“Te robarán, eso es inevitable. Sólo que no debes oponerte porque te matarían”
Este fue el consejo que recibió Will Hatton, un mochilero australiano de 26 años, que explora algunos de los países menos visitados del mundo con un presupuesto extremadamente bajo, cuando anunció que iba a Venezuela.
Hatton le relató al portal News.com.au cómo es realmente el país con más petróleo que cualquier otro lugar en el mundo, pero con la segunda tasa más alta de homicidios. Y descubrió rápidamente como un mochilero promedio puede sentirse millonario en cuestión de minutos.
Will Hatton arrancó su travesía en Venezuela desde la ciudad de Mérida en el Estado Mérida. Lean su interesante relato
Las calles de Mérida estaban llenas de actividad, un aura de amenaza se sentía en el ambiente. Una barricada destellaba en pleno sol de la tarde, y el humo negro de la quema de cauchos subía en espiral hacia el cielo.
“Tenemos que dar la vuelta“, dijo el taxista.
Aceleró el viejo carro en reversa y huyó, nervioso por haber desaparecido antes de que la policía llegara con sus gases, rolos y perdigones.
Pero los disturbios estaban en todas partes. Los grupos de estudiantes en camisas rojas marcharon hacia el centro de la ciudad, marcaban las paredes con graffitis. La policía con camuflaje urbano de pie y hombro con hombro con la infame Guardia Nacional Bolivariana, con sus fusiles AK amarrados al pecho. Miraban a los manifestantes con suspicacia, listos para en cualquier momento arremeter contra el “guarimbero” que se atreva a lanzarles un cohetón.
Mi conductor decía groserías mientras subía por una acera. Una ballena nos pasó veloz por un lado con sus ruidosas sirenas. Nos retiramos del alboroto por las calles laterales, pasando por barricadas más endebles hasta que entramos en barrios más tranquilos de la ciudad.
Me dejó cerca de un frondoso parque, con una estatua del líder militar obligatorio, el famoso Simón Bolívar, espada en cinto. Un par de mochileros me pasaron muy cerca, comiendo empanadas y tomando un humeante café negro. Esto era al parecer el “centro turístico”.
Busqué a alguien para cambiar algo de dinero y entré a una tienda cercana. Hablé en voz baja con la señora de la recepción que luego comenzó a hacer llamadas.
Dos horas más tarde, un hombre con un traje oscuro apareció firmemente agarrando una bolsa de papel. Corrió y cerró la puerta. Lo que parecía un “Matón de alquiler” se paró cerca de mí con lo que parecía una pata de silla metálica en una mano, mirándome cuidadosamente.
El malencarado “agente cambiario” vació el bolso sobre la mesa. Eran cientos de billetes de colores derramados sobre ella. Le entregué un solo billete de cien dólares y comencé la laboriosa tarea de amarrar todos los bolívares con ligas, Por encima podía calcular que tenía más de 1.000 billetes para contar. Había estado en Venezuela durante sólo 24 horas y ya era millonario.
Con un solo dólar americano podría comprar 12 cervezas, conseguir una cama para pasar la noche, tomar dos taxis o comer en un buen restaurante. Podría llenar el tanque de gasolina con 2 bolívares, alrededor de 1 centavo de dólar.
Así que con mis bolsillos y mi bolso rellenos con fajos de billetes, salí de la tienda y nos registramos en un hotel al otro lado de la calle. Luego volví a salir, ansioso por saber más acerca de qué demonios estaba pasando; el sonido de sirenas, alarmas y los fuegos artificiales, que inquietantemente eran similares al sonido de disparos.
Me sorprendió ver que muchos venezolanos andaban en su rutina cotidiana normal. Entré en una cafetería, un oasis de calma en una ciudad que parecía estar al borde de la revolución. Ahí ví a una mujer con enormes implantes de glúteos coquetear con un camarero bigotudo de una gran panza.
Frente a mí estaba sentado un hombre desgarbado con una camisa a cuadros, unos lentes colgando de su rostro. Me acerqué a él y en mi rudimentario español intenté preguntarle qué estaba pasando. Él respondió en Inglés, “Un comienzo prometedor”. Roberto se disponía a abandonar el país y estaba dispuesto a compartir sus ideas sobre por qué yo no podía quedarme demasiado tiempo en su tierra natal.
Roberto dijo que no tenía elección. Hace diez años, su padre, un profesor universitario, obtenía alrededor de 2.000 dólares por mes. Hoy en día, debido a la inflación galopante ahora sólo gana 60 dólares al mes por el mismo trabajo. Muchos venezolanos ganan aún menos, al tipo de cambio oficial, la mayoría de la gente apenas recibe 20 dólares al mes.
