A la periodista Nadia Sharmeen le pidieron el 6 de abril de 2013 que cubriera una marcha organizada por Hefazat-e-Isla, una asociación de organizaciones islamistas de Bangladesh, entre cuyas demandas se destacaba revocar la Política Nacional para el Desarrollo de las Mujeres, y las cosas no salieron bien.
Cuando Sharmeen llegó al lugar le pidió a su camarógrafo que filmara la multitud y se dispuso a realizar entrevistas.
Pero “de repente, un hombre me preguntó por qué estaba ahí como mujer”, contó a IPS. “Le dije que no estaba como mujer, sino como periodista. Pero no lo aceptó y comenzó a gritarme”, continuó.
Las agresiones verbales del hombre rápidamente llamaron la atención de la gente y antes de que pudiera entender qué estaba pasando, fue atacada por entre 50 y 60 hombres.
“Me golpearon, me tiraron al piso cuatro o cinco veces. Trataron de romperme el vestido. Querían matarme, ese era su objetivo”, relató.
Sus compañeros lograron hacer frente a la multitud enardecida y lograron trasladarla hasta un hospital. Pero el daño estaba hecho. Debió permanecer cinco meses postrada y someterse a varias cirugías.
A pesar de ser abandonada por su empleador, quien se negó a cubrir el costo del tratamiento y terminó por obligarla a renunciar, Sharmeen logró superar el calvario gracias a su propia fortaleza y al infatigable apoyo de su familia.
Sharmeen está entre las 10 mujeres reconocidas por el Departamento de Estado de Estados Unidos por su valor excepcional en la búsqueda de la paz y la igualdad. Actualmente realiza una gira por este país como receptora del Premio Internacional a las Mujeres con Coraje 2015 (IWOG, en inglés).
Según ella, tuvo suerte, y seguramente tenga razón. En Bangladesh, miles de mujeres sufren la violencia que se manifiesta de diversas formas. En 2011, 330 de ellas fueron asesinadas por incidentes relacionados con la dote. Además, 66 por ciento de las bangladesíes se casan antes de los 18 años.
La tasa de empleo es de 57 por ciento para las mujeres, comparada con 88 por ciento para los hombres.
La discriminación comienza, según algunos datos, con el nacimiento. La mortalidad infantil femenina es de 20 fallecidas cada 1.000 nacidos vivos, muy por encima de los 16 varones que corren la misma suerte.
Una luz de esperanza en Asia
Este año, cinco de las 10 premiadas por IWOC proceden de Asia, donde las mujeres representan la mitad de los 4.000 millones de habitantes y están sujetas a fuertes leyes y arraigados comportamientos patriarcales.
Sayaka Osakabe, por ejemplo, se dedica desde unos años a luchar contra una forma de discriminación muy propagada en Japón, “matahara” o acoso maternal, la práctica de someter a las mujeres a una fuerte presión para que “elijan” entre tener hijos o una carrera.
Una de cuatro mujeres sufre acoso maternal, indicó Osakabe, mencionando datos de la Confederación de Sindicatos, mientras que 60 por ciento de las trabajadoras generalmente renuncia después de tener a su primer hijo.
Ella misma fue víctima de matahara en sus dos embarazos, que perdió porque se negaron a concederle licencia maternal.
Decidida a luchar contra esa forma de discriminación, fundó la organización Matahara Net, que en menos de un año llegó a más de 100 mujeres víctimas de acoso maternal.
Su lucha también llevó al gobierno a tomar medidas, e incluso la justicia dictaminó que las degradaciones o despidos por embarazo son, en principio, ilegales.
Fue una dura victoria porque se encontró con “tremendas reacciones” desde muchos ámbitos, incluso femeninos.
“Las amas de casa y las mujeres dedicadas a sus carreras, dos grupos obligados a elegir entre sus trabajos o sus hijos, son los que más me hicieron frente”, relató.
En un país en el que las mujeres representan una de cada tres personas pobres y 63 por ciento de quienes tienen empleos que pagan menos del 38 por ciento del salario de un trabajador de tiempo completo, matahara amenaza con ensanchar la brecha de género.
En 2060, se estima que la población de Japón disminuirá a dos tercios respecto de sus actuales 127 millones de habitantes. A las autoridades les preocupa el futuro de la población económicamente activa y, sin embargo, la sociedad sigue demonizando a las mujeres que quieren formar una familia y tener un sueldo, se lamentó Osakabe.
La activista birmana May Sabe Phyu trabaja mucho para lograr justicia y dignidad para las minorías étnicas y religiosas de su país, en especial para las personas desplazadas en su estado natal de Kachin, donde el conflicto civil obligó a unas 120.000 a abandonar sus hogares solo desde 2011.
En un país cada vez más intolerante con las minorías, Phyu trabaja en un contexto cruento. Hace dos meses, soldados birmanos violaron y mataron a dos mujeres kachin que trabajaban como maestras voluntarias en una aldea del vecino estado de Shan.
Ella misma recibe amenazas y sufre un constante acoso y acusación legales, pero sigue adelante.
Como fundadora de la Red para la Paz en Kachin y la Red de Mujeres Kachin para la Paz, aboga incansablemente por los derechos de las mujeres, niñas y niños desplazados, quienes más sufren la violencia en los campamentos provisorios.
Además, está al frente de Igualdad de Género Ya, una coalición de 90 organizaciones que defienden los derechos de las mujeres.
“Cuando me enteré que me habían elegido para el premio, me dije: ‘¿realmente lo merezco?’”, contó a IPS, porque hay tantas mujeres que han demostrado un gran valor en momentos difíciles.
Ella se refería a su amiga kachin, la primera que le abrió los ojos a la difícil situación de las personas desplazadas y a la discriminación de género.
“Es mi símbolo de valor, y cuando me siento decaída, la miro, la escucho y su voz y su fundamento me renuevan las fuerzas”, contó Phyu.
Entre las otras premiadas está Niloofar Rahmani, la primera mujer en convertirse en piloto de la Fuerza Aérea en la historia de Afganistán.
También está la pakistaní Tabassum Adnan, residente del valle de Swat, otrora bajo control del grupo extremista Talibán, y quien sobrevivió a 20 años de abusos físicos y mentales antes de encabezar el primer jirga (consejo) de mujeres dedicado a asuntos como los ataques con ácido, los asesinatos por honor y la “swara”, la práctica de intercambiar mujeres para resolver disputas o compensar un delito.
Afganistán y Pakistán son lugares sumamente peligrosos para las mujeres. La Comisión Independiente de Derechos Humanos afgana registró más de 3.000 casos de violencia contra la mujer en seis meses en 2012 y la policía pakistaní contabilizó 160 ataques con ácido en 2014, aunque organizaciones de la sociedad civil sostienen que el número real es mucho mayor.
En esos países, luchar contra la discriminación suele ser un asunto de vida o muerte, pero eso no disuadió a estas mujeres de optar por el camino de la libertad.
Las otras ganadoras son activistas y periodistas de Bolivia, Guinea, Kosovo, República Centroafricana y Siria.
Editado por Kitty Stapp / Traducido por Verónica Firme