El mecanismo de atención por el terminal de la cédula en los supermercados de la red estatal y la prohibición de colas nocturnas no han impedido que los clientes deban madrugar y salir de sus casas, cuando aún no ha salido el sol, para adquirir los rubros más escasos de la canasta alimentaria. En el caso de Abasto Bicentenario en Alta Vista, la espera se sigue prolongando por más de siete horas.
Maribel Vera llegó a la cola del estatal Abasto Bicentenario en Alta Vista a las 4:50 de la mañana de este martes y salió, con mercado en mano, a las 10:30 de la mañana. Allí gastó seis horas de su tiempo, pero quien le permitió invertir “solo” seis horas fue su primo que estuvo desde la noche anterior guardándole el puesto.
Magalys Hurtado dedicó siete horas para hacer mercado. “Cuando llegué en la madrugada recibí el número 80 y fueron siete horas entre que hice la cola y salí, es terrible, pero qué se puede hacer cuando uno gana tan poco”, argumentó.
La espera fue mayor en el caso de María Marcano, quien llegó a las tres de la mañana a la cola y pasadas las 10:00 de la mañana esperaba al menos una hora más para entrar a comprar. “Debo salir de aquí como al mediodía porque adentro debo hacer otra hora de cola para pagar, pero todo se hace por necesidad, porque no le voy a comprar a un revendedor la harina a 60 bolívares”, dijo.
Los relatos de Vera, Hurtado y Marcano ilustran la realidad madrugadora de las colas y el nulo resultado de prohibiciones de filas nocturnas, que no solo nacieron truncadas sino lejanas de la solución de un problema con raíces estructurales, que parten de la deficiente producción nacional.
“La necesidad tiene patas, a donde quiera se hacen colas”, dijo Josefina Veliz, quien tenía al momento de la entrevista seis horas en cola bajo el sol. “En la calle tengo que comprar una leche completa a Bs. 700 y acá la compro a Bs. 65, prefiero hacer la cola”, dijo, “porque el dinero no rinde”.
Vera comentó que los precios son el mejor resultado, luego de una extenuante cola. “Gasté Bs. 400 y compré tres harinas, dos mantequillas, dos leches líquidas, una en polvo, tres arroz, dos azúcar, papel y jabón, lo único que no había era pollo y carne”, lamentó.
“La próxima vez traigo el colchón y el televisor, porque aire hay bastante”, dijo sentada en la Plaza del Hierro, Alejandra Ortiz, quien llegó a las cuatro de la mañana y estimaba salir a las cinco de la tarde del lugar.
Quienes acuden al menos una vez a la semana al establecimiento de la red estatal por el terminal de la cédula insisten en la necesidad de habilitar más cajeras y ampliar los puntos de venta en lugares estratégicos, como en San Félix, pues buena parte de los compradores provienen de sectores lejanos como Josefina Veliz, quien se trasladó desde el sector Primero de Mayo -en la vía a Upata- a Alta Vista.