Alfonso Molina: La estrategia petrolera de Obama

Alfonso Molina: La estrategia petrolera de Obama

Obama y petróleo
Lo que impulsa la política exterior de Barack Obama obedece a la necesidad de romper paradigmas con asuntos conflictivos de larga data como Cuba e Irán, pero también de saldar cuentas con el régimen chavista que hoy tutela Maduro.

 

Cuando el 9 de marzo Barack Obama decretó nuevas sanciones, incluyendo el congelamiento de bienes y restricción de visas, contra siete funcionarios venezolanos —a quienes señala de violaciones de derechos humanos y actos de corrupción— y declaró “emergencia por amenaza de Venezuela a EEUU”, un tecnicismo legal que suena excesivo, muchos pensaron que era un primer paso en su confrontación con el agobiado  gobierno de Nicolás Maduro, que paradójicamente sigue siendo uno de sus proveedores de crudo. Se equivocaron, era el segundo.

El primero se dio cuando el presidente norteamericano anunció el 17 de diciembre, desde la Casa Blanca, una serie de cambios en las relaciones con el gobierno de Cuba, país que ha recibido en los últimos quince años un subsidio petrolero importante desde Venezuela y es aún firme aliado del régimen chavista. Cincuenta mil barriles diarios que el mayor productor de América Latina no ha colocado en sus mercados históricos y que la ‘nomenclatura’ castrista ha vendido —por lo menos la mitad— en aguas internacionales a precios muy altos, como lo ha señalado José Suárez Núñez, corresponsal de IP en Caracas en su artículo.

Más allá de la necesidad de cambiar la fracasada estrategia del embargo —bloqueo, dicen los cubanos— a la nación antillana y de ayudar a impulsar acciones de democratización en la isla, Obama le propone a Raúl Castro: ¿ayuda petrolera de Venezuela o inversión productiva de Estados Unidos? Un dilema que puede beneficiar al gobierno de La Habana y aislar al de Caracas. Veamos qué pasa en la Cumbre de Panamá.

Más recientemente, el 2 de abril, el presidente estadounidense anunció un acuerdo entre las grandes potencias —Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania, además de EEUU— para que Irán “renuncie a la bomba atómica” a cambio de levantar las sanciones que le impedían vender su petróleo.

El país persa ha sido otro aliado geopolítico y económico importante del chavismo. Fuentes de inteligencia norteamericana confiaron a periodistas venezolanos —adversos al gobierno de Maduro— que Irán disponía a su antojo de las existencias de uranio en el Oriente del país sudamericano para sus planes nucleares.

Este ‘pequeño detalle’ habría sido el motivo de la declaración de “emergencia por amenaza de Venezuela a EEUU”. De esta manera, Obama paraliza la verdadera amenaza de la teocracia persa e interrumpe ‘las relaciones de uranio’ entre los dos países. Además, con el regreso del petróleo iraní al mercado los precios internacionales seguirán a la baja, circunstancia que le conviene a la economía estadounidense.

El asunto no concluye aquí. El domingo 5 de abril el inquilino de la Casa Blanca anunció que el jueves 9 visita Jamaica, donde uno de sus objetivos principales es ofrecer más apoyo petrolero a los países caribeños para reducir su dependencia energética de Venezuela.

La política de la ‘petrochequera’ desarrollada eficazmente por Hugo Chávez —en tiempos de precios del crudo cercanos a 100 dólares el barril— había convertido a la empresa deficitaria Petrocaribe en la principal ayuda a los miembros del Caricom. Esto le permitió al presidente fallecido manipular decisiones en la OEA y otros espacios multilaterales. Parece que Maduro no tendrá la misma suerte.

Hay que trascender las informaciones puntuales y las reacciones emocionales ante las estrategias de Washington. Muchos criticaron al mandatario norteamericano —incluido el presidente Juan Manuel Santos— por su declaración de “emergencia por amenaza de Venezuela a EEUU” sin advertir el trasfondo de esta puesta en escena política.

Lo que impulsa la política exterior de Barack Obama obedece a la necesidad de  romper paradigmas con asuntos conflictivos de larga data como Cuba e Irán, pero también de saldar cuentas con el régimen chavista que hoy tutela Maduro.

No hay amenaza de invasión a Venezuela —como los chavistas-maduristas vociferan— sino el debilitamiento de un proyecto político que naufraga en las aguas de la mayor crisis económica, la inseguridad personal, la corrupción inocultable y la sistemática violación de los derechos humanos.

Barack Obama no constituye la causa ni —mucho menos— la salida de esta situación. Es solo un catalizador.

 

Publicado originalmente en Pulzo

 

 

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