Los ataques vienen de todos los frentes. Desde las restricciones para acceder al papel hasta las acciones legales contra los periodistas, en un país donde hace mucho se borraron los límites entre los poderes, sin olvidar las presiones sobre los anunciantes. Así, periódicos tradicionales como El Universal o canales como Globovisión no han tenido más alternativa que aceptar ofertas de inversionistas de misterioso origen y que han terminado por apaciguar su postura crítica frente a todo lo que es reprochable en la revolución bolivariana.
Es llover sobre mojado decir que en Venezuela está hecho trizas el Estado de derecho y que en este deterioro mucho ha tenido que ver la agonía de la libertad de expresión a expensas de ese interés, tan propio del totalitarismo, de permitir solo una lectura de la realidad. Es bueno recalcar que los medios silenciados no se ubican todos en la misma orilla ideológica. Sí los une, en cambio, su valiente compromiso con unos principios que les han impedido optar por el camino de la conversión a ser caja de resonancia oficial como estrategia de supervivencia.
Con actitud represiva, Maduro quiere poner a la prensa como chivo expiatorio de una crisis que cada vez toma ribetes más angustiantes. No es algo nuevo. No es ni será el primer gobernante que, viéndose en apuros, opta por matar al mensajero. Ante este atropello, no queda sino cerrar filas en torno a los colegas y, acto seguido, hacerles saber a los actuales líderes de la revolución bolivariana que la comunidad internacional difícilmente verá calumnias e injurias, irresponsabilidad y conspiración –como pretenden mostrarlo– donde solo hay un gobierno en apuros que quiere silenciar a quienes ponen en evidencia sus desatinos. Por fortuna, hoy la tecnología hace virtualmente imposible el silencio que en otros tiempos se lograba acallando a los diarios. A falta de papel, están internet y las redes sociales para alzar la voz ante los abusos.
El de Venezuela es, por desgracia, un laberinto al que hoy es muy difícil hallarle la salida. Es una complicación de males la que sufre este paciente. Pero si no hay consenso sobre el remedio, al menos sí lo hay respecto a los tratamientos que se deben evitar. Restringir las libertades individuales, acabar la libertad de expresión y coartar el derecho a la información de los venezolanos solo conseguirá agudizar los síntomas.
Se trata, entonces, de avanzar en la dirección contraria, la que permite profundizar la democracia. Este objetivo se logra escuchando y dándoles cabida a diversos puntos de vista, garantizando derechos y libertades. Por ahí, tarde o temprano, aparecerá la salida. La otra vía, en cambio, conduce a un desbarrancadero que el bravo pueblo no se merece.
Publicado originalmente en el diario El Tiempo (Colombia)