Los que han logrado hacerse con dólares reales pueden vivir como reyes y seguir invirtiendo su dinero en más dólares; en Venezuela, el valor de los dólares parece subir semana en semana.
“Si usted tiene dólares, usted puede vivir muy bien con sólo 50 dólares a la semana“, dijo. “Sin dólares, la vida en Venezuela es demasiado cara y es imposible conseguir lo básico, incluso un rollo de papel higiénico hay que comprarlo en el mercado negro”
Yo había escuchado esos rumores sobre Venezuela antes de llegar al país, por eso había empacado en mi bolso 12 rollos de papel higiénico.
Explicó que las personas se ven obligadas a hacer cola durante horas para comprar artículos esenciales como leche en polvo, pan y arroz. Roberto estaba cansado de hacer cola, soñaba con una nevera bien surtida y un botiquín médico lleno hasta el borde.
“Estamos importando todo y todavía no es suficiente.”
Venezuela debería ser el país más rico de toda América del Sur, el país cuenta con las mayores reservas de petróleo del mundo, un tanque lleno de gasolina (unos 60 litros) cuesta sólo 5 bolívares, cerca de 1 dólar. Un litro de agua embotellada en cambio cuesta casi 30 bolívares, más de 100 veces lo que un litro de gasolina.
Roberto dice que Venezuela está importando gasolina , una parodia de un país donde el petróleo sale burbujeando libremente desde el subsuelo.
Entonces, ¿qué le depara el futuro a Venezuela?
“Derramamiento de sangre, mucho derramamiento de sangre” dijo Roberto
Con el desplome del precio del petróleo, el aumento de la inflación, el aumento de la escasez y las voces de un millón de almas que claman y no son escuchadas, es una receta para el desastre.
Roberto me advirtió que fuese cuidadoso, esto no es una zona de juegos, este es un país con una de las tasas de homicidios más altas del mundo. Y él no fue el único – con todos los que hablaba, me decían los mismo sobre los secuestros, corrupción, robos y asesinatos, ¿por qué diablos has venido a Venezuela?
Claro, la mayoría de la gente no se le ocurriría visitar Venezuela, no vale la pena correr el riesgo. Pero contra todo pronóstico esperaba que todos estuviesen equivocados, porque con precios tan económicos y lugares tan impresionantes se supera cualquier peligro que pueda representar Venezuela.
Una de las principales razones por las que vine a Venezuela fue para conocer Roraima, El tepuy más alto del mundo. Yo soñaba con subirme a él.
Y así lo hice. Y caminé perplejo por un sendero resbaladizo en la selva donde parecía más probable que me rompiera el cuello que ser robado a punta de pistola. Rebosante, atravesaba el barro y luchaba hacia arriba con mi mochila, cargada de suministros y equipo para acampar.
Atravesaba las interminables llanuras de la Gran Sabana. Había pasado el primer día de caminata a través de valles polvorientos, cruzando ríos rugientes y luchando por no ser comido vivo por enjambres de Pori Pori, unos insectos alados de una horrible mordedura, del tamaño de una cabeza de alfiler.
Durante cinco horas me resbalé y arrastré a mí mismo por el camino que pasa a través de bancos de nubes y bajo una cascada. El rocío me envolvió, y la visibilidad era de menos de 10 metros.
Finalmente, llegué a la cumbre. Estaba en la cima del tepuy que en el pasado había inspirado a Arthur Conan Doyle en su novela El Mundo Perdido . Roraima, es un imán para los amantes de la adrenalina y aventureros, pero una tumba para el mal preparado.
Otro tepuy llamado Kukenan, un lugar sagrado para los pueblos indígenas dispersos por las llanuras, apareció a través de una ventana en el baile de la niebla. Tenía tan sólo unos segundos para apreciar el mosaico de púrpuras, naranjas, rojos y verdes que conforman la cara de la montaña, la cual luego desapareciera devorada por las nubes.
Pasé el día siguiente a explorando la cima del tepuy, me bañaba en una serie de piscinas naturales y admiraba los valles llenos de cristales, un sitio de otro mundo. Roraima, como la propia Venezuela, no era lo que había esperado. La montaña y el país pueden ser mortales, pero sencillamente me habían quitado el aliento.
La calidez y generosidad que experimenté en este maravilloso, frustrante, loco y hermoso país habían sobrepasado mis sueños más salvajes. En todas partes, me habían hecho sentir como en casa, en ningún momento me sentí en peligro real, los venezolanos habían hecho todo lo posible para que yo no sufriera daño. Y ahí hice amistades incondicionales.
La verdadera Venezuela, como Roraima, se enmascara. Es imposible tener una imagen completa, simplemente instantáneas de la verdad a través de una fugaz ventana.
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Will Hatton escribe acerca de viajar con un presupuesto limitado en The Broke Backpacker.
Traducción libre por lapatilla.com