Indignación. Una palabra. Un sentimiento cada vez más colectivo en Venezuela.
Somos uno de los países con las mayores reservas petroleras del mundo, pero tenemos las neveras vacías. Tuvimos una de las bonanzas por exportación de crudo más largas de nuestra historia, y pese a esa bendición hoy sufrimos porque no conseguimos alimentos y medicamentos, pero sobre todo porque no tenemos gobierno.
Estamos quebrados, con una inflación cercana a los tres dígitos y una moneda que llamamos fuerte, pero que no alcanza ni para los gastos más básicos. Somos un país en retroceso, que sobrevive a las malas decisiones políticas y económicas de un hombre que se hace llamar “hijo de Chávez”, y que en nombre de su padre ha convertido a Venezuela en una de las naciones más pobres de América Latina.
Estamos quebrados, sí. Quebrados porque el Estado no ahorró el excedente petrolero, pero también porque el gobierno prefirió destruir el aparato productivo, para importar y guisar a costa de un control de cambio que solo ha engordado las barrigas y las cuentas de los boliburgueses, a los que poco les importa traer conteiners repletos de comida podrida.
Estamos quebrados, en aprietos y con un Presidente viajero al que como medida extraordinaria, solo se le viene a la mente encomendar la recuperación de nuestras finanzas a la justicia divina.
¿De verdad Nicolás?
¿De verdad crees que la solución a la escasez de productos tan básicos como la leche, la harina de maíz o el arroz, depende de Dios?
¿Acaso las divisas necesarias para reponer los inventarios de medicinas en el país, que por cierto registran casi 70% de desabastecimiento, llegarán por obra y gracia del Espíritu Santo?
¿Qué les decimos a los venezolanos que han perdido un ser querido porque no consiguieron un medicamento? ¿A los pacientes con VIH, o a quienes esperan por un insumo para ser trasplantados?
¿Cómo le explicamos a un pueblo indignado y agotado que la solución que propone tu gobierno a 15 años de errores, corrupción y despilfarro, está en manos del señor?
Claro que seguiremos rezando Nicolás. Quienes creemos en Dios confiamos en que gracias a su voluntad nos hemos mantenido en pie como sociedad, pese a las adversidades. Sabemos y nos sentimos protegidos, pero no aceptamos que te sigas burlando del pueblo y mucho menos de nuestro creador.
El panorama ciertamente es aterrador, y el día a día lo es aún más. No lo vemos por televisión Nicolás, lo sentimos de cerca al peregrinar por farmacias y supermercados en busca de una medicina o un simple papel toilet. Cuando hacemos eternas colas para poder llevar comida a la casa, o cuando se nos accidenta el carro y no conseguimos el repuesto para ponerlo a andar.
Estamos mal, y el pueblo teme que será peor.
A quienes aún creen en Venezuela. Sigamos por el camino del cambio. Juntos somos la fuerza de la unidad.
¡Por Venezuela vale la pena seguir luchando!