Cuando los niños que han sobrevivido a Boko Haram dibujan en el campo de refugiados de Dar es Salam las atrocidades que padecieron en Nigeria, el resultado es estremecedor: rostros ensangrentados, cuerpos sin cabeza, casas incendiadas.
por Célia LEBUR/AFP
Ante la gran tienda de campaña blanca de Unicef, decenas de niños en polvorientos harapos se empujan, ríen, antes de ser llamados al orden.
Todos quieren participar en el taller de dibujo organizado en el espacio “Amigos de los niños”, este lunes de Pascua, día feriado en Chad, donde se halla este campo de refugiados.
El silencio se instala de pronto entre los niños, una vez ante la gran hoja en blanco, con el rotulador en la mano. El tema del día es doloroso y cada cual se concentra para reconstituir los acontecimientos de los que fueron testigos cuando los islamistas atacaron sus pueblos.
Sumaila Ahmid dice tener 15 años, pero apenas se le darían 12.
“El día del ataque estábamos ante nuestra puerta cuando vimos a los Boko Haram. Fueron hacia la gente que estaba al borde del agua, y los fusilaron, les dispararon a la cabeza”, cuenta el niño, de ojos color almendra.
Luego, dibuja aplicadamente una forma alargada y cadáveres flotando en un río. “Algunos pudieron subir a piraguas, están huyendo. Los otros están muertos”, relata, sin pestañear.
Otro dibujo, otra escena estremecedora. “Este hombre está en su casa. Está reparándola, pero ha escuchado el tiroteo en el exterior. Cuando sale para ver qué pasa, un Boko Haram llega ante la casa, dispara, y la incendia”, explica Nur Issiaka, también de 15 años.
Y como si contara una historia banal, concluye: “El hombre intenta salir, pero no puede porque toda la casa está ardiendo.” El hombre morirá, quemado vivo.
– Familiarizarse con la tragedia –
“Desde que comenzaron esta actividad (el dibujo), los niños se precipitan para inscribirse” explica el responsable, Ndorum Ndoki.
El equipo del campo de refugiados intenta “identificar” a quienes se aíslan, o quienes parecen familiarizarse demasiado con la tragedia vivida, para impedir que se instale en ellos un traumatismo, explica Ndoki.
Cada tarde, los talleres de dibujo tambien permiten tratar otros temas, como el amor o la escuela, entre dos partidas de fútbol.
Cerca de 800 niños están escolarizados en la “escuela de urgencia”, constituida por ocho grandes tiendas de campaña abiertas en enero por la Unicef.
“Antes, no conocían nada de la escuela, aunque algunos seguían una enseñanza coránica. Algunos jamás habían tenido un bolígrafo entre las manos, pero aquí aprenden rápido” afirma Umar Martin, un educador camerunés que vivía en Nigeria desde hace años, y se sumó a los 18.000 refugiados que tuvieron que huir a Chad.
En los bancos de la escuela, también hay “niños grandes” que han superado los 20 años pero quieren, también ellos, aprender a leer y escribir.
En piragua o a pie, estos jóvenes han tenido que huir desesperadamente, perseguidos por los insurgentes nigerianos hasta las aguas del fronterizo lago Chad. Entre ellos, más de 140 llegaron sin sus padres, que se perdieron en la confusión de la fuga, o perecieron a manos de Boko Haram.
Mahamat Alhadji Mahamat, de 14 años, tardó una semana en llegar al campo de refugiados de Dar-es-Salam. Con sus tíos, iba avanzando durante las noches de isla en isla del gran lago, y se escondía durante los días.
En su dibujo, algunos pájaros vuelan junto a un camión repleto de fusiles de diversos tamaños. “Jamás podré olvidar lo que ví ahí” asegura, con una tímida sonrisa. “Hay niños que nacieron durante la fuga. Cuando me encuentro con ellos, en el campamento, no puedo dejar de pensar en todo esto…”-
“Pero quiero aprender, y un día volveré a mi casa, a Nigeria…” asegura.