Una de las cosas que me preocupa de la situación venezolana es que naturalicemos hechos, formas de vida o conductas que no son para nada normal, que no forman ni formaron parte jamás de nuestra cotidianidad y que hoy cada vez más personas parecen asumirlas como algo “natural”. Esto como consecuencia de conductas aprendidas, instinto de supervivencia o simplemente evasión de la realidad.
Estas conductas son más comunes en mayores de treinta años y se propagan en la juventud en la medida que se transmiten de padres a hijos. Algunos dicen que con la madurez dejas de ser idealista, ajustas tus expectativas de vida y te dedicas a satisfacer tus necesidades básicas: A vivir tranquilo. En Venezuela hay dos frases que me preocupan cuando las escucho: “Si no trabajo no como” y “yo no me meto en problemas”. A manera de responder que no les importa la política y lo menos que quieren es “complicarse” la vida metiéndose en ella.
Mientras más precarias son las condiciones de vida hay más evasión, la gente no tiene posibilidad de pensar más allá de su subsistencia, cuando llegas a tu casa lo menos que quieres es “estresarte” viendo noticias. Los regímenes totalitarios se encargan de hacerte difícil la vida diaria, porque saben te quitan la posibilidad de trascender.
La gravedad de la situación nacional no tiene precedentes en nuestra historia, la reacción del pueblo tampoco. Debemos comenzar a preocuparnos cuando quinientos cadáveres en un mes no nos inmutan, cuando hacemos colas sin levantar la voz, cuando nos acostumbramos al abuso de autoridad, cuando asumimos que manifestar es sinónimo de ir preso o recibir un tiro en la cabeza.
Venezuela vivió el periodo democrático más largo en Latinoamérica, muchos afirman que nuestro tejido impide que en nuestro país prospere un sistema autoritario. Hay una paradoja que puede ilustrarnos perfectamente la situación actual y lo que pudiera pasar en el trascurso de unos años con las nuevas generaciones, jóvenes que no han visto otra cosa que chavismo, que no tienen posibilidad de comparar. Es la paradoja de los monos y la escalera.
En un experimento se metieron cinco monos en una habitación. En el centro de la misma ubicaron una escalera, y en lo alto, unos plátanos. Cuando uno de los monos subía por la escalera para tomar los plátanos, los científicos rociaban al resto de monos con un chorro de agua fría. Al cabo de un tiempo, los monos asimilaron la conexión entre el uso de la escalera y el chorro de agua fría, de modo que ninguno de ellos se aventuraba a subir en busca de un plátano, porque el resto de monos se lo impedían con violencia. Al final, e incluso ante la tentación del alimento, ningún mono se atrevía a subir por la escalera.
En ese momento, los científicos extrajeron uno de los cinco monos iniciales e introdujeron uno nuevo en la habitación.
El mono nuevo, naturalmente, trepó por la escalera en busca de los plátanos. En cuanto los demás observaron sus intenciones, se lanzaron sobre él y lo bajaron a golpes antes de que el chorro de agua fría hiciera su aparición. Después de repetirse la experiencia varias veces, al final el nuevo mono comprendió que era mejor para su integridad renunciar a subir por la escalera.
Los científicos sustituyeron otra vez a uno de los monos del grupo inicial. El primer mono sustituido participó con especial interés en las palizas al nuevo mono trepador. Posteriormente se repitió el proceso con el tercer, cuarto y quinto mono, hasta que llegó un momento en que todos los monos del experimento inicial habían sido sustituidos.
En ese momento, los científicos se encontraron con algo sorprendente. Ninguno de los monos que había en la habitación había recibido nunca el chorro de agua fría. Sin embargo, ninguno se atrevía a trepar para hacerse con los plátanos. Si hubieran podido preguntar a los primates por qué no subían para alcanzar el alimento, probablemente la respuesta hubiera sido esta “No lo sé. Esto siempre ha sido así”.
Nunca dejemos de cuestionar, de preguntarnos el por qué de las cosas, de exigir explicaciones, de enseñar a nuestros hijos la capacidad crítica antes que la obediencia ciega. En ese momento estaremos diciendo “Nunca más” y no “siempre ha sido así”.