraerle el niño muerto. “Gracias a Dios no tuve complicaciones, pero pasé un gran susto y gasté más de dos mil bolívares”.
El viacrucis de los pacientes oncológicos
Un calvario resulta la prosecución de los tratamientos de los pacientes oncológicos, así como de otros enfermos crónicos. La carencia de insumos médicos en los hospitales de la ciudad obliga a los familiares a ir de farmacia en farmacia en la búsqueda de aquellos implementos que garantizan la vida de cada paciente.
Desde mediados de 2014 los catéteres intravenosos comenzaron a escasear. Primero desaparecieron los importados y luego los “hecho en la República Bolivariana de Venezuela”, al punto de desaparecer incluso de las reservas hospitalarias. Hoy día, por ejemplo, cada paciente oncológico del Hospital Universitario debe llevar su jelco si requiere de una toma de muestra, una transfusión o una quimioterapia.
La situación se hace más delicada para los niños, quienes requieren jelcos finos número 24 (los que menos se consiguen), porque sus venas son delicadas y tienden a romperse durante el forcejeo para tomarles una vía, pese al esfuerzo y la delicadeza que tiene el personal de enfermería.
“Lo peor no es tener que comprarlo, es que no hay en toda Maracaibo, yo diría que ni en toda Venezuela. Es una lotería conseguir alguno en las farmacias, y si lo hay, cuesta casi 200 bolívares. Los buhoneros los revenden en 300 o 350, una agujita que hace seis meses costaba 35 bolívares y que solo se puede utilizar una vez”, comentó Angélica Miranda, madre de un niño con cáncer.
Por las nubes
En todos los hospitales de la ciudad pueden apreciarse grupos de buhoneros que exhiben su mercancía en mesones improvisados y ante los ojos de las autoridades revenden artículos de primera necesidad a precios exorbitantes: Un rollo de papel higiénico, Bs. 50; un pañal desechable, Bs. 20 y 25; agua mineral de litro y medio, Bs. 80, y toallitas húmedas, Bs. 300.