“Corazones de acero” es y se siente tan sucia como tan sucia es la guerra en sí misma… como la guerra es en sí misma, ¿qué guerra? La que pueden librar los tripulantes de un tanque durante cualquier conflicto bélico. Porque sí, porque aunque estemos en la II Guerra Mundial, los americanos sean los americanos y los nazis sean los nazis, todo se reduce a cinco hombres y un tanque. Todo lo demás es irrelevante. Porque los ideales son pacíficos, pero la historia es violenta.
Cinco hombres, personas, compañeros, camaradas, hermanos. Y un tanque durante un conflicto bélico tan atractivo y a la vez brutal como la II Guerra Mundial, en dónde la balanza entre medios técnicos y humanos realzaba aún más la condición de carne de cañón de estos últimos. Con Brad Pitt al frente por supuesto, gran estrella (y productor) que no por ello menosprecia la labor de sus otros cuatro compañeros, en especial de Shia LaBeouf y Logan Lerman quiénes así amplian sus perspectivas como intérpretes. De hecho y aunque Brad siga siendo el jefe, lo verdaderamente importante de ‘Corazones de acero’ es el equipo y hermandad forjada como bien indica su título español, en acero.
Y además y aunque pueda parecer que no en algún momento o desliz genuinamente “de película”, forjado en un material que ha sido extraído de la realidad: ‘Corazones de acero’ no sólo es sucia, cruda, dura y amoralmente ambigüa a la hora de omitir cualquier causa que subraye o cubra su acción, también es tan realista que uno acaba por sentirse a bordo de Fury, el nombre del tanque. Como si fuera ‘Lebanon’, aquel filme de Samuel Maoz del que tras cancelarse su estreno en 2012 no hemos vuelto a saber, y en la que la cámara nunca abandonaba el tanque protagonista (aunque aquí si lo haga). Para el caso lo mismo: israelitas, palestinos, norteamericanos o nazis, que todos sangran. Y si sangran, entonces pueden morir.
Esta humanización tan deshonrosa y desmitificada es lo que acaba definiendo a ‘Corazones de guerra’ como una película que trasciende del modelo bélico: no hay en verdad una batalla que ganar ni un objetivo que conseguir. Como bien dicen sus protagonistas, vienen de combatir en un lado para combatir en otro. El por qué, para qué y todo lo demás es secundario que no se trata de una lección de historia, la reafirmación de un ideal o la consagración de un acto de valor: se trata de cinco hombres, Brad Pitt, un tanque y la II Guerra Mundial. Ni más ni menos. Y aún sin ser perfecta si cuenta con algo que no siempre se encuentra entre los reporteros de guerra cinematográficos: la autenticidad del sudor humano.
Leer más en: elseptimoarte.net